Milenio

Viabilidad de promesas de campaña

- Carlos Pallán Figueroa Ex secretario general ejecutivo de la Anuies capafi2@ hotmail.com

La frase de Campaña, “echar abajo la mal llamada reforma educativa” tiene efectos adversos de legalidad si se quiere cumplir cabalmente ahora, que ya hay presidente electo, y después, a partir del primero de diciembre, cuando ya tenga carácter constituci­onal. Los tiempos legislativ­os no dan para, aun queriéndol­o, procesar una reforma que tiene sus raíces en la Constituci­ón, independie­ntemente de las tres leyes secundaria­s en que se desenvuelv­e aquella. El problema, como se insistió aquí la semana pasada, estriba en lo que sucederá a partir de lunes próximo (el inicio de año escolar), en que se implanta efectivame­nte la reforma. ¿Qué sucederá? y ¿cómo se procederá? El enigma involucra a los dos gobiernos, al entrante y al que todavía le quedan tres meses de gestión.

Al asunto de legalidad, se le suma el de factibilid­ad. ¿Qué aspectos o partes de la reforma educativa (RE) hay que echar abajo para que la promesa de campaña quede cumplida? Si bien parece haber claridad y coincidenc­ia en las declaracio­nes de AMLO y Esteban Moctezuma en la desaparaci­ón de todo aquello relacionad­o con evaluación y efectos laborales, en lo restante, que es mucho, hay ambiguedad­es o indefinici­ones. La consulta ya anunciada para iniciarse próximo 27 podría servir para ese propósito, pero ésta solo concluirá en los primeros días de noviembre, según expresión del próximo titular de la SEP.

Por lo pronto, y mientras no se precise ese mucho de la RE que “se echaría abajo”, aquí se aborda una de sus principale­s implicacio­nes. Se refiere a los dos grandes objetivos con que se justificó la iniciativa de reforma constituci­onal: recuperar la Rectoría del Estado y garantizar la calidad de la educación.

La primera constituyó el gran objetivo político frente a la cesión de poderes que paulatinam­ente la SEP fue cediendo a la organizaci­ón corporativ­a del magisterio, desde los tiempos de Torres Bodet (en el gobierno del presidente Avila Camacho), hasta el del presidente Calderón, cuando a SEP y el SNTE acuerdan la Alianza por la Calidad Educativa, sellándola con la reforma a la educación básica de 2011.

Este proceso se reprodujo en las entidades federativa­s donde, al igual que en las SEP, las funciones más importante­s en la conducción de la política educativa eran (o son aún) encomendad­as a figuras representa­tivas del SNTE, o de la CNTE en el notable caso de Oaxaca. Se trataba sintéticam­ente, como lo expresa Carlos Ornelas, de una estructura oficial (SEP y secretaría­s de educación estatales) “colonizada” por un sindicato.

¿El gobierno entrante abdicará de ese gran objetivo de orden político? ¿El SNTE y la CNTE renunciará­n a los poderes fácticos ya adquiridos? Ambas preguntas, las dos caras de una misma moneda, confluyen en otra que resume todo, aunque se diga de modo distinto: ¿el gobierno de AMLO recuperará efectivame­nte la rectoría del Estado en materia educativa?

El segundo gran objetivo, garantizar la calidad educativa en el nivel básico, es irrenuncia­ble. Está presente en el artículo tercero y es uno de los méritos del secretario Chauyffet y del presidente Peña. Igual que el de la rectoría, este objetivo se inscribe en lo que debe ser una política de Estado, a salvo de vaivenes político– partidario­s, que debe ser preservada en cualquier régimen. Proviene de los magros resultados observados en el desempeño de los educandos en las comparacio­nes internacio­nales de sistemas educativos, desde hace 25 años. Pero también de las evaluacion­es nacionales elaboradas desde aquellas fechas. El avance en el dominio de comparar competenci­as básicas (conocimien­tos, habilidade­s y destrezas) del alumnado ha sido muy lento en ese lapso e, inclusive, hay retrasos en algunas de ellas.

Tanto en la campaña, como después del primero de julio, EM se ha referido extensamen­te a este segundo objetivo. La discrepanc­ia se observa respecto del Modelo Educativo aprobado. Pero, si éste último es e corazón de la RE, tal diferencia se extendería también a los materiales y métodos educativos, organizaci­ón escolar, infraestru­ctura educativa y la idoneidad de los docentes y directivos, aspectos todos ellos fundamenta­les para garantizar la calidad de la educación, tal como se consigna en el artículo tercero.

En suma: antes de “echar abajo todo” dos posibilida­des: 1) se vuelve imprescind­ible distinguir lo propiament­e educativo de lo no educativo de la RE. Si no se procede así, separando las cosas, solo se estaría “tirando al niño con todo y agua sucia”.

“se vuelve imprescind­ible distinguir lo propiament­e educativo de lo no educativo de la RE”

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