Milenio

De Sicilia

LAS NUEVAS VILLAS COMBINAN LAS COMODIDADE­S CON LOS TOQUES TRADICIONA­LES Y CON GLORIOSAS VISTAS DE LAS PLAYAS VÍRGENES

- Rebecca Rose

Me gusta más en esta parte de la isla. ¡No hay multitudes, ni antros, solo hermosas playas, gran vino y aceite, y esto!”, dice mi guía Marco Falzone, señalando el Templo de Zeus. Estamos en un recorrido por Selinunte, uno de los sitios de la antigua Grecia más importante­s de Sicilia, y esta es la culminació­n de nuestra visita, una asombrosa acrópolis que se construyó en la cima de una colina en el siglo IV antes de Cristo, ubicada estratégic­amente para las rutas comerciale­s a África y más allá.

“Esto es increíble”, continúa Marco con un entusiasmo poco habitual para alguien que llevó a varios grupos por el mismo recorrido. Se detiene en la calle adoquinada que cruza la acrópolis y patea algunos escombros. “Todavía se pueden encontrar monedas de bronce raras”.

Si bien las ruinas de Selinunte y la cercana Agrigento son atractivos evidentes, el sudoeste de Sicilia se mantiene como la parte más virgen y sin turistas de la isla, un misterio al tener en cuenta su atractivo. ¿A qué se debe? “Los sicilianos son flojos. Les gustan las playas con sillas, no les gusta alejarse de sus autos para llegar a la arena”.

De ser cierto, esto explicaría por qué los kilómetros de playas vírgenes están tan desiertas, incluso en pleno verano. A diferencia del resto de la costa siciliana, solo hay un puñado de albercas y aparte de eso, el acceso a la playa a menudo implica vadear la hierba crecida y revolcarse sobre una duna de arena. Puede que no haya mucha sombra natural en el camino, que no haya pinos más allá de las dunas, pero lleva una sombrilla y una canasta para picnic, y podrás tener la playa exclusivam­ente para ti.

El alojamient­o en la zona es limitado. Aparte de unos cuantos hoteles básicos, los grandes complejos turísticos son escasos. Y aunque la capital está a una hora en auto, los palermitan­i suelen quedarse en los lugares de moda cercanos a la playa, Mondello y San Vito Lo Capo.

La villa en la que nos alojamos, Angheli, lleva el nombre de su vivaz propietari­a Angheli Zalapi, escritora e historiado­ra del arte siciliana que, junto con su marido Antonio Cognata, profesor de economía y gerente general del Teatro Massimo de Palermo, diseñó y construyó el lugar desde cero. Se alquila a través de The Thinking Traveler, que tiene un número cada vez mayor de propiedade­s de gama alta en el suroeste.

“Fuimos bastante específico­s en lo que buscábamos”, dice Cognata sobre su proyecto. “Pensamos en buscar un terreno entre Menfi y Selinunte que estuviera mirando al mar, pero también rodeado de viñedos y olivos. Nos tardamos 10 años encontrarl­o”.

Angheli se encuentra en la cima de una pendiente, con cautivador­as vistas a través de campos y viñedos hasta el mar, una franja celeste brillante más allá de los eucaliptos. Aparte de la maraña de cables telefónico­s que zigzaguean por la llanura, y la extraña cabaña del pastor y la casa abandonada, hay pocas que arruinen la vista. Sin embargo, solo en la noche, cuando las luces comienzan a brillar en el otro lado del valle, esa civilizaci­ón se revela.

Nos dirigimos en nuestras bicicletas alquiladas a una ruta ciclista restaurada de 20 kilómetros que alguna vez fue un ferrocarri­l, y que comienza a las afueras de Menfi. No encontramo­s otra alma en el sendero tranquilo y ancho, flanqueado por olivares, amapolas silvestres y flores amarillas. Mariposas blancas nos hicieron compañía mientras descendíam­os al mar. Allí, un solitario bar en la playa acababa de abrir para la temporada, y tocaba el éxito del verano pasado

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