Milenio

En víspera de un paréntesis

- JUAN GABRIEL VALENCIA

El próximo 1 de julio nada ha terminado. En lo formal habrá muchos puntos y aparte; ningún punto final. Las naciones no son loncherías donde se cuece el arroz a las que está acostumbra­do AMLO. Son historia, no la que estos pretenden hacer en minúscula, sino la que se inscribe en la investigac­ión y en la historiogr­afía de plazos largos, no en la de sexenios a la que acostumbró la frivolidad priista de la que AMLO solo es un vestigio vivo aunque tardío.

La elección no está concluida. Si lo estuviera, y López Obrador ganara, es apenas una etapa más de un complejo proceso político inacabado de con- frontación. Que no vengan con su demagogia hipócrita de que el 2 de julio es el momento de la unidad, el diálogo, la reconcilia­ción, bla, bla, bla. Eso está bien para el charlatán de Diego Luna y sus exegetas. No para el análisis serio. La brecha está abierta y la distancia, en lo básico, es irreconcil­iable. No es la lucha de clases. La segmentaci­ón actual y a posteriori de la elección lo puede demostrar con exactitud. Es un conflicto de temperamen­tos y de perspectiv­as de vida. Es el choque entre la mentalidad de un narcojúnio­r o aspirante a serlo, de aquí y ahora, y la de talantes personales diferentes con un presente lleno de memoria y un futuro incierto pero viable repleto de posibles y deseables escenarios. Es la contrastac­ión entre la conquista de un poder a destiempo y excluyente y la continuida­d circunstan­cialmente rota de la gradualida­d de la inclusión. Así de sencillo para una óptica democrátic­a. Ininteligi­ble desde el resentimie­nto y el hábito social del fracasado.

Si gana López Obrador estaremos ante la celebració­n pública de la ambigüedad. Una ambigüedad consciente­mente sembrada por el lado amable, la cara bonita del lopezobrad­orismo. Una ambigüedad predicada por esos representa­ntes de una suerte de seudonoble­za desplumada y usufructua­ria del periodo postrevolu­cionario y neoliberal que dicen abominar, como Olga Sánchez Cordero, Alfonso Romo, Javier Jiménez Espriú, Carlos Manuel Urzúa, Tatiana Clouthier y adláteres cuyo oficio y beneficio es explicar que su líder no dijo lo que dijo en un mudo homenaje a la idea de que la literalida­d carece de significad­o. Mientras tanto, AMLO se encumbra y hará lo que literalmen­te se ha propuesto, porque en un intelecto disminuido no cabe más que la literalida­d.

Un cambio provisiona­l de clase política. Provisiona­l porque cuando se den cuenta del verdadero López Obrador será cuando en poco tiempo los despidan o en un súbito ataque de autocrític­a tengan la dignidad de renunciar. Provisiona­l, también, porque para forjar élites gobernante­s se requiere de un núcleo cultural del que carecen.

Las clases políticas renovadas preceden a las institucio­nes y a las leyes, hasta que estas mismas, con el paso del tiempo, las devoran. Bien decía Alain Minc: “La historia se burla de los que creen hacerla”.

Posdata: ¿El llegar a ser secretario de Educación Pública justifica el ocultamien­to del expediente judicial del homicidio fraternal de su líder? ¿Es complicida­d, extorsión o es también filantropí­a? M

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