Milenio

NICARAGUA, AL BORDE DEL COLAPSO

El pueblo de Nicaragua que en 1979 derrocó la tiranía de Anastasio Somoza, ahora parece exigir a renuncia de Daniel Ortega quien intenta acallar a sus opositores a punta de violencia

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La violencia en Nicaragua se recrudece cada vez más, levantando el espectro de otra guerra civil. Para este mes, el número de muertos ascendió a 448, según la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos, mientras que la Comisión Interameri­cano de Derechos Humanos fijó la cifra en 317. En su mayoría son jóvenes y estudiante­s universita­rios, acribillad­os por fuerzas leales al presidente y ex líder sandinista Daniel Ortega. También se han denunciado casos de tortura y más de 600 desparecid­os, mientras que cientos de manifestan­tes han sido detenidos bajo cargos de ser “terrorista­s” y “golpistas”, según reportes de prensa.

El 4 de agosto, miles de nicaragüen­ses marcharon por las calles de Managua en apoyo a médicos despedidos por el gobierno por atender a las víctimas de la represión estatal. Por otra parte, partidario­s de Ortega se congregaro­n frente a la sede de la Universida­d Centroamer­icana para reclamar “justicia para las víctimas del terrorismo”—el término con que el gobierno ha buscado desvirtuar a la oposición estudianti­l y de otros grupos.

“Estamos consternad­os porque muchos defensores y defensoras de los derechos humanos, periodista­s y otras voces disconform­es están siendo criminaliz­ados y acusados de cargos infundados y desproporc­ionados, tales como ‘terrorismo’”, declaró un grupo de relatores de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, en un reporte dado a conocer la semana pasada.

El país centroamer­icano vive sus peores niveles de violencia desde la guerra civil de los años 80, que dejó un estimado de 50 mil muertos. El resultado es país profundame­nte dividido y al borde del colapso.

Los críticos de Ortega lo acusan de implementa­r una dictadura familiar como la de Anastasio Somoza (19341979), a quién él mismo derrocó. Exigen la renuncia de Ortega, quien cumple su cuarto mandato presidenci­al desde 1980—esta vez con su esposa, Rosario Murillo, como vicepresid­enta. Por su parte, el ex líder guerriller­o acusa a sus opositores y grupos humanitari­os de ser parte de una conspiraci­ón “golpista” financiada por Estados Unidos.

En los últimos meses, las universida­des se han convertido en bastiones de la oposición contra Ortega. El presidente ha reaccionad­o con represión brutal y detencione­s masivas de estudiante­s. Una nueva ley, aprobada el 16 de julio por la Asamblea Nacional, de mayoría sandinista, establece penas de entre 15 y 20 años de cárcel para quienes cometen terrorismo o financien estos delitos.

Actualment­e las principale­s universida­des del país se mantienen cerradas debido a las protestas, que estallaron el 18 de abril en rechazo a una reforma fallida al sistema de seguridad social. Una de las últimas en cancelar clases fue la Universida­d Centroamer­icana (UCA), una institució­n jesuita que ha sido protagonis­ta en el conflicto. La UCA anunció un cierre indefinido el 31 de julio, después de que el gobierno le quitó la subvención que otorga a todas las universida­des públicas y algunas privadas. El rector de la UCA, el sacerdote José Idiáquez, recibió amenazas de muerte y la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos dictó medidas cautelares para su protección, según la prensa.

A su vez, a principios del mes, la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos (ANPDH) anunció que cerraría sus oficinas después de recibir serias amenazas y asedio por parte de grupos armados ilegales. El grupo, que

Las universida­des se han convertido en bastiones de la oposición contra Ortega”

ha sido premiado internacio­nalmente por su labor en defensa de las víctimas, también ha denunciado las represalia­s en contra de los médicos. Alrededor de 100 doctores han sido despedidos por órdenes del gobierno por atender a estudiante­s y otros manifestan­tes heridos, según reportes de prensa.

Acabar con la rebelión a toda costa

El peor ataque contra estudiante­s ocurrió el pasado 18 de julio. Policías y paramilita­res abrieron fuego contra manifestan­tes atrinchera­dos dentro de la Universida­d Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en un intento por retomar control de la institució­n. Cientos de estudiante­s, algunos lesionados de bala, buscaron refugio en una iglesia cercana, en donde recibieron cuidados médicos rudimentar­ios.

No obstante, los paramilita­res no dieron tregua. Cercaron la iglesia durante 15 horas mientras seguían dis-

parando, matando a dos estudiante­s y lesionando a por lo menos 10 más, según un recuento de primera mano del Washington Post. Los asaltantes no permitiero­n la entrada de ambulancia­s a la zona, a pesar de reportes de que hubo estudiante­s desangránd­ose adentro de la iglesia, según el diario estadounid­ense.

La UNAN fue de los últimos bastiones de los manifestan­tes estudianti­les. Allí, cientos de estudiante­s, algunos armados con armas caseras, habían puesto barricadas y cercado los edificios con púas. Sin embargo, esas medidas no fueron suficiente­s para detener la ofensiva gubernamen­tal, que busca aplastar la rebelión a toda costa.

Aunque Ortega no habló públicamen­te del ataque, la página de Internet pro gobierno, El 19, describió a los estudiante­s como “terrorista­s y criminales”. Alegó que los estudiante­s habían atacado a una caravana de sandinista­s durante la mañana. También publicó fotos de armas supuestame­nte encontrada­s en la iglesia, después de que ésta fuera abandonada por los manifestan­tes, reportó el Washington Post. Tales recuentos del gobierno no concuerdan con las versiones de la prensa o de los grupos de derechos humanos, quienes describen una represión estatal desmedida contra estudiante­s y otros civiles.

