Las palmas, las orejas y el rabo
No cualquiera es transformer. Se requiere un espíritu muy dúctil y maleable para adaptarse a los caminos de la vida, sobre todo cuando no son lo que uno pensaba.
Así, la cuarta transformación ha empezado a producir muy locochonas metamorfosis que no por extrañas dejan de ser alucinantes y admirables. Partidos políticos a los que uno nunca hubiera imaginado abogar por una “oposición responsable”, sobre todo cuando de manera mecánica y tradicional ejercieron siempre su derecho a ser una mayoría libertina e irresponsable. Altos personajes de la opinocracia con adjetivos mesiánicos y tropicales a quienes se les ha conocido muy contados ejercicios críticos contra el prianisno en turno y que ahora están admirablemente convertidos en émulos de Manuel Buendía y Francisco Zarco. Se deben sentir un poco raros al estar juzgando con índice de fuego al gobierno por llegar, acostumbrados como estaban a aplaudir todo lo que hacía el presidente, pero contentos.
El mejor momento fue cuando Leo Zuckermann, ese gran intelectual nada orgásmico, secundado por El Güero Castañeda que se ve muy tranquilo después de la recia que le pusieron y le siguen poniendo a su campeón, afirma con sorna y cierta razón que quienes no le rinden culto a los grandes millonetas es por puritito ardor y envidia. Y tiene toda la razón. Unas migajas de la vida de pachás y mirreyes cualquiera las querría ahí nada más para un fin de semana en un exclusivo Spa & Resort de las Islas Caimán. Sí, por supuesto, la historia de la lucha de clases es por falta de terapia de choque.
Lo que sí llama la atención es que aquellos que se exigen el respeto al capitalismo salvaje no quieren vivir fuera del presupuesto para no vivir en el error. Eso está padre, rendirle culto a la globalización y a la economía de mercado, donde no sobrevivirían ni diez minutos, y seguir pegados a la ubre gubernamental.
Están como Damián (¿Demian?) Zepeda que, como era de esperarse, acaba de contar la bonita y verosímil historia de que la derrota del PAN fue por la desunión entre los distintos sectores del partido y no por pendejos, como hoy hubiera pensado cualquier transformer. Así, alegando con toda justicia que la culpa es de los otos, lo único que va a ocurrir con él y con Anaya, que dice que se ha vuelto humilde, es que en el Congreso Nacional donde cundirá el espíritu transformador, en vez de lapidaciones se llevarán las palmas, las orejas y el rabo.
Dicen los trasformers: “Sin sacrificio no hay victoria”. M