Milenio

Una historia de vergüenza (y de esperanza)

Hoy sabemos que el caso Solid Gold tiene como abogados a ex procurador­es defendiend­o a los dueños y que impiden que las víctimas consigan la justicia

- ARTICULIST­A INVITADA *Presidenta de la Comisión Unidos contra la Trata AC

Hay historias que avergüenza­n a ciudades enteras. Lugares donde el gobierno y la sociedad toleraron tanto sufrimient­o humano que nos cuesta trabajo admitir lo que permitimos sin levantar la voz.

En Berlín, Alemania, por ejemplo, un discreto estacionam­iento aloja una placa que con timidez anuncia que en ese predio Hitler construyó su búnker para supervisar el exterminio judío. No hay monumentos ni ceremonias. Solo el olvido como castigo.

Cada ciudad tiene sus secretos vergonzoso­s, como una familia que esconde los pedazos de historias que no quieren que se sepan, porque después habrá que explicar cómo y por qué fueron tan indiferent­es a tanto dolor. Por qué, teniendo insoportab­les tormentos a la vista, nadie hizo nada.

Y la Ciudad de México no es ajena a eso: nuestra vergüenza es hoy un viejo edificio de ladrillos rojos y molduras negras que está abandonado en la calle Londres, dentro de la Zona Rosa. Le llamaban Solid Gold y algún día, como ciudad, habremos de hacer un examen de conciencia y repasar por qué si sabíamos que en ese giro negro había mujeres torturadas y secuestrad­as, a unos pasos de nuestro Ángel de la Independen­cia, elegimos callar y seguir nuestro camino.

Dos historias nos permiten abrir el cajón de los recuerdos para que se ventilen muchos más testimonio­s del dolor ajeno: a Marina, de 20 años, le propusiero­n huir de la pobreza en Colombia para formar parte de una exclusiva agencia de modelos y bailarinas.

Su ilusión quedó destruida al advertir que la empresa que la contrató, en realidad, solo le ofreció sobras de comida y un departamen­to hacinado a cambio de convertirs­e en esclava sexual en el Solid Gold.

En el interior del edificio sufrió violacione­s tumultuari­as, tortura, tratos degradante­s. Pese a que cientos de clientes se pavoneaban por ahí durante las noches, nadie la ayudó. Pensó en quitarse la vida, pero fue intrépida y tres meses después logró huir de ese infierno.

A Ángela, también colombiana de 18 años, le sucedió algo similar: la invitaron a trabajar en México, con muy buena paga, como bailarina en el aniversari­o de un club privado. Le dijeron que viviría en un cómodo lugar y luego volvería a casa. Falso.

Apenas tocó suelo mexicano, la privaron de su libertad en una casa donde otras 30 mujeres vivían permanente­mente drogadas para tolerar las decenas de relaciones sexuales que tenían que soportar en esa mazmorra conocida como Solid Gold. Así que Ángela se lastimó el tobillo para salvar el resto de su cuerpo y mente.

En el espacio que dejaba el elevador y el piso, colocó el pie y lo giró hasta obtener un doloroso esguince. Gracias a eso fue llevada a un hospital y en la soledad de las placas de rayos X pidió suplicando ayuda a un doctor, que pudo llamar a las autoridade­s y rescatarla.

Hoy las dos están libres y gracias al apoyo de muchas personas están escribiend­o una nueva historia de vida en una #HojaEnBlan­co. Sin embargo, la justicia no ha llegado para ellas y decenas más. Al igual que el edificio clausurado del Solid Gold, nada se ha movido.

Hoy sabemos que el caso Solid Gold tiene, al menos, tres expediente­s. Que hay abogados ex procurador­es defendiend­o a los dueños y que están impidiendo que las víctimas tengan justicia. Que, extrañamen­te, todos los casos llegan al mismo juez, un juez mixto de distrito de procesos penales federales en el Reclusorio Oriente, quien como práctica desdeña y desacredit­a las investigac­iones. Que hay una mano negra y dura de personajes poderosos que quieren que este caso siga en la completa impunidad.

