Entre la obediencia y el consentimiento
Una pausa temporal en el conflicto, tal vez necesaria, no significa su cancelación. Sería la supresión de la política. Es imposible la unanimidad del voto, menos de la razón. Son cosas diferentes. A seis días de la elección, con un resultado contra lo que muchos digan, previsible, las modalidades discursivas de las partes reflejan cambios de actitud que no se pueden desestimar, pero cuidado con confundir los tiempos. Durante las campañas el objeto esencial de análisis es el discurso, la palabra y sus silencios. Dada una votación, esta del primero de julio o la que sea, lo importante es el acto de gobierno, ya no solo la palabra.
El ganador de la elección, AMLO, una vez más, aun cuando pueda ser políticamente incorrecto y hasta inoportuno señalarlo, adapta su discurso a la audiencia y al momento y las ambigüedades persisten.
Ha sido bienvenido el tono de su alocución triunfal en el Zócalo el domingo por la noche. Básicamente se agradece la promesa de no aspirar a una dictadura, confesión irresponsable cuando se resulta electo, en forma legal y transparente, con 53 por ciento de las preferencias. Promesa innecesaria por no decir impertinente desde su nueva condición. La anunciada revisión de los contratos en materia energética reduce una postura ideológica a un apego a técnica jurídica que le precede, inserta en una reforma que antes rechazaba del todo. Si es fiel a su planteamiento, es un problema de consistencia con una fórmula específica, ajena a cualquier postura histórica o político-personal. Eso es un avance.
Sus silencios son ominosos. Nunca se refirió a la educación, uno de los fundamentales de la fisonomía y estructura del Estado mexicano y del régimen político moderno. Nunca se refirió a que como él dijo que la Corte nunca había servido al pueblo se establecería un Tribunal Supremo, al margen del Poder Judicial y por encima de la Suprema Corte. Eso cambiaría la división de Poderes y al régimen. Silencio. Vuelve a plantear sus programas de dádivas a distintos universos de población, sin entrar a la realidad desde el fondo como la fragilidad de la seguridad social y de la educación para la productividad y la competitividad. El mandato electoral exige de cualquier demócrata genuino obediencia y respeto. Nada menos, pero nada más. Eso es muy diferente que el asentimiento irreflexivo, la fascinación por el “winner”; de manera alguna el consentimiento intelectual y activo. Sería, repito, la supresión de la política y del conflicto inherente a ella.
No hay elementos reales todavía para modificar una letra de lo dicho y escrito durante 18 años sobre el rechazo que algunos y muchos expresamos como escepticismo y advertencia sobre el perfil político y personal del próximo presidente de la República. Ni una letra hasta hoy. Ante el error de juicio es imperativo rectificar y retractarse. Una posición liberal, si se quiere radical, de individualismo responsable supone, en función de esa responsabilidad, atender a los cambios de la realidad y ajustar y desechar en consecuencia el juicio previo. Es tiempo de espera y de observación. Es un armisticio en una guerra, que eso es la política real por otros medios. M