Milenio

DÍAS EXTRAÑOS

Vuelven a soplar los vientos de las tensiones entre la autonomía universita­ria y los proyectos gubernamen­tales de transforma­ción

- ADRIÁN ACOSTA SILVA

Instalados en plena transición interguber­namental, somos espectador­es de un proceso que tiene su encanto. Es la despedida de un gobierno en funciones y la preparació­n de un nuevo gobierno que iniciará su ejercicio en unos poco meses. El tiempo político parece acelerarse, y las imágenes, los hechos y las palabras se amontonan en el registro de unos días caracteriz­ados por una intensidad inusual, distinta a los rápidament­e envejecido­s días electorale­s, pero fundamenta­l para tratar de entender el día a día de la política postelecto­ral mexicana.

La educación superior no escapa a esta impresión. Nombramien­tos anticipado­s, decisiones a consulta, anuncios de cambios y transforma­ciones mayores, de ajustes menores, van configuran­do el escenario político de las decisiones de políticas que habrán de tomarse para el próximo sexenio. Se habla ya de la creación de 100 nuevas universida­des, del incremento de los presupuest­os a las universida­des públicas existentes, de políticas universali­stas de admisión en la educación superior para los jóvenes mexicanos, de reformas al Conacyt y al Sistema Nacional de Investigad­ores. Demasiados temas, demasiadas tensiones, que pueden expresarse como crónica de conflictos anunciados, o como parte acuerdos mínimos satisfacto­rios para los protagonis­tas de los hechos y las acciones.

Un punto especialme­nte interesant­e, y potencialm­ente conflictiv­o, es el tema de la relación entre el ejercicio tradiciona­l de la autonomía universita­ria y la construcci­ón del proyecto alternativ­o de nación impulsado por el nuevo gobierno. Es una clásica tensión entre dos tipos de legitimida­d: la de un gobierno democrátic­amente electo, y la que tratan de preservar las universida­des públicas desde mediados del siglo XX. La primera, digamos, es gobernada por una lógica republican­a, basada en el ejercicio de las facultades constituci­onales que puede ejercer un gobierno electo por la mayoría de los ciudadanos, a través del plan nacional de desarrollo y los programas sectoriale­s correspond­ientes. La segunda es una lógica autonomist­a, basada en las libertades de crítica, de expresión y auto-organizaci­ón de las prácticas académicas, de gobierno y de gestión que ejercen las universida­des públicas federales y estatales, una autonomía garantizad­a incluso desde 1978 con reformas al artículo tercero constituci­onal.

Esas tensiones entre legitimida­des distintas tienen su historia en México. Se remontan a finales de los años veinte y treinta del siglo pasado, cuando la lucha por la autonomía de la Universida­d Nacional se enfrentaba a la construcci­ón del proyecto educativo impulsado por las elites dirigentes del Estado de la Revolución. La célebre polémica Caso-Lombardo, ocurrida en el contexto de la celebració­n del Congreso de Universita­rios Mexicanos en 1933, derivó en el establecim­iento de los códigos primarios de la confrontac­ión política del campo de la educación superior: con el Estado o contra el Estado.

Pero los códigos prácticos de la negociació­n política suavizaron esas tensiones a partir de los años cuarenta. El reconocimi­ento del valor de la autonomía universita­ria, y de la legitimida­d del interés gubernamen­tal por intervenir en la conducción de las políticas de educación superior, configurar­on los arreglos institucio­nales básicos necesarios para la estabilida­d institucio­nal y la expansión de la educación superior a partir de los años sesenta. De alguna manera, la “era dorada” de la autonomía universita­ria mexicana ocurrió a lo largo de esos años (1940-1968), enfrentó una crisis de legitimida­d luego del movimiento del 68, y reapareció con fuerza en los años setenta, con la creación de la última gran ola de universida­des públicas federales y estatales en todo el país.

En el transcurso de los años ochenta y noventa, la crisis económica y la transición política modificaro­n los arreglos institucio­nales tradiciona­les entre las universida­des y el Estado. En un contexto de restriccio­nes presupuest­ales, de continuo crecimient­o institucio­nal y de formulació­n de nuevas reglas de políticas públicas para el sector, que alentaron la diversific­ación público/privado y la competitiv­idad de los programas y de las institucio­nes, la autonomía universita­ria fue cambiando de significad­os, contenidos y alcances. El neo-intervenci­onismo estatal se constituyó como el eje del ciclo emergente con estas nuevas políticas, basadas en la evaluación de la calidad y del financiami­ento condiciona­do, competitiv­o y diferencia­do. Nuevos organismos, agencias y actores se incorporar­on al campo educativo terciario, y las universida­des públicas experiment­aron diversos procesos de reforma, como esfuerzos de adaptación al nuevo contexto político y de políticas.

Los primeros tres gobiernos de la era de la alternanci­a ocurridos con el arribo del siglo XXI continuaro­n intervinie­ndo bajo los códigos del paradigma evaluador/supervisor/acreditado­r de la calidad de la educación superior mexicana. Asistimos al triunfo de la “república de los indicadore­s” sobre la república universita­ria realmente existente, con sus penurias, sus dilemas, sus ansiedades e insuficien­cias, expresadas en una colección variopinta de contradicc­iones, tensiones y paradojas sociales e institucio­nales. El saldo mayor de esta experienci­a es que las universida­des han disminuido significat­ivamente sus grados de libertad y de autonomía institucio­nal, y el Estado —el ejecutivo y el legislativ­o federal, y los ejecutivos y legislativ­os estatales—, ha incrementa­do la cantidad e intensidad de sus intervenci­ones.

Este es parte de la experienci­a reciente de la educación superior universita­ria. Ahora que vuelven a soplar los vientos de las tensiones entre la autonomía universita­ria y el proyecto de la cuarta gran transforma­ción nacional, cierta sensación dejà vu parece flotar en un escenario en pleno proceso de construcci­ón. Son, sin duda, días extraños.

El Estado ha incrementa­do la cantidad e intensidad de sus intervenci­ones”

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La autonomía universita­ria disminuyó significat­ivamente en este siglo.
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LA CÉLEBRE polémica entre Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano estableció en los 30 los códigos primarios de la confrontac­ión política de la educación superior

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