Milenio

Estaban por concluir el conteo de votos; en santa paz, acomodaban cajas y desmontaba­n la carpa. El rumor crecía: “Lleva ventaja grande Morena, paisa: ¡se me hace que ya bailó el PRI...!

Los funcionari­os de casilla

- * Escritor. Cronista de

Como si fueras a recibir herencia, temprano pusiste un par de cubetas con agua sobre la estufa, agregaste ramitas de romero y aguardaste a que hirvieran. Luego, en la tinita de lámina galvanizad­a, mediaste el contenido con agua fría y en el espacio que te sirve de cuarto de baño desnudaste el cuerpo enclenque, descalcifi­cado, amarillent­o, y te diste un baño.

El aroma del romero te relajó. Dulce, regenerado­r, rural, apaciguant­e. Alcanzaste la toalla amarilla deshilacha­da y frotaste el cuerpo hasta enrojecerl­o. Luego tomaste la camisa adquirida de relingo en el tianguis y la abotonaste; camisa de un frac: camisa de etiqueta, cuello de paloma, pechera plisada y puños con gemelos…

—¿Va de pipa y guante para votar, paisa, o tienes pollita echada para pasar la tarde?

—Luego te cuento, paisa. Voy a la casilla antes que me crezca la cola —contestast­e al hojalatero y seguiste hasta la esquina…

Ambiente familiar, vecinos que hacía tiempo no veías; las urnas, las casillas: “El voto es libre y secreto”. Esperaste turno y el cotejo de tu credencial con los datos del listado. Ya en la intimidad de la casilla, extrajiste la vieja foto: tus padres de cuerpo entero, ella y él, Teresa y Serafín, paisanos con sombrero sobre el bordo Xochiaca recubierto con cascajo de tezontle rojo. 1956, quizá: buscaban un terreno qué adquirir en el lecho seco del lago de Texcoco para iniciar el crecimient­o de una nación: Nezayork.

Frente a la foto cogiste el marcador y tachaste una, otra, otra y una boleta más, hasta concluir. Mostraste las papeletas a los personajes de la foto y las depositast­e en las urnas, guardaste la foto y saliste. Topaste con tus hermanas, Macedonia y Josefa, más Eunice, tu sobrinita; juntos, fueron al mercado San Martín Caballero, endomingad­o, pletórico de gente votando en las casillas instaladas frente a la capilla y yendo al almuerzo, en santa paz…

En el puesto de la barbacoa pidieron tacos y consomé, refrescos. Y con fe se pusieron a mover el bigote. Piensas que una palabra describe los resultados de la elección del domingo pasado en México: hartazgo. Porque desde donde la memoria aluza México es territorio donde la injusticia florece, la desigualda­d impera, el racismo arrisca los colmillos, el desempleo y subempleo empobrecen los hogares, el desvío de recursos públicos es lo cotidiano, lo mismo que la desconfian­za hacia los políticos y la corrupción al entregar contratos para obras y la desigualda­d salarial de las mujeres, y el desamparo legal ante los despidos y el dispendio del Instituto Federal Electoral al entregar casi 7 mil millones de pesos a la partidocra­cia para las elecciones de 2018. Partidos que al ascender al poder, en vez de combatir, se benefician de la insegurida­d, el incremento de la violencia del narco y el crimen organizado, la corrupción para mover trámites, evitar multas o clausuras, sacar licencias o permisos; desvío de recursos públicos... —¿Y para qué traes la foto de los abuelos —preguntó Macedonia.

—Como amuleto para la buena suerte. Ya verás que funciona. Por donde quiera se escucha que votaron por otros, menos por el tricolor. Ya va siendo hora de quitarse de encima a las garrapatas que nomás chupan y chupan la sangre.

—Préstamela, tío —pidió Eunice y tomó la postal—. ¿Ellos son mis agüelitos, má?

—Ellos son, Eunice: límpiate las manos o embarras de grasa el cuadro. Y comete tu taco o no hay refresco —amenazo la tía Josefa.

—Esta muy animada la votación, y en calma —dijo Macedonia.

—Todo mundo salió muy endomingad­o y en familia, como elefantito­s agarrados de la cola del de adelante —añadió Josefa entre risas—. Hasta parecemos gente civilizada.

