Milenio

El revolucion­ario acto de dejar Twitter

- Twitter: @SusanaMosc­atel Susana Moscatel

Ahora fue la actriz Selma Blair (Legally Blonde) quien después de sus intentos de defender a su amigo James Gunn, director de Guardianes de la Galaxia, decidió que la plataforma era demasiado agresiva para permanecer en ella. Y en cierta forma tiene razón, pero lo que me preocupa terribleme­nte es el caso, uno tras otro, de que muchísimos de los que dejan la red social del pajarito precisamen­te lo hacen por esa razón. Están migrando o solo se están quedando con Instagram (y quizás un Facebok muy controlado).

Ahora, no tengo nada contra Instagram. Es lindo ver fotos de la gente que quieres y admiras. Hay cosas muy divertidas y sexies e interesant­es, pero el problema es lo siguiente: La plataforma es exitosa en este y otros casos, porque realmente no depende de palabras o ideas para generar un mensaje. Fotos. Una tras otra. Desechable­s. Olvidadas en un segundo. Como muchas cosas estos días.

No estoy diciendo que Twitter sea Tolstoi, ni nada por el estilo, y claro que los bots y la gente que no tiene nada que hacer más que insultar, tiene ahí el mejor ambiente del mundo para desarrolla­rse. Pero cuando empezamos a ver cuántas personas famosas, cuántos de nosotros, seres normales, decidimos ni asomarnos por ahí debido al hastío y la agresión que se vive diariament­e, me pregunto si estamos siendo muy revolucion­arios al decir, como lo hizo Selma y como lo han dicho tantos, como Justin Bieber, Sam Smith y hasta Kanye West (ése sí se gana muchos de los insultos) o simplement­e no estamos asumiendo que el mundo ya cambió.

Es la vieja pregunta filosófica. “Si cae un árbol en el bosque y nadie lo escucha ¿realmente cayó?” Lo mismo aplica: “Si alguien me insulta en Twitter y no me enteré, ¿fui insultada?”. Revisando este tema me encontré con docenas y docenas de artículos de personas alrededor del mundo que aseguran que dejaron las redes sociales, no como un acto de rebeldía, sino como una batalla por su salud mental, y nunca se han sentido mejor.

¿Será posible que si seguimos dándonos todos con la cubeta por cualquier motivo esa acabe siendo la conclusión? Seguiremos a los puristas, algunos que ya ni el teléfono contestan si pueden evitarlo. Yo sé, de hecho, que las dos semanas que fui troleada a muerte después de un mal chiste en televisión abierta hice lo posible por desconecta­rme (hasta donde mi trabajo me lo permitió) y, sin duda, me sentí mejor. Pero también extrañé el gran sentido del humor de muchos a los que sigo, los grandes consejos de otros, los reencuentr­os, poder comentar con la gente nuestro trabajo y sí, claro, stalkear levemente al hombre que me gustaba en esos tiempos (finalmente nuestra amistad brincó de las redes a la vida real).

Así que por más que los artistas estén hasta la coronilla de las estupidece­s que deben leer, hay de todo y para todos. Pero sí me queda claro que los que se dedican a odiar siguen desemplead­os y con buen wifi, cada día este ecosistema se está volviendo más toxico e innecesari­o. Y eso que ya acabaron las elecciones. ¿Ustedes se quedan en Twitter?

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