Duda, Demetrio
La Transformación parece un nostálgico regreso a los años en que Godínez se honraba en luchar contra ese Algo o ese Todo en el que, aparentemente, ahora se convierte
Ante la anunciada llegada de la Cuarta Transformación de México, Demetrio D. Godínez se pregunta si hemos de volver a los obligatorios honores a la bandera de los lunes, la toma de distancia y la memorización de la biografía de Benito Juárez en libre verso cardenista. Deja por un momento su escritorio metálico y pondera si dentro de unos meses recuperaremos las gasolinerías multicolores en nombre de Pemex y que, una vez reinaugurados los trenes para pasajeros, incluiremos barandales para adelitas y sombrerudos sentados en cuña matavacas de la trompa de las máquinas. Demetrio se pregunta si habrá juicios sumarios a los enemigos de la Patria que han saqueado las arcas en los pasados lustros, y si de veras se convertirán las Islas Marías en un parque temático para familias revolucionarias.
Demetrio D. Godínez aboga por la mudanza masiva de la Secretaría de Marina al lago de Pátzcuaro, Educación para Puebla y Cultura en Tlaxcala, y sugiere, ante el vacío, trajineras en el Viaducto y constantes Voladores de Papantla en lo que quede del Metro Insurgentes. Por lo mismo, se pregunta si habrá Monumento a la Maestra con sentida elegía leída entre lágrimas por la sutil vocecita de algún plagiario impune, y si la Transformación incluye la enésima cirugía con botox que demanda la flacidez magisterial. ¿Será posible que vuelvan entonces las tablas gimnásticas multitudinarias y las monumentales puestas en escena al pie de la Pirámide del Sol en Teotihuacán? ¿Podrían por favor declarar que el nuevo himno nacional sea el Huapango de Moncayo, y que el águila del escudo vuelva a quedar de frente con las alas abiertas?
Godínez se pregunta si ya hay informáticos especializados en programar las relucientes computadoras del mañana para que todo oficio sea por triplicado, resucitar el “Sufragio Efectivo, Quiénsabequé Reelección” al calce de la firma electrónica de los nuevos funcionarios y si de veras
deveritas cobrarán menos de la mitad de lo que dice el tabulador oficial de salarios.
Ya entrados en el nacionalismo resucitado, ¿será que Eugenia León nos cante “La paloma” una vez al mes, y que logremos extirpar todos los letreros en inglés, todas las franquicias de hamburguesas extranjeras, o nos haremos de la vista gorda y que Belinda siga de bilingüe? ¿Habrá manera de llevar al banquillo a la momia de Echeverría el mero día del cincuentenario de Tlatelolco y despojarlo de su silla de ruedas? “¡¡¡Qué reaparezcan todos los desaparecidos de los pasados años y que resuciten todos los muertos!!!”, clama Godínez con ilusionada razón, “o que, por lo menos, se no informe detalladamente la cadena de culpas y complicidades, los verdaderos alcances del crimen organizado, la engrasada maquinaria de la corrupción (ahora que está por desaparecer) y el porcentaje —más o menos fidedigno— de imbéciles que participan (hasta hoy) en la toma de decisiones (cualesquiera que sean).
Demetrio D. Godínez desea que vuelva a surgir un campeón olímpico mexicano en alguna competencia de natación, que vuelvan los noticieros continentales en los cortos de las grandes salas de cine, que los globos de la Alameda ya no sean metálicos y vuelvan los colores pintados con estopas, que haya más organilleros, chinampas y chinampinas, papel picado, chirimías y teponaxtles. Que todos los niños tengan la opción de jugar al balero y a las coladeritas en calles sin tráfico, y ya no solo la hipnotizante pantallita de sus tablets. “¡Que vuelvan la minifalda y la moda a-go-gó! ¡Abajo la momiza en la que nos hemos convertido y viva la greña, aunque sea con canas!”, grita Godínez al son de los Teen Tops, a la sombra de una negra nube tipo Laboriel que flota en torno a este agosto de incertidumbre con ansias, donde la evocación de los grandes líderes de la lucha por los derechos civiles, los mártires ferrocarrileros, los médicos del 66, la Marcha del Silencio, la amnesia olímpica, la quijada de burro y la niebla balsámica de la democracia lleva medio siglo fermentándose para amanecer ahora sin psicodelias ni psicotrópicos en las vísperas de la anhelada Transformación que, en realidad, más parece un nostálgico regreso a los años en que Godínez se honraba en luchar contra ese Algo o ese Todo en el que, aparentemente, ahora se convierte.