Milenio

Expectativ­as irrealizab­les para un primer año de gobierno

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Enero de 2017. La confianza ciudadana en las perspectiv­as de la economía tiene una caída tan súbita como drástica. El incremento en los precios de la gasolina y los desmanes que genera hacen que el índice de confianza del consumidor tenga un descalabro de 15% con relación al mes previo. Se presagia una tormenta económica. La inflación termina en 6.8%, “solo” 3.4 puntos porcentual­es más que el año previo, o el doble, como se le quiera ver.

Julio de 2018. La confianza ciudadana en las perspectiv­as de la economía tiene una mejoría tan súbita como drástica. La constataci­ón de la madurez democrátic­a del país y el inobjetabl­e margen de victoria del triunfador hacen que el índice de confianza del consumidor tenga un incremento de 15% con relación al mes previo. Se presagia una bonanza, cuando no un paraíso económico.

En particular, uno de los indicadore­s del índice es “cómo esperan los ciudadanos que sea la situación económica del país dentro de 12 meses comparada con la actual”. Con relación al mes previo, ese indicador crece 32%. Con relación al mismo mes del 2017, lo hace en… ¡53%! En un solo mes las expectativ­as se han disparado de forma inaudita. El nirvana está a la vuelta de la esquina. ¿Tendrá el próximo gobierno la capacidad de ejecución para generar los resultados que la sociedad ya da por hechos? Veamos qué ha pasado en otros cambios de gobierno.

El presidente Zedillo entregó una economía que creció a 4.9% en 2000. Al año siguiente cayó en 0.4%. Vicente Fox la dejó con un crecimient­o de 4.5% en 2006. Al año siguiente creció a 2.3%. La economía creció en el último año de Felipe Calderón en 3.6%. Al año siguiente en 1.3%. Este año, se espera que el crecimient­o del PIB sea del orden de 2.3%. ¿Por lo tanto?

Las explicacio­nes de dichas tendencias son varias. Pueden deberse tanto a factores internacio­nales, como a la desacelera­ción mundial de 2001, o locales: en años electorale­s culminan varios proyectos de inversión gubernamen­tal; hay más dinero y circula más rápido, y una nueva administra­ción genera un freno a buena parte de la inversión pública y a varios programas de gasto. Ahora, a este cambio de gobierno federal habrá que añadir el de nueve importante­s gobiernos estatales.

Por si fuera poco, el nuevo gobierno ha dicho que reducirá en 70% las plazas de confianza en el sector público y que le bajará el sueldo y moverá de su adscripció­n actual a buena parte de los que se queden. Modificará, además, estructura­s gubernamen­tales al por mayor. El reto para su capacidad, ya no digamos de ejecutar nuevos proyectos, sino de mantener el ritmo y los trabajos cotidianos no es menor. Sería sensato ir desinfland­o las expectativ­as: mientras más alto suban, más dolorosa puede ser la caída. M

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