El humor perdido
Estamos inaugurando un país fabuloso, en el que suceden cosas inverosímiles, muchas que tendrían que resultar divertidas. Pero nadie se ríe. El régimen revolucionario produjo un humor muy característico. A Abel Quezada le bastaba con dibujar la barriga, el sombrero, los lentes oscuros del político priista. A Monsiváis no le hacía falta más que reproducir verbatim las declaraciones del presidente anunciando que iba a terminar con la corrupción. Era divertido.
Ya no. Todo es caricatura crasa, explícita, y no hay manera de reírse. Hoy el presidente se compara con Juárez, compara su elección con la guerra de independencia, y nadie se ríe. Los críticos más feroces, incombustibles, se descubren súbitamente circunspectos, piden prudencia, comprensión, para que nadie exija demasiado al nuevo gobierno ni le pida lo que no va a poder dar (es para imaginarse que exigirán que nadie diga, después de la primera masacre de diciembre, que fue el Estado). Los liberales más intransigentes se preocupan mucho, muy seriamente, por los pobres burócratas que tendrán que mudarse de casa. Y nadie se ríe.
A lo más que se llega, por ejemplo, en los valientes cartones de La Jornada es a llamar dinosaurio a Manuel Bartlett. Y no tiene ninguna gracia —ni ninguna importancia tampoco.
El viernes pasado toda la prensa nacional publicaba la noticia de un “niño genio” al que han permitido inscribirse en la UNAM para estudiar física biomédica en la Facultad de Ciencias, con 12 años. Doce periódicos llevaban la noticia en primera plana, con una fotografía (todos la misma), en la mitad de ellos la imagen ocupaba media plana. Y no era para hacer burla de la UNAM. El de La Jornada era un texto sentencioso, que explicaba que el niño había “abrevado conocimiento” no sé dónde, y destacaba en subtítulo sus consejos: “la clave es nunca decir que no se puede”; una declaración de “la UNAM” festejaba el hecho porque “abre un nuevo capítulo de inclusión universitaria”.
Hay para imaginarse que eso es lo que viene. Una prensa que tendrá en la primera plana al niño genio, o el nacimiento de la cabra de dos cabezas. Es urgente, e indispensable, recuperar el sentido del humor. M