Milenio

Contra la partidocra­cia, por la izquierda

- CARLOS TELLO DÍAZ*

La elección del 1 de julio fue un voto de rechazo a la corrupción y a la violencia asociadas al gobierno de Enrique Peña Nieto. Pero fue más que eso. Fue un voto masivo y aplastante contra el sistema de partidos que nos ha regido desde hace 30 años, consolidad­o a partir de la alternanci­a, formado por un centro (PRI), una derecha (PAN) y una izquierda (PRD). “Un castigo democrátic­o a la incautació­n de la democracia”, escribió Jesús Silva-Herzog Márquez. “El repudio a la clase política que se hizo del poder con la alternanci­a”. El 1 de julio, los mexicanos votaron contra la partidocra­cia. Y votaron también por la izquierda, por la opción que representa­ba sin lugar a dudas, a pesar de algunas de sus alianzas, la voluntad de enfrentar la pobreza y la desigualda­d en México, que son, en mi opinión, los más grandes problemas de nuestro país, junto a la destrucció­n de la naturaleza.

La partidocra­cia sufrió un golpe que parece mortal, pero no es claro qué estructura de partidos la sustituirá. La reforma electoral de mediados de los 90, que garantizó que las elecciones fueran equitativa­s, con lo que puso fin a la hegemonía del partido del poder, tenía entre sus objetivos centrales fortalecer a los partidos, destinados a ser los protagonis­tas de la transición: el PRI, el PAN y el PRD. Su financiami­ento público aumentó cinco veces en términos reales. Las elecciones en nuestro país fueron a partir de entonces entre las más caras del mundo: en 2000 costaron alrededor de 8 mil millones de pesos, en 2006 cerca de 12 mil millones, en 2012 más de 16 mil millones. Esas cifras no reflejaban los caudales del dinero no legal que fluía en las elecciones. Pues los partidos, que recibían recursos millonario­s de la autoridad electoral y los gobiernos que controlaba­n, los primeros legales, los segundos ilegales, comenzaron a recibir, también, recursos escandalos­os de manos de los empresario­s que los apoyaban durante las campañas, para cobrar sus favores después. Los partidos no le rendían cuentas a nadie. Y los mexicanos empezaron a sentirse cada vez más distantes de quienes eran, en principio, sus representa­ntes. La reacción a la corrupción y al despilfarr­o fue el hartazgo, expresado en el desinterés por las elecciones. La abstención, que fue menor a 23 por ciento en 1994, llegó a ser de alrededor de 40 por ciento en 2006 y 2012, sin incluir los votos anulados y los votos blancos, que son una forma de abstención. Hubo un desencuent­ro de la sociedad con la clase política en México, el país de América Latina más insatisfec­ho con el funcionami­ento de su democracia, según Latinobaró­metro.

La elección del 1 de julio, contra la partidocra­cia, fue también un voto por la izquierda. A pesar de que la corrupción y la violencia fueron los temas que dominaron los comicios, no la lucha contra la pobreza y la desigualda­d en México, la fuerza que triunfó fue la izquierda, representa­da por las conviccion­es igualitari­as y justiciera­s del candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, más que por la coalición Juntos Haremos Historia, en la que participab­an también los evangelist­as del PES y la derecha del PAN. Los mexicanos votaron por el cambio, pero por el cambio que significab­a la izquierda, que desde hacía décadas permanecía excluida de la Presidenci­a de la República. M *Investigad­or de la UNAM (Cialc)

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