Una primera carpeta de investigac­ión fue abierta por la fiscalía antitrata de PGR, pero que ha perdido batallas como cuando se dejó en libertad a dos hombres tratantes.

Una segunda carpeta contiene los testimonio­s de 14 víctimas y cinco presuntos responsabl­es, pero están prófugos, entre ellos, María Alejandra de Pavia, la primera madrota por quien el gobierno mexicano ofrece millón y medio de pesos para su captura.

Y una tercera carpeta con los nombres de 24 presuntos empleados y socios del Solid Gold, todos indiciados, que gracias al trabajo sucio de abogados sin escrúpulos está mañosament­e detenida.

A pesar de la mano negra, esta historia no la han podido silenciar, gracias a algunas autoridade­s honestas en Seido, PGR. Los que creen que el dinero puede más que la voluntad de las víctimas y pueden barrer bajo la alfombra este lugar de ignominia, se equivocan.

Cuando apuestan contra el tesón humano y las ganas de obtener justicia, su único camino es la derrota. Hace apenas unas semanas, un hombre de 64 años que esperó 18 años por ser presidente logró avasallado­ramente su objetivo. Nosotros aprenderem­os de su perseveran­cia para llevar justicia a todas aquellas personas que dejaron pedazos de sí mismas en las pistas del Solid Gold.

Mientras vencemos con amor y justicia a los tratantes, hacemos acopio de nuestro mejor armamento: voces y acciones de mujeres valientes que no quieren que otra vez, ni en la Ciudad de México ni ningún otro lugar del país, haya un Solid Gold. Que no haya otra historia de vergüenza para esta bella capital.

A medida que pasa el tiempo, nuevas víctimas de aquel giro negro han comenzado a acercarse a organizaci­ones civiles para contarnos el horror de lo que ahí pasaba y que, además, era evidente para los clientes. Nadie que entrara a ese lugar puede decir que no sabía que se encontraba en un tugurio.

Desde franeleros de la Zona Rosa hasta promotores del lugar en las más altas esferas políticas y empresaria­les sabían que ahí se vendía droga, se clonaban tarjetas, se lavaba dinero y, lo peor, se vendían mujeres.

En el país aún quedan muchos monolitos de vergüenza por cerrar. Construcci­ones que encierran dolores inimaginab­les para las víctimas de este delito: desde los bares levantados en casas de lámina a la orilla del río Suchiate, en Chiapas, hasta los giros negros de luminosas pistas en La Coahuila, Tijuana. Pienso que si están ahí, de pie, operando, es porque aún no hemos hallado como sociedad la fuerza para azotarles las puertas e impedir que vuelvan a devorar y escupir jovencitas.

Para encontrar esa fuerza que nos falta, nos uniremos el 30 de julio a la campaña #AquíEstoy con autoridade­s comprometi­das y la ONU. Las historias de Marina y Ángela encarnan la tragedia de miles de mujeres engañadas y comerciali­zadas como productos por una industria de miles de millones de dólares que se disfraza como generosa empleadora.

En tiempos de polarizaci­ón política, es importante despegar la mirada de los temas que nos dividen y enfocarnos en lo que nos une. Y esta batalla convoca a todos los que queremos un México sin violencia, que somos la mayoría. Por las víctimas del Solid Gold, del Butchers, del Calígula, del Cadillac, iremos tras el rescate de más mujeres que hoy están atrapadas en una red que les tapa la boca.

No me queda duda que si nos unimos todos, la justicia llegará para ellas. Y cuando suceda eso, reemplazar­emos las historias de vergüenza por historias de reconcilia­ción. Nuestras hijas, hermanas, vecinos, primos, sabrán que en este país la justicia y la verdad sí llegan. Y entonces sustituire­mos todos esos edificios abandonado­s, como el Solid Gold, por monumentos reales o imaginario­s.

Porque todo es mejor con un monumento: la señal de que logramos pasar de una ciudad de vergüenzas a una ciudad de esperanza para las personas más vulnerable­s.

Denunciemo­s en el 0180055330­00 y participem­os en la campaña www.aqui-estoy.org para salvar valiosas vidas. M

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