“Coreano, ya eres mexicano”
El descalabro del Tri ante Suecia deprimió a la afición reunida en el Zócalo y en el Ángel, pero el triunfo de Corea sobre Alemania reanimó a todos
La multitud se deprime durante el segundo tiempo, pues los suecos le meten tres goles al equipo tricolor; luego, recobrarán el ánimo al saber que Alemania pierde ante Corea, por lo que brincan de emoción, aplauden a los coreanos y arman una fiesta en el Zócalo, misma que se extiende hasta el Ángel.
Después de recorrer la calle 16 de Septiembre, avenida Juárez y parte de Paseo de la Reforma, en cuyo trayecto levantan en hombros a uno que otro de ojos rasgados y bailan, repiten la frase nacida en la Plaza de la Constitución: “¡Coreano, hermano, ya eres mexicano!”.
Los espectadores llegaron muy temprano al Zócalo y al Ángel de la Independencia para ver el partido en pantallas gigantes. En el primer tiempo hubo sobresaltos. El rostro de Juan Carlos Osorio era de preocupación. Los mexicanos habían hecho el esfuerzo, pero no era suficiente.
Empezó el segundo tiempo y con él la depresión colectiva desde el momento en que los suecos metían el primer gol y de ahí otros dos; pero algo extraño sucedió en el ánimo de los presentes cuando el narrador anunció que, en otro estadio, Corea había anotado el primer gol a Alemania.
La gente aplaudió y empezó a brincar de gusto. En ese 1-0, a favor de Suecia, uno de los co- mentaristas había dicho que “no había motivos para prender las alarmas”, pero guardó silencio con las otras dos anotaciones, hasta que supo que Corea había perforado la red alemana con dos goles.
Terminó el partido. “Pasa México a la segunda ronda”, decían. “¡Arriba Corea!”, gritaban. En la pantalla se veía a Ochoa abrazar a Osorio. Los mexicanos estaban contentos, no obstante ese 0-3, al mismo tiempo que animaban a los coreanos. “¡Vamos, Corea, México te apoya!”.
La multitud enfiló hacia el Ángel, luego de la convocatoria por parte de un joven que los lideraba, pero se desviaron un momento al ver en los portales del Zócalo a un ciudadano coreano, y entonces lo vitorearon, y por momentos lo alzaron en hombros.
“¡Hermano coreano, ya eres mexicano!”, cantaban. “¡Ole, ole, ole, ole, ooole, ooole!”, coreaba el grupo, al que cada vez se sumaban más rumbo al Ángel.
Los dos goles de Corea eran como oxígeno para la selección mexicana y para los propios aficionados, cuyo festejo parecía contradictorio, a tal grado que alguien de los que trotaba citara al Chicharito: “¿por qué no podemos soñar?”.
Otros más exigentes lucían molestos.
—Es que ve a Guardado: no sirve; ellos mismos provocaron que les metieran los goles. —Ajá —respondía su compañera. —Los otros goles fueron circunstanciales, ¡no mames!, mira, mira...Ahí está: Moreno se pudo haber barrido.
—Ajá. —Él es el que le da. Los del Zócalo se unían a los del Ángel de la Independencia, donde unos 3 mil aficionados, la mayoría de ellos oficinistas, se habían congregado para observar el México–Suecia en las pantallas gigantes colocadas alrededor de la columna.
Luego de 90 minutos de angustia, sufrimiento y caras largas, el triunfo de Corea sobre Alemania los alegró con un aire de resignación, y fue ahí mismo donde avistaron a un coreano ondear la bandera de su país, por lo que aprovecharon para ovacionarlo y alzarlo en hombros, pues estaba seguro el pase de México a octavos de final.
El grupo Merenglass, la Banda Limón y la Sonora Dinamita amenizaban el festejo y los aficionados se ponían a bailar.