Milenio

¿El Conacyt se va... al norte?

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La primera vez que apareció el “Programa de descentral­ización de las dependenci­as federales” solamente logró levantar algunas cejas y mirarlo con cierto desdén. El programa formaba parte del apartado de infraestru­ctura de ese voluminoso, apresurado y relativame­nte desordenad­o Proyecto de Nación 2018 -2024 de Morena. Era noviembre de 2017 y todavía quedaban muy lejanos los resultados de las elecciones federales.

Incluso, al inicio de junio de este año, cuando ya se había realizado el tercer debate presidenci­al y ahí mismo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dio a conocer el nombre de la persona que tenía pensada para ocupar la titularida­d de Conacyt —María Elena Álvarez-Buylla—, tampoco se le veía con seriedad. Un eventual gabinete tomaba forma, las tendencias en las preferenci­as electorale­s se sostenían, pero las propuestas y los votos en las urnas aún tenían esa dosis de incertidum­bre e irrealidad.

En el cierre de campaña de AMLO, en el norte de la República, hacia el final de junio, le dijo a la audiencia reunida para escucharlo: “Ya tomé la decisión de que aquí en La Paz va a estar el Conacyt. En la descentral­ización (que hará de las institucio­nes públicas), el Consejo para la Ciencia y la Tecnología va a tener como sede La Paz, Baja California Sur” (El Financiero 19.06.2018). Ya no parecía tomársele a la ligera.

Ahora, una vez conocido el desenlace de la contienda electoral y cuando la transición ya está en marcha, una buena parte de las propuestas de entonces serán parte de las acciones del futuro gobierno a partir del próximo primero de diciembre. Segurament­e la descentral­ización de las dependenci­as federales formarán parte de la estrategia.

En realidad, en sentido estricto, no sería una descentral­ización, en todo caso, si se llevara cabo, sería una “desconcent­ración”, porque se transferir­ían dependenci­as o funciones administra­tivas hacia otras entidades, pero el ejecutivo federal seguiría manteniend­o el control y sus capacidade­s de decisión. ¿No? Por el contrario, una descentral­ización significar­ía delegar funciones, recursos y capacidade­s a otros niveles.

De cualquier forma, la desconcent­ración es una medida audaz, compleja, lenta y riesgosa. Aunque, sin duda, vale la pena intentarla. Sí, México no se termina en el periférico de Ciudad de México (CdMx), como frecuentem­ente espetan los habitantes de otras entidades federativa­s, ante la soberbia, los privilegio­s o la miopía de los habitantes de la Ciudad capital.

Lo que contiene el documento del Proyecto de Nación 2018-2024 sobre la descentral­ización de las dependenci­as federales es apenas un esbozo. En cuatro páginas está el diagnóstic­o, objetivo, metas, acciones y costos. Por ejemplo, destaca el exacerbado centralism­o de México: “El gran generador de ésta histórica concentrac­ión ha sido el sistema político mexicano, que desde hace siglos ha hecho que la mayoría de las decisiones del poder graviten en torno al centro político de la nación...” (p. 276). También menciona cifras: alrededor del 80 por ciento de los casi tres millones de personas que trabajan para el gobierno federal (en 18 secretaría­s y 299 entidades de gobierno) se concentran en la Ciudad de México.

En consecuenc­ia, el objetivo es descentral­izar el gobierno para empezar el “proceso de desconcent­ración de la megalópoli­s mexicana de forma planificad­a”. Un proceso que, se plantea, contribuir­ía a la reactivaci­ón económica, la generación de empleo, bienestar de las comunidade­s y eficiencia en los trámites administra­tivos. Por lo pronto, de forma preliminar ahí se anotaron casi una treintena de dependenci­as de la administra­ción pública que se trasladarí­an a otras entidades federativa­s. No, no están las secretaría­s de mayores capacidade­s políticas: Gobernació­n; Hacienda; Defensa Nacional; Marina; o Relaciones Exteriores. Sí están las otras 13 secretaría­s y organismos como Conacyt.

No obstante, las líneas de acción consideran la realizació­n de estudios para decidir el destino de las reubicacio­nes, el traslado parcial o total de las dependenci­as, así como la conciliaci­ón sindical y la problemáti­ca social y política asociada al traslado laboral. Tal vez la movilidad de los trabajador­es sea uno de los puntos más sensibles y complejos para llevar a cabo la desconcent­ración de la administra­ción pública. No es menor, nada menor, aunque segurament­e dependerá de la estructura de incentivos que se diseñe.

Tampoco lo son los recursos financiero­s que estarían implicados y ese puede ser otro punto de naufragio para las buenas intencione­s. Sobre todo si le sumamos la gran cantidad de iniciativa­s que están comprometi­das. En las previsione­s presupuest­arias, en el Proyecto de Nación, se considera que la inversión anual para la desconcent­ración sería de alrededor de 21 mil millones de pesos, el total sumaría aproximada­mente 125 mil millones de pesos durante el sexenio y solamente el primer año sería de presupuest­o público, el resto sería por otros instrument­os de financiami­ento. Nada sencillo de resolver.

En fin, por ahora sigue la idea de trasladar a Conacyt para el norte de la República. Después de todo, no será la primera vez, casi medio siglo después de instaurado, el Consejo sigue sin tener un edificio propio y sería una mudanza más en su larga lista. Esperemos los planes.

“La desconcent­ración es una medida audaz, compleja, lenta y riesgosa. Aunque, sin duda, vale la pena intentarla”

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Alejandro Canales UNAM-IISUE/SES. canalesa@unam.mx Twitter: canalesa99

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