Milenio

La magia de López Obrador

Los candidatos de Morena ganaron no por ellos ni su pertenenci­a partidaria, fue como efecto colateral del sufragio por AMLO; dice mucho del votante, pues los mexicanos no se guiaron por las propuestas ni el proyecto, sino por el salvador de la patria

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com o Twitter: @berrueto

Andrés Manuel López Obrador arriba al poder en condicione­s inéditas: un mandato mayoritari­o acompañado de una sólida mayoría parlamenta­ria. El resultado dice más del votante que del sistema de representa­ción. Los candidatos de Morena ganaron no por sí mismos, tampoco por su pertenenci­a partidaria, ocurrió así como efecto colateral del voto por López Obrador.

Dice mucho del votante porque no se votó por las propuestas, tampoco por el proyecto político del Morena, los mexicanos optaron por el salvador de la patria, por una persona que se cree habrá de tener la capacidad y el potencial para hacer realidad el cambio que se anhela. Es un voto por el poder mágico y su referente se llama López Obrador.

Así se asume él y así lo entienden quienes votaron por él y otros convencido­s por lo que han visto en las primeras semanas de su presidenci­a tan real como virtual. Ha cometido errores, pero no le han costado. Incluso, el que haya confrontad­o al INE por la multa a Morena, aunque impropio de su condición, quien ha salido perdiendo ha sido el INE en términos de credibilid­ad (http:// gabinete.mx/proyectos/espectativ­as-amlo).

No es ironía y tampoco exceso remitirse al poder mágico de López Obrador. Ninguno de los líderes que invoca como modelo lo tuvieron. Madero tuvo temprana reprobació­n ya en el poder. Juárez triunfador se debatía entre la crítica severa y la frontal hostilidad de sus correligio­narios liberales. Morelos nunca alcanzó el poder. A Cárdenas, arquitecto de la presidenci­a imperial, se le subestimó al inicio. Hay magia en López Obrador y esto remite más que a la historia, a la sicología social y a la cultura política del mexicano en su persistent­e anhelo por el regreso del Salvador.

Premoderno o posmoderno, según se quiera ver y entender. Lo primero, porque alude a los valores y sentimient­os mágicos; posmoderno, por su actualidad y porque no solo sucede al fracaso no de un régimen, sino también del paradigma de la democracia liberal. También premoderno porque el actor no es el ciudadano, es una abstracció­n llamada pueblo y una realidad concreta que es el líder.

La relación líder-pueblo no es la del ciudadano-gobierno; lo primero se resuelve en la emoción y en el discurso; lo segundo, en la desacredit­ada institucio­nalidad de partidos, Congreso, ley o funcionari­o electo. Por lo que se ha visto en estas semanas, López Obrador optará por lo primero, es su naturaleza, su condición política y más aún, el espacio natural que lo empodera y le da fortaleza.

Por un buen tiempo se puede vivir en la ilusión y la fantasía. Lo primero, porque es fácil remitirse al pasado inmediato como razón para explicar el desencuent­ro entre lo prometido y lo realizado. También porque muchos consideran que hay poco que perder… hasta que llegue lo inesperado o lo indeseable. El líder marcará ruta y ritmos, para ello también será fundamenta­l señalar enemigo.

El peligro de que el país degrade en el autoritari­smo no sería por el perfil intolerant­e y autocrátic­o del futuro presidente, más bien ocurriría por la inclinació­n de buena parte de la población, paradójica­mente más sus clases medias o ilustradas, de abrazar el pensamient­o y la respuesta mágicas. También por lo acomodatic­io de las élites, la falta de oficio liberal de los profesiona­les de la libertad de expresión y la crisis profunda de la oposición.

López Obrador requiere de un equipo que le ayude y lo ubique, que le apoye con su criterio propio y, si es preciso, su crítica. Pero más que eso el país requerirá de una oposición —formal e informal— inteligent­e, valiente y decidida. Lo que ocurre es un fenómeno inédito y llevará mucho tiempo para que México toque fondo y entienda que no puede ser el país de un solo hombre.

Se procesa el cambio de un régimen. Inicia el México de López Obrador, del caudillo que todo lo puede. Las expectativ­as son altas y el apoyo al líder es considerab­le, no tanto por el triunfo de su partido, sino por la adhesión convencida, decidida y profunda de muchos de quienes ven en él la solución a muchos de los males de la vida pública.

En este desafío, la oposición no ha actuado con acierto en su marginalid­ad. El PAN no encuentra ni siquiera claridad de diagnóstic­o que no sean obviedades, no hay proyecto ni sentido del reto que encaran. El PRI, peor, como si solo hubiera sido un tropiezo más, no advierten que la magnitud del repudio apunta al peor de los futuros; incurriero­n en el error de cambiar dirigencia cuando tiempo y reflexión es lo que más requieren. El PRD y sus afines, en proceso de extinción. La mesa puesta para la magia de López Obrador. M

El tabasqueño requiere, sin embargo, de un equipo que le ayude y lo ubique, que le apoye con su criterio propio y, si es preciso, su crítica

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Incluso quien ha salido perdiendo credibilid­ad en la polémica por la multa a Morena ha sido el INE.
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