El hombre y su circunstancia
l tamaño de la victoria es directamente proporcional al de las expectativas que la próxima Presidencia de Andrés Manuel López Obrador ha generado. Por lo mismo, la responsabilidad es enorme. De ahí la insistencia del candidato victorioso de que no les va a fallar a todos aquellos que depositaron su confianza en él como el motor principal de un cambio. Y ese cambio, lo reiteró el día que ganó, se centra en la eliminación de la corrupción y de la impunidad, pero de ahí se desprenden o se conectan otros males que también pueden ser atacados, aunque costará trabajo eliminarlos e incluso reducirlos, como la inseguridad y la violencia, la falta de oportunidades y la pobreza. Me parece que, si de eso se trata, todo mundo, haya votado o no por él, debe otorgarle el beneficio de la duda y apoyarlo, a él y a su gabinete, a cumplir tales objetivos. Pero eso depende de la inteligencia de ambos lados. Es decir, si la coalición Juntos Haremos Historia tuvo más de la mitad de los votos, y por lo tanto de las voluntades de los ciudadanos mexicanos, sería un error volver a caer en la antigua lógica priista del carro completo. En suma, el éxito o fracaso de la próxima administración dependerá también en buena medida del apoyo de la otra mitad de nacionales que prefería opciones políticas distintas y que no solo no ha desaparecido, sino que puede pavimentar u obstaculizar el camino de las reformas o los necesarios cambios.
Hay, en otras palabras, muchas formas de apoyar a un gobierno: desde adentro, desde afuera y como oposición. No todos, incluso entre los que votaron por AMLO, están dispuestos a entregarle un cheque en blanco al hoy virtual Presidente. Y con justa razón. En primer lugar, porque el candidato prometió todo, pero no dijo cómo. En segundo, porque precisamente en el cómo está la clave de todo. Por ejemplo, ¿cómo le va a hacer para eliminar o reducir la corrupción o cómo le va a hacer para reducir la inseguridad y la violencia? O más concretamente, ¿cómo le va a hacer para reducir el precio de la gasolina, sin generar un déficit? Pero por la misma razón, desde adentro o desde afuera, habrá que ayudar al próximo gobierno a no equivocarse. Si no es así, la luna de miel se acabará más pronto que tarde, porque el tamaño de la decepción podría ser también directamente proporcional al de las expectativas generadas, y entonces sí se nos va a aparecer el diablo a todos. M
Yo soy yo y mi circunstancia,… y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, es una de las expresiones más conocidas de José Ortega y Gasset, que bien puede explicar la hazaña histórica conseguida por AMLO al ganar la Presidencia de México.
¿Cuáles son las características personales del hombre que consiguió llevar la izquierda al poder?
Por lo menos tres. La resistencia. Haber sobrevivido dos fraudes electorales (en 2006 por manipulación de boletas electorales y en 2012 por compra de voto), más un infarto, sin perder la vertical y sin ser arrollado por “la mafia del poder”, solo puede soportarlo alguien que tiene principios y la convicción de cumplir con una misión en el país: “la cuarta transformación de México”.
Honestidad personal (que incluye congruencia entre decir y hacer) es la segunda gran cualidad. En su patrimonio no hay casas blancas, naves industriales de 54 millones de pesos, propiedades furtivas en el país o en el extranjero o cuentas bancarias millonarias. Ni prestanombres. AMLO es el político mexicano más cercano a la “honrosa medianía” que Benito Juárez proclamaba como indicador de honradez en el servicio público.
Dicen que cualidades personales de un jefe de Estado, como la honestidad y la vida austera, no son suficientes para acabar de raíz con un cáncer tan avanzado como la corrupción del Estado mexicano. Puede ser. Pero sin el ejemplo personal de la cabeza del Estado tampoco podrán enraizarse leyes e instituciones anticorrupción.
El oficio es la tercera cualidad personal. Oficio es la “ocupación habitual”, la profesión de “un arte mecánico”, la “vocación conectada con la práctica”. Desde 2005, AMLO ha ejercido el oficio de recorrer plaza por plaza, carretera por carretera, municipio por municipio todo el territorio nacional. Ha desarrollado de manera singular el oficio del hombre que se forma en el ágora: hablar y escuchar.
Gracias a este oficio, a partir del 1 de diciembre tendremos al primer presidente egresado de la plaza pública, de la res pública, no del gabinete, no del parlamento, no de la política en el sentido tradicional del término. Su único y último cargo público fue ser jefe de Gobierno de Ciudad de México, donde dejó una huella social y una buena administración. Pero lo de él es la plaza pública, la cuestión social. Por ello, será el primer presidente forjado en el molde de la izquierda social, no en la izquierda parlamentaria o en la izquierda burocrática fifi, la que cambia el morral por la Suburban.
A este hombre honesto, de vida austera, congruente, forjado en la plaza y con alma social, que inició una larga travesía hace 13 años, se le acomodaron las circunstancias. Un país agraviado por la corrupción, cansado de la alternancia política sin alternativa social ni económica, harto de la partidocracia y de la democracia sin eficacia, desangrado por la violencia y agotado por el desempleo y el empleo mal pagado. Un país de “benditas redes sociales” y de jóvenes en rebeldía cívica; un país donde resucitó el nacionalismo gracias a la insolencia imperial de su vecino, y una economía mundial que ahora busca equilibrar lo local con lo global; todas esas circunstancias le ayudaron al hombre que desde el domingo es el candidato presidencial más votado en la historia de México.
¿Cuál es ahora el desafío? En términos de Ortega y Gasset, salvar esas circunstancias que lo llevaron al poder. Es decir, transformarlas, regenerarlas, superarlas. En ello le va la vida a AMLO, al próximo gobierno y a todo el país. M