La gran fiesta democrática
Muchos comentaristas políticos, como casi todo mundo, han estado tan sorprendidos por el tamaño de la victoria de López Obrador, que lo único que han acertado a decir es que ha sido “una gran fiesta democrática” y “un hecho histórico”. A riesgo de parecer aguafiestas, me permito disentir de tales aseveraciones. Sobre todo porque no me parece que México haya pasado ninguna gran prueba democrática o electoral. ¡Que los perdedores hayan aceptado su derrota me parece lo menos que se podía esperar, cuando la ventaja del ganador sobre su más cercano perseguidor fue de 30 puntos! Que el ganador, que siempre cuestionó a las instituciones electorales y puso en duda la legitimidad del sistema, haya aceptado graciosamente su triunfo y hasta se manifieste magnánimo y conciliador, tampoco me parece una victoria de la democracia. El verdadero triunfo de la democracia electoral, el que se puede celebrar como una fiesta, es cuando los perdedores aceptan su derrota, aún si ésta es por un porcentaje mínimo. Que ahora López Obrador aparezca como un demócrata solo porque arrasó en las elecciones, es una confusión y un espejismo. No soy el primero en decirlo: la prueba de que Morena no se ha convertido en un partido realmente democrático es Puebla. Allí perdieron y no por poco, pues cuatro puntos porcentuales son muchos votos y, sin embargo, emplearon la violencia e hicieron acusaciones falsas para forzar un resultado adverso. Si no fuera porque a escala federal esa estrategia local no les convenía, quién sabe hasta dónde habrían llegado. Así que, me van a disculpar, pero para mí la verdadera prueba de la democracia será cuando Morena acepte los resultados de su eventual derrota, que sin duda algún día llegará.
La democracia contemporánea, además, es mucho más que una jornada electoral. Supone sobre todo la consolidación de un sistema de toma de decisiones que garantice a todos sus derechos, independientemente de las mayorías, las cuales por supuesto tienen el derecho a marcar el rumbo de las instituciones gubernamentales y políticas públicas, pero nunca en detrimento de los derechos de todos aquellos que son o quedaron en minoría. Por eso tampoco me tranquilizó escuchar a los comentaristas esperar que se respeten los derechos políticos (como el de expresión o de disenso) y luego oír a los ganadores que se garantizarán. Eso debería de ser obvio y asumirse como intrínseco de cualquier sistema democrático. M