Milenio

Vivir en peligro

- ÁLVARO CUEVA

Aver, independie­ntemente de que es algo que aplica para todo el país, yo sí estoy preocupado por el tema del derrumbe en el centro comercial Artz Pedregal de Ciudad de México.

¿Por qué? Porque todo ahí estuvo sospechoso, porque no se ve que vaya a pasar algo y porque al rato se podría repetir.

Yo no tengo nada contra el progreso, de los edificios altos ni de que la gente deje de vivir en casas para mudarse a departamen­tos, pero creo que para todo hay lugares.

Artz Pedregal está en un espacio que, en cualquier otro lugar, estaría blindado para preservarl­o como patrimonio artístico y ecológico.

El pedregal era una zona maravillos­a con un valor estético monumental donde se hizo un trazo prodigioso y se construyer­on casas que, de tan hermosas, le dieron la vuelta al mundo en libros y películas.

Más allá de esto, está ubicado en un lugar donde tiembla, donde hay severas inundacion­es, al lado del Anillo Periférico, de su segundo piso y justo donde antes había algo parecido a una cañada.

¿Sabe usted lo que es una cañada, un abismo, una salida natural del agua inundada?

No puedo entender cómo, habiendo tantos otros lugares para construir, a alguien se le ocurrió retar a la naturaleza y levantar aquello ahí, pero me queda claro que no fue cualquier persona, que no fue cualquier empresa.

La razón es muy sencilla: al centro comercial Artz Pedregal se le construyó un acceso directo subterráne­o en pleno Anillo Periférico.

Ni la Basílica de Guadalupe ni el Auditorio Nacional ni el Estadio Azteca ni el Palacio de Bellas Artes ni el Zócalo, que son puntos de altísimo volumen y movi- miento en Ciudad de México, gozan de un beneficio de semejante categoría.

¿Qué fue lo que pasó en ese centro comercial? Y, peor tantito, ¿qué fue lo que pasó que, a pesar de tantos privilegio­s y de tener la tecnología y los recursos que se cuentan en el siglo XXI, se les vino abajo un pedazo de edificio?

Gracias a Dios no hubo muertos, pero yo no me quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si aquello hubiera estado lleno, si no se hubiera alcanzado a evacuar a tiempo o si se hubiera combinado con temblores, tormentas o con las mismísimas estructura­s del segundo piso del Anillo Periférico. Esto no es un tema solo de particular­es, es algo que nos atañe a todos, desde los vecinos del Pedregal hasta los gobiernos local y federal. Es un tema de seguridad.

¿Por qué nos hemos llenado de edificios donde antes solo se podía construir cierto número de casas?

¿Por qué se están construyen­do en terrenos tan extraños, involucran­do vialidades fundamenta­les y poniendo en riesgo la vida de tantas personas? ¿Quién va a responder por esto? ¿Se nos va a olvidar en dos o tres semanas?

¿Cuántas historias similares no están regadas a lo largo del territorio nacional?

Una cosa es un accidente o un atentado. Otra, muy diferente, lo que sucedió ahí.

Estoy muy preocupado por este tema porque todo el mundo habla de que se frenará esta clase de situacione­s, pero a lo más a que se llega es a detener, por unas cuantas semanas, la culminació­n de ciertas edificacio­nes y ya.

Al rato aquello vuelve a la normalidad mientras todos terminamos viviendo en el peligro. ¿O usted qué opina? M

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