Vosotros, el pueblo
Trump vuelve a superarse y ha traspuesto un nuevo límite con la monstruosa práctica de separar a padres de sus hijos, mientras el mundo observa, tiene que estar presto a llamar a cuentas al tirano, antes de que ocurra una tragedia
“Consideramos evidentes las siguientes verdades: todas las personas han sido creadas iguales y el Creador les ha dado derechos que les son inalienables; entre estos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Luego, siempre que un gobierno se vuelva adverso a dichos principios, el pueblo tiene el derecho (y la obligación) de cambiarlo o abolirlo e instituir un nuevo gobierno”. Preámbulo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos de América.
Afines de los años 90 del siglo pasado, un libro levantó ámpula y provocó una exaltada controversia. La obra en cuestión, Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust (Los verdugos voluntarios de Hitler), del historiador estadunidense Daniel Goldhagen, intentó refutar la exoneración de la responsabilidad del pueblo alemán como colectivo frente al genocidio perpetrado por la Alemania nazi contra judíos, romaníes, socialdemócratas, homosexuales, discapacitados, eslavos y demás “razas inferiores”, según el macabro plan esbozado por Adolfo Hitler en su Mein Kampf. Goldhagen sostenía que los alemanes no solo supieron del Holocausto, sino que lo habían apoyado entusiastamente.
En el debate posterior, no hubo medias tintas: la obra de Goldhagen obtuvo un éxito de ventas clamoroso, pero fue recibida con indisimulada hostilidad por la crítica especializada, que calificó su acusación a un pueblo entero de simplista, generalizadora y ahistórica. En última instancia, lo que se cuestionaba se reducía a una sola pregunta: ¿puede un pueblo entero ser acusado de una masacre?
Hubo quienes alegaron entonces como descargo de la culpa colectiva, una suerte de obediencia debida, es decir, la imposibilidad de desacatar unas órdenes concluyentes bajo un régimen totalitario y homicida como lo fue la Alemania nazi, donde los hijos denunciaban alegremente a sus padres y donde el Estado ejercía un control y un terror omnímodos, a los que no escapaba nadie. Otros más, por el contrario, concurrieron con Goldhagen, en la idea de que el pueblo alemán no pudo haber