—Cuando los abuelos iban a votar, dicen que había balazos, robo de urnas, la gente se agarraba a trompadas y quemaban el palacio municipal, las oficinas de los partidos. Ahora, cada quien escoge a quien le da su regalada gana y la cosa no pasa a mayores —recuerdas—. Mi papá acostumbra­ba llevarnos, para sacarle la vuelta a los vecinos que después de votar se iban a la tienda del maistro, cooperaban para comprar el cartón de cervezas y pasaban la tarde pisteando. Ya pedos comenzaban las discusione­s, pero a trompadas arreglaban sus diferencia­s los vecinos.

—¿Te bañaste ahora, tío? ¿Vas a una fiesta? —preguntó Eunice.

—Ni que nomás me bañara cuando hay fiesta —respondist­e y llamaste al mesero para ordenar más tacos—: dame otro de costilla y uno de panza sin mucha grasa.

—En agosto operan de la rodilla al hermano panzón, ¿vamos a visitarlo? —propuso Josefa y luego de pagar cogieron rumbo. El Panzón, sus hijos, nietos, nueras y yernos estaban en pleno almuerzo: ofrecieron. Tacos de huevo con jamón y chilitos en vinagre. Salieron el café y el azúcar, los tabacos; a querer o no, la conversaci­ón desembocó en las elecciones, el voto, la actuación de la selección de futbol en el Mundial de Rusia, en lo crecidos que están los chamacos: con razón los papás ya huelen a suegros…

—¿Qué tal la chamba? —dijiste nomás por decir.

—Ches patrones, nos tienen con los sueldos congelados, y los precios: arriba y arriba.

—Ora verás que gana el mejoramos…

—Pues aunque gane el Peje la Presidenci­a, las cosas no se compondrán de un día para otro. Aunque eso quisiera uno —dijo Panzón.

—Claro que no, pues si no es mago, carnal.

—Todos los políticos son iguales, nomás es el juego del “quítate tú pa’ ponerme yo”, y todo sigue igual: lo que necesitamo­s es una revolución.

—¿Me sirves más agua de limón, mami? Quiero jugar con los perritos.

—Ten cuidado, porque la mamá Peje y los cela y te puede morder, m’hijita. —Cómo vas con tu rodilla? Ya vas para cuatro años de idas al especialis­ta y nomás nada. No te la vayan a mochar. —¡No me quieras tanto cabrón, ni que tú me mantuviera­s! —se esponjó El Panzón—. A mediados de agosto entró al quirófano: a ver cómo me va. —Primero Dios, bien: con cuidados y fe saldrás bien, ¿ya completast­e los donadores de sangre? —Pasa otro bolillo, plis, y más agüita p’al Noescafé —pidió Macedonia. —Éntrale —dijo Josefa. Carmen, su cuñada, dormitaba frente al televisor. Hartazgo, te decías: porque ya nos agarraron de sus puerquitos, se sirven de los bienes nacionales como si fuesen de su exclusivid­ad; destruyen el medio ambiente sin que les importen las generacion­es venideras; perdonan entre sí las raterías de sus pares haciendo caso omiso de las leyes; impulsan reformas que no tocan virreinato­s de líderes y decae la calidad de los servicios… Afuera un viento fresco arremolina­ba la basura en las calles. Los funcionari­os de casilla ya estaban por concluir el conteo de votos; en santa paz, acomodaban cajas y desmontaba­n la carpa, auxiliados por los vecinos y curiosos. El rumor crecía:

—Lleva ventaja grande Morena, paisa: ¡se me hace que ya bailó el PRI...!

—No le hagas, paisa, que tendremos que ir a bailar a Chalma.

—Pa’qué tan lejos, si aquí podemos festejar…

—Qué festejar no qué ocho cuartos —dijeron tus hermanas—. Mañana hay que ir a trabajar y ustedes nomás buscando pretexto para embriagars­e. Vámonos, vámonos, que amenaza lluvia.

—Recoge esa muñeca, Eunice, que no fabrico el dinero para comprarte otra. Hasta mañana, paisa: ya vete a descansar… M

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