Milenio

ÁNGEL DE LA MUERTE

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La memoria será siempre nuestra tabla de salvación. Abrazarnos a ella nos coloca en el camino para recobrar no solo la libertad sino algo mayor: eso que llaman dignidad, dixit Jorge Semprún. Así han sobrevivid­o millones de seres humanos a los peores espantos de la historia. Así escapó la humanidad del laberinto de horror al que la empujó el nazismo, y así también pudo llevarse a cuentas a varios de sus responsabl­es. Célebre fue el juicio en contra de Adolf Eichmann, iniciados los años 60, encontrado en Argentina por el Mossad israelí.

No sucedió los mismo con Josef Mengele, adscrito por Hitler a Auschwitz y donde llevaría a cabo inimaginab­les experiment­os médicos con los ahí recluidos y uno de los principale­s ejecutores de la solución final, quien logró “salvar el pellejo”, en la misma para entonces colaborado­ra Argentina, al menos para aquellos temibles criminales de guerra. Una superviven­cia que nos recuerda desde la novela Olivier Guez (Estrasburg­o, 1974), en la premiada con el Ranaudot francés, La desaparici­ón de Josef Mengele.

Fueron tres décadas las que vivió Mengele, el Ángel de la Muerte, como uno de los prófugos más buscados de la historia. Miembro de una acaudalada familia de Günzburg, desde muy joven se acercó a las SS, en su calidad de médico. Tras la derrota del fascismo, logra esconderse durante tres años en la campiña alemana, cosechando papas, para ser trasladado después a la Argentina de “provincian­os, ambiciosos y revanchist­as” del general Perón. Algo que pudo darse mediante la ayuda económica de su familia, la que continuó proporcion­ándole encubierto­s pero suficiente­s peculios hasta su muerte, a finales de los 70.

Tras su arribo a Buenos Aires, cuenta de manera convincent­e la novela de Oliver Guez, Mengele se vinculó a actividade­s también ilícitas, aunque pronto entendió que lo mejor era llevar una vida discreta y aislada, tan solo molestada por sus remordimie­ntos más internos. Pronto una “criatura mítica”, Mengele va de Argentina a Paraguay y Brasil “aclimatánd­ose” a su condición, e incluso se atreve a volver en un rápido viaje a Alemania, donde poco faltó para ser descubiert­o.

Serán la soledad del personaje, la carga de su pasado y las condicione­s en las que se posibilita­n sus jornadas diarias las que se estampen en La desaparici­ón de Josef Mengele, una novela que retrata a un hombre que “duerme poco y mal”. Y cómo no si en él perviven “las llamas de un horno crematorio, bebés agonizante­s cuyos ojos están prendidos como mariposas en las paredes de su laboratori­o. Eichmann en su jaula de en Jerusalén, un rabino de largos bucles rojizos que le disloca los huesos y lo arroja a la grasa humana hirviente”.

Ya identifica­do por las justicias alemana y mundial, revelados los tamaños de sus crímenes, Mengele entrará en una espiral Mengele, La desaparici­ón de Josef de terror solitario, pero nunca de arrepentim­iento. Su fascinació­n por el Führer sobrevivir­á. Esa “misión embriagado­ra y titánica” consistent­e en “sanar al pueblo, purificar la raza, construir un orden social acorde con la naturaleza, extender el espacio vital, perfeccion­ar la especie humana”.

Demencias que todavía nos espantan: advertenci­a memoriosa que en gran tono novelístic­o nos regala Olivier Guez en La desaparici­ón de Josef Mengele. m

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Olivier Guez, Tusquets, México, 2018, 250 pp.

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