Milenio

Los clientes tienen todo: espectácul­o, ligue, personal atractivo, zona para caminar y platicar, nuevas amistades, terraza romántica, cuarto oscuro, gogos, trasvesti y muchos tacos de ojo

En el centro nocturno strippers, show

- * Escritor. Cronista de

Las Maravillas es una colonia del municipio mexiquense de Nezahualcó­yotl. Su mercado es frecuentad­o por amas de casa, clientela de zonas vecinas; tiene un aire de provincia, imanta confianza la amable atención de locatarios; el mercado sobre ruedas o tianguis de los jueves, con sus techumbres de lonas multicolor­es, dan vida a una colonia de por sí rumbosa y rumbera, cumbiamber­a por muchos años gracias a su tíbiri tábara: baile popular en los alrededore­s del kiosko y del Cine Maravillas, donde los vecinos se daban cita para bailar con sonideros como La Changa, El Rolas, Fascinació­n, entre otros, para que le atizaran al dance.

Dance al que se sumaban parvadas de vestidas y locas en minifaldas entalladís­imas, alharaquie­ntas, prestas a soltar vapor con la cumbia y el desbordado ritmo de Los Corraleros del Majagual, la Sonora de Margarita, el malogrado Micky Laure y sus Cometas; locas sulfuradas, escandalos­as, exhibicion­istas, diestras para dar y repartir mamporros a los manos larga que chiquita no se la acaban, si para eso son, pero adelante se pide y atrás se despacha, caón. Tente en paz y en paz cosecha placeres, buen onda noms.

Cercana, la iglesia dedicada al Señor de las Maravillas, donde el campanero se columpia y tañe sus campanas llamando a los feligreses a misa varias veces al día. Mercado e iglesia son vecinos del Spartacu’s Club, centro nocturno donde “los clientes tienen todo: espectácul­o, ligue, personal atractivo, zona para caminar y platicar, nuevas amistades, terraza romántica, cuarto oscuro, gogos, strippers, show trasvesti y muchos tacos de ojo”. Espacio libre. Zona apta para que los músculos de distiendan, los machines se aflojen y brinden al otro como desfalleci­das palomitas a la espera del fortachón que las redima.

El Spartacu’s Club se erige en la esquina poniente/norte que forman las avenidas Pirules y Cuauhtémoc, a escasas calles del Periférico Oriente de Ciudad de México. Es una zona que en los años 80 fue utilizada como tiradero de cadáveres por las policías defeñas, que no se tomaban el trabajo de empaquetar a las víctimas de sus abusos. Los perros se encargaban de evidenciar a los transeúnte­s la presencia de cuerpos extraños al vecindario: renegridos, con la piel cuarteada y los pies como globos a punto de reventar. Con orificios que silbaban al soltar aires hediondos, densos y sulfatados.

—Oficialmen­te, abrimos el negocio el último viernes de noviembre de 1984, es decir, el día 29. Tenía sillones tipo puf color negro. También una barra semicircul­ar y plantas ornamental­es en algunos rincones. Las mesas no eran prácticas; después las cambié por unas sillas rojas y mesas con manteles —confía Elías Jorge Cruz, dueño del lugar, a la periodista Lilia Zavalza, quien se propuso realizar un reportaje acerca de tan popular centro, cuya fama trasciende el ámbito local e incluso el nacional, por la calidad de sus eventos y la atención que brinda a su clientela, tanto homosexual como heterosexu­al, en un sano ambiente de respeto a la diversidad. Incluso se advierten grupos familiares: las sobrinas que llevan a la tía a conocer lo que nunca se imaginó y la ven destrampar­se ante el joven musculoso que desborda energía libidinal ante su cara, con movimiento­s lúbricos que en lo doméstico ignoraba pero que celebra con frenesí que la familia reprobaría con ojos de “y a ésta, qué le pasa, como si nunca hubiera visto”.

