La oposición y la crítica La reconciliación es deseable y positiva, no así la claudicación del opositor
La oposición formal se corrompió, el apetito por los recursos y los privilegios la desviaron de ruta; buenas reformas se alcanzaron no por sus virtudes, sino por la cooptación y por los beneficios individuales de legisladores y líderes políticos
La calidad de un buen gobierno requiere de una oposición eficaz. En democracia no existe registro de buenas cuentas sin una oposición formal e informal activa. De hecho la evolución política de México y su tránsito a la democracia y las libertades fue resultado del encuentro entre el del poder y el opositor. No todo fue virtuoso, sobre todo si el acuerdo se limitaba a los jugadores formales de la política. La exclusión de la sociedad en los cambios genera distorsiones, tan es así que las insuficiencias del sistema de representación y del de partidos resultan de reformas a la medida de sus intereses y no de los ciudadanos.
La oposición formal se corrompió. El apetito por los recursos y los privilegios la desviaron de ruta. Buenas reformas se alcanzaron no por sus virtudes, sino por la cooptación y por los beneficios individuales de legisladores y líderes políticos. Esta ha sido la dinámica desde el primer gobierno de la alternancia. El incremento de los ingresos petroleros produjeron no solo una alta burocracia remunerada en exceso, sino también beneficios a gobiernos locales y, muy destacadamente, a los organismos autónomos, las Cámaras del Congreso y los partidos políticos.
La oposición informal se desentendió de sí misma como grupo, sector o clase. Optaron, muchos, por la negociación y el beneficio particular, no la del conjunto. Los organismos empresariales dejaron de estar representados por líderes combativos, decididos y con un claro sentido de autonomía. Lo de ahora, en muchas áreas, afortunadamente no todas, el colaboracionismo es el signo distintivo. Por eso, al igual que la oposición formal, han asumido más una actitud de rendición a López Obrador que de reconocimiento al resultado electoral.
El escrutinio al poder por los medios de comunicación es insustituible. Se advierte que se ha perdido el impulso de crítica y examen riguroso al poder. En algunos se entiende porque suscriben la ética del periodismo militante; para ellos de lo que se trataba era de derrotar a un partido, gobierno o régimen, ahora que ocurrió y más con una propuesta radicalmente diferenciada, ha llegado el momento de apoyar y de apuntalar en lo que se cree. Están en su derecho, pero no pueden quedarse las libertades en eso.
La libertad de expresión es fundamental para el buen gobierno. Una prensa sometida o silenciosa por la autocensura, además de provocar un vacío para dar cauce a la pluralidad o la diversidad, propicia la intolerancia a los pocos espacios de crítica y a la postre lleva a la censura y a la manipulación de la opinión pública. El ataque a la libertad de expresión puede ocurrir en una democracia: allí está el affair del Washington Post/ Nixon con motivo de la divulgación de los documentos de la guerra de Vietnam. Las batallas se ganan cuando hay un sentido de cuerpo en la defensa de la libertad de expresión; cuando no ocurre así la derrota sobreviene como ocurrió con Excélsior al final del gobierno de Luis Echeverría.
La reconciliación es deseable, sin duda, positiva, no así la claudicación del opositor. En el balance de las cosas parece que solo el EZLN ha tenido claridad de proyecto respecto al grupo que ha ganado el poder; aleccionador, toda vez que se pensaría que hay más analogías entre ambos, que la que existe entre AMLO y el PRI, los empresarios y otros líderes de opinión que han mudado no solo de espíritu crítico, sino que también se suman al coro del aplauso interesado bajo la discutible tesis de que lo que es bueno para el presidente es bueno para México. Eso está bien para Carlos Salinas o un empresario oportunista, pero no para quien el oficio le obliga a mantener distancia del poder.
El PAN tiene a su favor su génesis y su historia. Está en un mal momento, pero su origen fue la oposición y tiene tela no solo para subsistir, sino también para recuperar y eventualmente competir. El PRI ha hecho justo lo que no le conviene: precipitó cambio de dirigencia; todos los promovidos ratifican que no hay más que más de lo mismo y en el extremo, llevan al segundo sitio de su jerarquía a quien es justa expresión de venalidad y robo electoral. En los demás partidos al menos tienen claro que está de por medio su supervivencia, aunque no sepan cómo salir de la dificultad.
No es tema de los ganadores que exista una oposición fuerte e inteligente, al igual que una prensa crítica y rigurosa. Además, de tener el mandato y la mayoría parlamentaria encaran adversarios confundidos, divididos y en curso de desaparición. Debe preocupar. Nada positivo para el país la descomposición de la oposición y de la crítica. M