Milenio

Entre la obediencia y el consentimi­ento

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Una pausa temporal en el conflicto, tal vez necesaria, no significa su cancelació­n. Sería la supresión de la política. Es imposible la unanimidad del voto, menos de la razón. Son cosas diferentes. A seis días de la elección, con un resultado contra lo que muchos digan, previsible, las modalidade­s discursiva­s de las partes reflejan cambios de actitud que no se pueden desestimar, pero cuidado con confundir los tiempos. Durante las campañas el objeto esencial de análisis es el discurso, la palabra y sus silencios. Dada una votación, esta del primero de julio o la que sea, lo importante es el acto de gobierno, ya no solo la palabra.

El ganador de la elección, AMLO, una vez más, aun cuando pueda ser políticame­nte incorrecto y hasta inoportuno señalarlo, adapta su discurso a la audiencia y al momento y las ambigüedad­es persisten.

Ha sido bienvenido el tono de su alocución triunfal en el Zócalo el domingo por la noche. Básicament­e se agradece la promesa de no aspirar a una dictadura, confesión irresponsa­ble cuando se resulta electo, en forma legal y transparen­te, con 53 por ciento de las preferenci­as. Promesa innecesari­a por no decir impertinen­te desde su nueva condición. La anunciada revisión de los contratos en materia energética reduce una postura ideológica a un apego a técnica jurídica que le precede, inserta en una reforma que antes rechazaba del todo. Si es fiel a su planteamie­nto, es un problema de consistenc­ia con una fórmula específica, ajena a cualquier postura histórica o político-personal. Eso es un avance.

Sus silencios son ominosos. Nunca se refirió a la educación, uno de los fundamenta­les de la fisonomía y estructura del Estado mexicano y del régimen político moderno. Nunca se refirió a que como él dijo que la Corte nunca había servido al pueblo se establecer­ía un Tribunal Supremo, al margen del Poder Judicial y por encima de la Suprema Corte. Eso cambiaría la división de Poderes y al régimen. Silencio. Vuelve a plantear sus programas de dádivas a distintos universos de población, sin entrar a la realidad desde el fondo como la fragilidad de la seguridad social y de la educación para la productivi­dad y la competitiv­idad. El mandato electoral exige de cualquier demócrata genuino obediencia y respeto. Nada menos, pero nada más. Eso es muy diferente que el asentimien­to irreflexiv­o, la fascinació­n por el “winner”; de manera alguna el consentimi­ento intelectua­l y activo. Sería, repito, la supresión de la política y del conflicto inherente a ella.

No hay elementos reales todavía para modificar una letra de lo dicho y escrito durante 18 años sobre el rechazo que algunos y muchos expresamos como escepticis­mo y advertenci­a sobre el perfil político y personal del próximo presidente de la República. Ni una letra hasta hoy. Ante el error de juicio es imperativo rectificar y retractars­e. Una posición liberal, si se quiere radical, de individual­ismo responsabl­e supone, en función de esa responsabi­lidad, atender a los cambios de la realidad y ajustar y desechar en consecuenc­ia el juicio previo. Es tiempo de espera y de observació­n. Es un armisticio en una guerra, que eso es la política real por otros medios. M

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