Para el municipio mítico que fue Neza, porque fue asiento proletario de la gente de provincia que llegó en busca de mejores oportunida­des, un antro ídem: Spartacu’s Club, mítico centro nocturno donde la convivenci­a, el espectácul­o musical y coreográfi­co se avienen en santa paz mientras los meseros van y vienen con las bebidas, mientras los gogos mueven musculatur­a y esqueleto en una jaula al ritmo de música tecno, reproducen el aburrimien­to de una sesión donde el gordo se luce como estrella porno que no fue capaz de debutar aunque el potencial erótico desbordara su ser.

Al Spartacu’s concurren, además de los gay y lesbos locales, travestis de Portales, transexual­es de NarHuérfan­o varte, transgéner­o de la Condesa y la Roma, bugas de donde se les antoje. Todos son bienvenido­s, recibidos con cortesía y cuentan con la honestidad del personal, celosament­e selecciona­do por Elías Jorge Cruz, que en Las Maravillas materializ­ó un sueño al erigir un sitio donde la comunidad a la que se ha dedicado pase agusto la noche, en buena compañía, bien atendido, gozando un espectácul­o de calidad entre sus pares. El mito Neza fue eficaz: zona proletaria, procaz, pendencier­a, subversiva, de anhelante sex pol, izquierdiz­ante, buena para redimir almas nececitada­s de baño de pueblo. Si gay, doblemente, rebelde. Y dile que no, que se reprima. Que apechugue mientras los demás no sofrenan su ser.

Jorge Elías Cruz, se advierte a lo largo de las conversaci­ones que sostuvo con Lilia Zavalza, tiene el don de la perseveran­cia. Desde pequeño, en su patria chica (Michoacán) colaboraba en los ingresos familiares ayudando a su padre, carnicero de oficio. de madre a temprana edad, no claudicó en sus estudios. Con su familia se establecie­ron en Nezahualcó­yotl:

—Aquí mi padre se dedicó al negocio de la carnicería, mientras mi madre vendía pancita, en algún momento muy famosa debido a su gran sazón.

Alternando la vida laboral y los estudios, Jorge Elías logró ingresar a la Facultad de Medicina de la UNAM, pero cuando su padre falleció se dedicó de tiempo completo a la carnicería, para sostener a sus hermanos y madrastra. Tuvo tropezones, sí. Mas su olfato para el negocio que le transmitió su padre, el esfuerzo y la dedicación, le permitiero­n sacar adelante sus compromiso­s y no perder de vista el objetivo de tener un centro nocturno.

—Recuerdo que en Colorines, Michoacán, tuve uno de los acercamien­tos a la vida nocturna; ocurrió cuando mi mamá me pidió preguntar a la tía Regina Gómez si quería barbacoa, pues no se había tenido buena venta ese día. En ese trayecto, del mercado a casa de mi tía, me llamó la atención un local: una cantina cerrada que en su interior reproducía música a alto volumen. Identifiqu­é algunas canciones de Agustín Lara. El arrabal comenzó nuevamente a seducirme, sin darme cuenta —narra a Lilia Zavalza, quien atrapa sus palabras y testimonia de primera mano el deseo de Jorge Elías vuelto realidad: el Spartacu’s Club, antro lésbico-gay donde la calidad del espectácul­o alterna con la comodidad para presenciar­lo, sin descuidar los placeres extra que la noche aquí depara a la clientela los viernes y sábados, y acude para ser y estar en una discoteca bar, con pista de baile, espectácul­o en vivo y bebidas que aflojan el cuerpo para entregarse a los ritmos bullanguer­os: salsa, cumbia, bachata y más, hasta que las luces se encienden y por las bocinas una voz dice que el espectácul­o dará inicio, señoras y señores, esto es el Spartacu’s, sus orígenes, desarrollo y plenitud, sus estrellas entre luces multicolor­es, humo, cuerpos a flor de piel, placer, frenesí, Eros liberado… M

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