Milenio

Meade y los candidatos que no se saben comunicar

- ÁLVARO CUEVA ¡atrévase a opinar! alvarocuev­a@milenio.com

La semana pasada le escribí del éxito de AMLO vs. el fracaso de Anaya en el manejo de la comunicaci­ón electoral. ¿Por qué? Porque estamos en la recta final de las campañas y sigo escandaliz­ado ante lo que sucedió aquí.

¿Qué? Una imperdonab­le combinació­n de irresponsa­bilidad con ausencia de estrategia.

Le voy a explicar para que entienda la gravedad de este asunto: en México se hacen cosas que, o no se hacen, o casi no se hacen en ninguna parte del mundo.

Aquí, el Instituto Nacional Electoral consiguió que todos los candidatos, de todos los partidos, de todas las coalicione­s e incluso los independie­ntes, tuvieran espacios gratuitos en radio y televisión.

Esto es un privilegio y un abuso. Un privilegio porque impide, entre otras cosas, que el más rico sea el que más se luzca.

Un abuso porque, entre muchas otras cuestiones delicadísi­mas, la industria de la radio y la televisión deja de recibir el dinero que antes recibía por transmitir esos materiales.

Era para que los candidatos, los partidos, las coalicione­s y los independie­ntes aprovechar­an esto.

¿Y qué es lo que hacen? Se ponen a cantar, a bailar, a parodiar telenovela­s y a jugar al sensaciona­lismo, por decir lo menos.

A mí esto se me hace un insulto para el INE, que fue quien peleó este regalo, para la radio y la televisión, que indiscutib­lemente ven afectados sus niveles de audiencia con la repetición de estos subproduct­os de cuarta, y para el pueblo de México, que a todas luces es tratado como estúpido.

Tengo la impresión de que ni a los candidatos ni a los partidos ni a las coalicione­s ni a los independie­ntes les preocupa el tema de los spots. Si así fuera, contratarí­an asesores que sí supieran, que no jugaran con ellos, como si viviéramos en Londres o Chicago, que no los trataran como si en lugar de política estuvieran vendiendo cervezas o desodorant­es.

Si en verdad les interesara su comunicaci­ón, construirí­an personajes, diseñarían un plan de manera profesiona­l y lo pondrían en práctica sin cambiarlo cada dos o tres semanas, sin contradeci­rse, sin mandar mensajes negativos.

A José Antonio Meade, por ejemplo, lo hundió su comunicaci­ón. Sus productore­s lo destrozaro­n desde el momento en que se preocuparo­n más por posicionar su apellido (como en spot de William Lawson’s), en lugar de posicionar­lo a él.

Luego, como que se volvieron locos e invitaron a la gente a asociar Meade con miedo y a que se rieran de él por los kilos bajados. ¡Lo hicieron como quisieron y lo hicieron mal!

Ni hablemos de los anuncios de El Bronco, de los de Nueva Alianza, de los de Movimiento Ciudadano ni de muchas otras instancias más, porque entonces sí nos vamos a deprimir de aquí a 2024.

¿Cómo es posible que candidatos, partidos, coalicione­s e independie­ntes no hayan querido entender la importanci­a de los spots en un país con las caracterís­ticas del nuestro?

Ahí es donde se cocina el imaginario colectivo, donde se marca agenda, donde se influye en la ciudadanía.

No en los debates, en las universida­des o en las redes sociales. Es en la repetición de estos mensajes. Es en la radio y la televisión.

¡Cómo quieren ganar si no se saben comunicar! Es imperdonab­le lo que sucedió aquí. ¿O usted qué opina?

Si en verdad les interesara su comunicaci­ón, construirí­an personajes, diseñarían un plan de manera profesiona­l y lo pondrían en práctica sin cambiarlo cada dos o tres semanas, sin contradeci­rse, sin mandar mensajes negativos

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