¿Qué hacer con López Obrador?
Nada como vivir un sueño y mejor cuando lo imposible se ha hecho realidad, una épica de hechos, lágrimas, tropiezos y logros que se vuelven hazaña cuando el triunfo es acompañado de la voluntad mayoritaria de pobres y ricos...
Las élites, penosa e impúdicamente, en el ejercicio de acomodarse; no había necesidad, pero así es, los intereses no tienen ideología, tampoco vergüenza, ya no digamos dignidad
“Nadie puede abrir semilla en el corazón del sueño” Leyenda del Tiempo. Camarón de la Isla
López Obrador vivió el sueño de ser presidente. En el anhelo le acompañaron muchos otros. Nada como vivir lo aparentemente inalcanzable. Si García Márquez hubiera nacido en Macuspana, seguramente su realismo mágico hubiera acrecentado su inmortal y genial obra. Tabasco es mágico, su geografía, sus personajes, sus luchas, sus historias, reales o irreales ficciones. Mundo fantástico de ese espacio ahora en demasía poblado por criminales sanguinarios que dan crédito a eso de la vida no vale nada, lugar singular de esa real pesadilla de violencia desbordada y mucho antes, cuando el prócer era solo para su madre promesa, tierra de poetas magistrales como Carlitos Pellicer y el siempre joven José Carlos Becerra.
Nada como vivir un sueño y todavía mejor cuando el éste se desborda en pincelazos de que lo imposible se ha hecho realidad. Una épica de hechos, lágrimas, tropiezos y logros que cobra condición de hazaña en la noche en que se anuncia que el triunfo es acompañado de la voluntad mayoritaria de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pobres y ricos, ilustrados y no tanto. Lo abrumador de esa voluntad alude a la cadena de ilusiones perdidas, de desencantos regateados, de coraje para sobreponerse de la adversidad. Por fin se recrea en el imaginario colectivo el regreso de Quetzalcóatl. Se vota no por la democracia liberal, tampoco por la coalición integradora del pluralismo, el sufragio inequívoco es por el régimen de un caudillo.
Las élites, como siempre, penosa e impúdicamente, en el ejercicio de acomodarse. No había necesidad, pero así es. Los intereses no tienen ideología, tampoco vergüenza, ya no digamos dignidad. No advierten que lo que más necesitará el país y el próximo mandatario es crítica honesta, razonada y valiente. Eso mejor a desdecirse y apostar a que quien ganó no haga lo que dijo que haría de llegar a la Presidencia.
En la oposición partidaria se sacan los cuchillos largos. No se trata de saldar cuentas, ni siquiera de dar curso a la ira, espectáculo que humilla a todos. En el PRI es la impudicia por arrebatar lo poco que queda. Por igual evoca e invoca a los que no pudieron, tampoco quisieron y a los que ahora en la desmemoria de su interesada complacencia se hacen pasar por sentenciadores. En esta escena de bajeza y autohumillación, destaca la del señor Gamboa, una vergüenza mayor de quien comía del mismo plato de quien le benefició en exceso y que ahora le echa en cara lo que mal hizo y no hizo.
Así es la política y más en este lugar de anhelos extraviados y de pérdidas reales, generosa y obsequiosa en extremo con el ganador, miserable con el perdedor. Sin embargo, lo importante es lo que viene, no lo que ocurrió. El PRI y el PAN tendrán tiempo para entender y entenderse. Difícil que ocurra, al menos el segundo sabe vivir en la oposición, el primero tendrá que reinventarse si quiere transitar al futuro, complicado no solo por el tamaño del repudio social, sino por la incapacidad para hablar y pensar con honestidad. Así es porque la realidad y el mañana, desde hace tiempo, por culpa propia, les ha dado la espalda.
Andrés Manuel, para ser buen presidente lo que requiere es crítica, no la del hígado o la del prejuicio, sino la que haga entender que México es un país plural, que requiere soluciones no promesas, un gobierno que entienda los límites del poder y la convicción, más allá de lo que señalaron los votantes el pasado 1 de julio, de que el país no puede ser el de un solo hombre.
Los empresarios, los medios y muchos otros están en lo suyo, algunos por convicción, otros por interés, algunos más por miedo. Nada como decir con claridad lo que se piensa, cree, preocupa y quiere. Están bien las adhesiones y el reconocimiento, honesto o interesado, pero por la ausencia de los contrapesos es imprescindible la reserva, el escrutinio, la libertad de decir y disentir.
Con el triunfo arrollador de López Obrador y de Morena queda claro qué es lo que no se quiere y que sea el otrora intransigente opositor, el depositario de la confianza ciudadana para que dirija al gobierno y represente al Estado mexicano. Lo que no es evidente es el aval a mucho de lo que propone. Además, para efectos del ejercicio del gobierno lo difícil no son los propósitos, sino los medios para lograrlos.
López Obrador requerirá de lo que ahora no se advierte: una oposición, formal e informal, sensible e inteligente. Lo necesita él y sobre todo el país que habrá de gobernar. Por sus modos y formas, seguramente será un presidente popular, pero el juego del poder no es ese, de lo que se trata es ser eficaz, cumplir con su tiempo y el de los mexicanos que vienen. Todo por verse. M