Milenio

El hombre y su circunstan­cia

- RICARDO MONREAL

l tamaño de la victoria es directamen­te proporcion­al al de las expectativ­as que la próxima Presidenci­a de Andrés Manuel López Obrador ha generado. Por lo mismo, la responsabi­lidad es enorme. De ahí la insistenci­a del candidato victorioso de que no les va a fallar a todos aquellos que depositaro­n su confianza en él como el motor principal de un cambio. Y ese cambio, lo reiteró el día que ganó, se centra en la eliminació­n de la corrupción y de la impunidad, pero de ahí se desprenden o se conectan otros males que también pueden ser atacados, aunque costará trabajo eliminarlo­s e incluso reducirlos, como la insegurida­d y la violencia, la falta de oportunida­des y la pobreza. Me parece que, si de eso se trata, todo mundo, haya votado o no por él, debe otorgarle el beneficio de la duda y apoyarlo, a él y a su gabinete, a cumplir tales objetivos. Pero eso depende de la inteligenc­ia de ambos lados. Es decir, si la coalición Juntos Haremos Historia tuvo más de la mitad de los votos, y por lo tanto de las voluntades de los ciudadanos mexicanos, sería un error volver a caer en la antigua lógica priista del carro completo. En suma, el éxito o fracaso de la próxima administra­ción dependerá también en buena medida del apoyo de la otra mitad de nacionales que prefería opciones políticas distintas y que no solo no ha desapareci­do, sino que puede pavimentar u obstaculiz­ar el camino de las reformas o los necesarios cambios.

Hay, en otras palabras, muchas formas de apoyar a un gobierno: desde adentro, desde afuera y como oposición. No todos, incluso entre los que votaron por AMLO, están dispuestos a entregarle un cheque en blanco al hoy virtual Presidente. Y con justa razón. En primer lugar, porque el candidato prometió todo, pero no dijo cómo. En segundo, porque precisamen­te en el cómo está la clave de todo. Por ejemplo, ¿cómo le va a hacer para eliminar o reducir la corrupción o cómo le va a hacer para reducir la insegurida­d y la violencia? O más concretame­nte, ¿cómo le va a hacer para reducir el precio de la gasolina, sin generar un déficit? Pero por la misma razón, desde adentro o desde afuera, habrá que ayudar al próximo gobierno a no equivocars­e. Si no es así, la luna de miel se acabará más pronto que tarde, porque el tamaño de la decepción podría ser también directamen­te proporcion­al al de las expectativ­as generadas, y entonces sí se nos va a aparecer el diablo a todos. M

Yo soy yo y mi circunstan­cia,… y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, es una de las expresione­s más conocidas de José Ortega y Gasset, que bien puede explicar la hazaña histórica conseguida por AMLO al ganar la Presidenci­a de México.

¿Cuáles son las caracterís­ticas personales del hombre que consiguió llevar la izquierda al poder?

Por lo menos tres. La resistenci­a. Haber sobrevivid­o dos fraudes electorale­s (en 2006 por manipulaci­ón de boletas electorale­s y en 2012 por compra de voto), más un infarto, sin perder la vertical y sin ser arrollado por “la mafia del poder”, solo puede soportarlo alguien que tiene principios y la convicción de cumplir con una misión en el país: “la cuarta transforma­ción de México”.

Honestidad personal (que incluye congruenci­a entre decir y hacer) es la segunda gran cualidad. En su patrimonio no hay casas blancas, naves industrial­es de 54 millones de pesos, propiedade­s furtivas en el país o en el extranjero o cuentas bancarias millonaria­s. Ni prestanomb­res. AMLO es el político mexicano más cercano a la “honrosa medianía” que Benito Juárez proclamaba como indicador de honradez en el servicio público.

Dicen que cualidades personales de un jefe de Estado, como la honestidad y la vida austera, no son suficiente­s para acabar de raíz con un cáncer tan avanzado como la corrupción del Estado mexicano. Puede ser. Pero sin el ejemplo personal de la cabeza del Estado tampoco podrán enraizarse leyes e institucio­nes anticorrup­ción.

El oficio es la tercera cualidad personal. Oficio es la “ocupación habitual”, la profesión de “un arte mecánico”, la “vocación conectada con la práctica”. Desde 2005, AMLO ha ejercido el oficio de recorrer plaza por plaza, carretera por carretera, municipio por municipio todo el territorio nacional. Ha desarrolla­do de manera singular el oficio del hombre que se forma en el ágora: hablar y escuchar.

Gracias a este oficio, a partir del 1 de diciembre tendremos al primer presidente egresado de la plaza pública, de la res pública, no del gabinete, no del parlamento, no de la política en el sentido tradiciona­l del término. Su único y último cargo público fue ser jefe de Gobierno de Ciudad de México, donde dejó una huella social y una buena administra­ción. Pero lo de él es la plaza pública, la cuestión social. Por ello, será el primer presidente forjado en el molde de la izquierda social, no en la izquierda parlamenta­ria o en la izquierda burocrátic­a fifi, la que cambia el morral por la Suburban.

A este hombre honesto, de vida austera, congruente, forjado en la plaza y con alma social, que inició una larga travesía hace 13 años, se le acomodaron las circunstan­cias. Un país agraviado por la corrupción, cansado de la alternanci­a política sin alternativ­a social ni económica, harto de la partidocra­cia y de la democracia sin eficacia, desangrado por la violencia y agotado por el desempleo y el empleo mal pagado. Un país de “benditas redes sociales” y de jóvenes en rebeldía cívica; un país donde resucitó el nacionalis­mo gracias a la insolencia imperial de su vecino, y una economía mundial que ahora busca equilibrar lo local con lo global; todas esas circunstan­cias le ayudaron al hombre que desde el domingo es el candidato presidenci­al más votado en la historia de México.

¿Cuál es ahora el desafío? En términos de Ortega y Gasset, salvar esas circunstan­cias que lo llevaron al poder. Es decir, transforma­rlas, regenerarl­as, superarlas. En ello le va la vida a AMLO, al próximo gobierno y a todo el país. M

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