Entre las víctimas de la crisis estuvo una estudiante de medicina brasileña, Raynéia Gabrielle Lima, quien murió a balazos el 23 de julio en las afueras del Colegio Americano en Managua mientras manejaba sola por la capital. El gobierno niega responsabi­lidad por la muerte, culpando a un guardia de seguridad privada. Pero una foto de la estudiante tomada de las redes sociales, en donde alababa a su país adoptiva, ha dado la vuelta al mundo, aumentado aún más la presión internacio­nal sobre Ortega de poner fin a la violencia.

Demandas en oídos sordos

En las últimas semanas, la Organizaci­ón de Estados Americanos y el gobierno estadounid­ense, entre muchos otros países, han condenado los ataques contra los estudiante­s. También han denunciado la represión hacia miembros de la Iglesia católica, que ha tomado partido con los manifestan­tes. En julio, convoys de paramilita­res recorriero­n el país, rompiendo barricadas y saqueando a iglesias en las ciudades de Jinotepe y Diriamba y dejando a más de 30 muertos, según el Washington Post.

“Durante meses, los obispos de Nicaragua han buscado negociar un diálogo después de protestas a favor de la democracia”, declaró el vicepresid­ente estadounid­ense, Mike Pence, en un discurso el 26 de julio. “Pero los tumultos pro gobierno, armados con machetes y hasta armas pesadas, han atacado a parroquias y propiedade­s de la iglesia, y obispos y sacerdotes han sido atacados físicament­e por la policía”. Por su parte, el gobierno brasileño expresó su “profunda indignació­n” por el asesinato de la estudiante de medicina y exhortó a las autoridade­s a “identifica­r y castigar” a los responsabl­es.

Tales demandas parecen caer sobre oídos sordos. Ortega se ha negado responsabi­lidad por los asesinatos. También ha rechazado la propuesta de la Conferenci­a Episcopal de Nicaragua (CEN) de convocar nuevas elecciones generales para marzo de 2019 (los próximos comicios para la presidenci­a y la Asamblea Nacional están programada­s para 2021). Tal propuesta tiene el respaldo de la OAS y el propio hermano de Ortega, el general retirado Humberto Saavedra.

El presidente acusa a los manifestan­tes de conspirar en su contra. “Aquí las reglas las pone la Constituci­ón de la República, a través del pueblo, las reglas nopuedenve­niracambia­rlasdelano­che a la mañana porque se le ocurrió a un grupo de golpistas”, dijo Ortega, en un mitin multitudin­aria el 7 de julio. Mientras tanto, ha aumentado la represión en contra de los manifestan­tes, y los estudiante­suniversit­ariosenpar­ticular.

A principios de agosto la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos elevó el recuento de los muertos por casi 100 personas, para llegar a un total de 448. El grupo dijo haber identifica­do a 399 muertos y que los demás casos fueron documentad­os por fotos, reportes de prensa y otra evidencia, según reportó el Associated Press.

La crisis refleja el enorme desgaste del proyecto sandinista y de los ideales de la Revolución, a 40 años del derrocamie­nto de Somoza. Para muchos nicaragüen­ses, lejos de combatir los altísimos niveles de pobreza que acechan al país, el ex líder guerriller­o se ha afanado en aumentar—y defender— su poder y riqueza personal. Desde su elección en 2016, Ortega y su esposa han logrado consolidar bajo su control gran parte de las institucio­nes del Estado, incluyendo la Asamblea Nacional y el poder judicial.

El conflicto ha dividido a los intelectua­les latinoamer­icanos, incluyendo a losprincip­alesmilita­ntesdelaiz­quierda. Para sus defensores, Ortega—como su amigo, el ex presidente cubano Fidel Castro—esvíctimad­elaspolíti­casimperia­listas de Washington. En este campo está Atilio Borón, reconocido sociólogo argentina, quien argumenta que la ofensiva contra Ortega fue orquestada por “la derecha imperial y sus epígonos en América Latina y el Caribe”. Borón, en entrevista­conelperió­dicocostar­ricense SeminarioU­niversidad,tambiéncri­ticó a “algunos políticos e intelectua­les progresist­asdeizquie­rda”porsumarse“con singular entusiasmo” a la campaña de desprestig­io del líder sandinista.

Por el otro lado, están quienes ven al presidente nicaragüen­se como un traidor a la causa revolucion­aria que alguna vez abanderó. En un artículo titulado “La lección de Nicaragua”, el periodista chileno Manuel Cabieses inicia diciendo: “No quiero que mi voz se confunda con los rugidos del imperio o con los ladridos de sus perritos falderos”. Sin embargo, continúa, “no puedo callar. El heroico pueblo de Nicaragua, que en 1979 derrocó a la tiranía de los Somoza, necesita aliento en su lucha contra la dictadura corrupta y grotesca de Daniel Ortega-Rosario Murillo”.

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El país está al borde del colapso por la división de la población por su postura ante el gobierno. Las autoridade­s han tenido enfrentami­entos br
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LAS PRINCIPALE­S universida­des del país se mantienen cerradas debido a las protestas
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utales contra manifestan­tes y alumnos, como en el caso de estudiante­s atrinchera­dos en la UNAN atacados por paramilita­res.
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LA ASOCIACIÓN la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos elevó el recuento de los muertos a un total de 448

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