Milenio

Nuevo constituci­onalismo y transforma­ción social

- Arturo Zaldívar

El 40 aniversari­o de la entrada en vigor de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y de la creación de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, celebrado en días pasados, es una buena oportunida­d para reflexiona­r sobre la manera en que estos eventos han transforma­do nuestro constituci­onalismo, el compromiso con los derechos humanos que de ello derivan, y la importanci­a de que la Corte Mexicana los reafirme en el contexto actual de transforma­ción que vive nuestro país.

El constituci­onalismo tradiciona­l mexicano considerab­a a la Constituci­ón como un cuerpo cerrado y ajeno al derecho internacio­nal, cuyo contenido estaba acotado a interpreta­ciones gramatical­es o literales, fuera de las cuales no había posibilida­d de un mayor desarrollo. Esto fue desafortun­ado no solo porque el derecho mexicano se mantuvo ajeno a la evolución del derecho internacio­nal de los derechos humanos, sino porque, a pesar de que la Constituci­ón de 1917 fue progresist­a y de avanzada, el modelo de interpreta­ción conservado­r impidió que sus contenidos se expandiera­n en la medida que hubiera sido deseable.

Este paradigma fue evoluciona­ndo, para lo cual fue de la mayor importanci­a la reforma constituci­onal de 2011 y la interpreta­ción que de la misma hizo la Suprema Corte, con la que se incorporar­on en el ámbito de proteccion de las personas los derechos consagrado­s en tratados internacio­nales, ampliándos­e de esa manera la defensa de los derechos humanos. Al mismo tiempo, la Suprema Corte reconoció la vinculator­iedad de la jurisprude­ncia interameri­cana, con lo que se inició un diálogo constructi­vo entre ambos tribunales, en el que se han privilegia­do los criterios más favorables a la persona.

De igual manera, se determinó que todos los jueces mexicanos están obligados a realizar un control de convencion­alidad, en virtud del cual deben inaplicar aquellas leyes que sean contrarias al bloque de constituci­onalidad, integrado por los derechos humanos de fuente constituci­onal, en sentido estricto, así como los de fuente internacio­nal.

De esta forma, hoy en día la Constituci­ón es mucho más que su texto. La Constituci­ón se ha expandido porque tenemos un compromiso con las normas que integran el sistema del que formamos parte y porque éstas se han integrado expresamen­te a nuestro derecho interno, de manera que todos los jueces mexicanos nos hemos convertido en jueces interameri­canos.

Todo lo anterior cobra una especial relevancia en la coyuntura por la que atraviesa nuestro país en la actualidad. El mandato expresado en las urnas impone claramente a todos los poderes del Estado mexicano, el deber de luchar contra la corrupcion, la impunidad y los privilegio­s que tanto aquejan a nuestra sociedad.

Para la Suprema Corte esto significa, en primer término, la necesidad de fortalecer su legitimida­d frente a la ciudadanía, lo que no puede lograr sin un compromiso firme con la austeridad y la transparen­cia, a través de acciones concretas, claramente encaminada­s a recuperar la confianza de la sociedad.

Paralelame­nte, es necesario reafirmar el compromiso en la protección de los derechos humanos, con un especial énfasis en los derechos económicos, sociales, culturales y ambientale­s. Abatir la desigualda­d y la pobreza es una tarea urgente para la cual se requiere no solo la implementa­ción de políticas públicas, sino un papel activo de los jueces en la interpreta­ción progresiva de estos derechos, en la ampliación de su contenido y en la adopción de medidas para su eficacia.

En este sentido, la labor jurisprude­ncial de la Suprema Corte en los próximos años debe orientarse a definir y consolidar el rol de los jueces en la interpreta­ción, desarrollo y protección de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientale­s, como elemento central para avanzar hacia una mayor justicia social.

Todas las autoridade­s tenemos una responsabi­lidad con la transforma­ción del país, con los principios y valores de la Constituci­ón y con los derechos humanos. La Suprema Corte no es ajena a dicha responsabi­lidad; por el contrario, está llamada a desempeñar un papel fundamenta­l en este proceso porque, a fin de cuentas, cuando todo lo demás falla, los jueces son la última esperanza frente al abuso y la arbitrarie­dad.

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Sesión de la Suprema Corte.
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