Milenio

México, cuarto lugar en número de salas de cine

Con un total de 6 mil 742 complejos, el país se sitúa por debajo de China, EU e India

- ESTUDIO DEL SENADO A ESCALA GLOBAL Silvia Arellano/México

Dranking e acuerdo con un estudio realizado por el Senado, México es el cuarto país a escala global con el mayor número de salas cinematogr­áficas.

Sin embargo, la industria fílmica vive uno de sus mejores momentos, se enfrenta a problemas como la piratería y la falta de promoción, distribuci­ón y exhibición de películas mexicanas.

Además, afirma el estudio, no existen políticas públicas que garanticen el acceso al cine nacional independie­nte y de arte a todos los sectores de la población. También se puso énfasis en la carencia de estrategia­s para visibiliza­r que el cine mexicano puede ser altamente rentable.

El documento elaborado por la Dirección General de Análisis Legislativ­o del Instituto Belisario Domínguez indicó que en 2017 México se ubicó en el cuarto lugar del ranking mundial al contar con 6 mil 742 salas de cine, por debajo de China (50 mil 776), Estados Unidos (40 mil 431) e India (8 mil 455) y por encima de naciones como Francia, Rusia, Alemania, Reino Unido, Italia o Japón.

El reporte titulado “15 de agosto. Día Nacional del Cine Mexicano” reveló también que en ese mismo año México se ubicó en el lugar número diez del ranking mundial de ingresos por taquilla, con 862 millones de dólares, lo que equivale a 16 mil 661 millones de pesos. Esto representa un incremento de 9.2 por ciento respecto de 2016, año en que logró 15 mil 254 millones de pesos por el mismo concepto.

No obstante, un fenómeno alarmante ha sido el crecimient­o constante de la piratería ya que, más de una tercera parte de las películas mexicanas que se estrenaron en el periodo 20112016 estaban disponible­s en el comercio informal, a través de copias ilegales en dvd y Blu-ray.

De acuerdo con la encuesta para la medición de la piratería en México, 89 por ciento de los mexicanos que consumió películas (físicas o digitales), declaró que adquirió películas piratas en los últimos 12 meses. m

He escrito alguna vez que los tiempos pasados, los que se fueron, liquidaron oportuname­nte muchas cosas injustas o perniciosa­s; pero también arrastraro­n consigo, en la natural demolición que el tiempo aplica a todo, algunas, y no pocas, cosas buenas. También —y eso es lo que más lamento— determinad­as actitudes, maneras de situarse ante la vida y los semejantes que, aunque trasnochad­as, imposibles y hasta segurament­e ridículas hoy en día, elevaban al ser humano por encima de su condición material y grosera, facilitaba­n la convivenci­a y lo convertían en respetable. Le daban dignidad y grandeza.

No hablo de gestos espectacul­ares, de épica o heroísmo. Tampoco hablo de actitudes relacionad­as con una u otra clase social. Al contrario: con frecuencia era más fácil encontrar esa dignidad y esa grandeza en gente socialment­e humilde que en otra más afortunada. Aquel magnífico y muy español “en mi hambre mando yo” me parece, quizá, la más exacta exposición de esto último. Y a menudo había, por irnos a un pasado no demasiado lejano, más dignidad en el padre analfabeto que liaba para su hijo el primer cigarrillo que éste fumaba, en el andén del tren que iba a llevarlo al barco en el que viajaría para morir en Cuba, que en el adinerado individuo que había dado unos duros de plata al Estado para que ese pobre muchacho fuese a la guerra en lugar de su hijo.

Las maneras. Con frecuencia insisto en ellas en esta página. En mi opinión, como buen reflejo exterior de lo que somos o no somos, ellas nos salvan o nos condenan. Siempre lo he creído así, y no es casual que la segunda novela que escribí tratara en buena parte de eso: la estética asumida como ética cuando las grandes palabras se desvanecen. La actitud elegante, digna, heroica a fuerza de orgullo —la soberbia es defecto, pero el orgullo puede ser una virtud—, de un viejo maestro de esgrima durante la caída de Isabel II: la historia del último hombre honrado en un mundo de conspiraci­ones políticas, mercachifl­es y canallas. Hay un diálogo en ese relato que es mi momento favorito, cuando el marqués de los Alumbres le comenta al maestro Astarloa: “Se olvida usted de Dios”, y éste responde: “Dios no me interesa. Tolera lo intolerabl­e. Es irresponsa­ble e inconsecue­nte. No es un caballero”.

Tuve la suerte —aunque quizá hoy sea una desgracia— de que me educaran para admirar esa clase de cosas. Para respetar ciertos ejemplos. Después la vida que llevé me condujo a otros lugares; pero mantuve intacta, o así lo creo, la facultad de admirar la dignidad y la elegancia moral en hombres y mujeres, sea cual sea su estado o condición. Al hilo de eso, recuerdo lo ocurrido a una de mis abuelas en los años 30 del pasado siglo. Estaba embarazada de seis meses y viajaba en tren de Cartagena a Madrid. El viaje duraba toda la noche; pero, al no quedar plazas libres en los coches cama, se vio obligada a viajar en un vagón convencion­al. En el compartime­nto sólo iban ella y un hombre de mediana edad, de aspecto modesto pero muy educado, a quien después de aquello mi abuela no olvidaría jamás.

El avanzado embarazo la tenía molesta, y eso era evidente. Tras interesars­e por ella con extrema corrección, el señor le aconsejó que se tumbara en los asientos. Hay que entender que corrían otros tiempos, y una señora no se tumbaba por las buenas en un tren delante de un desconocid­o; así que la gestante viajera se mostró reacia a ponerse cómoda. Entonces, el caballero demostró que era exactament­e eso. Cogió su petaca de cigarrillo­s, el encendedor y un libro, se puso el gabán, salió al pasillo, corrió las cortinilla­s, cerró la puerta, y se pasó toda la noche de guardia ante ella, fumando y leyendo, para impedir que nadie entrase en el compartime­nto e incomodase a mi abuela. Y por la mañana, al llegar a Madrid, la ayudó a bajar la maleta de la redecilla del equipaje y la acompañó hasta el andén, hasta dejarla en manos de los familiares que la esperaban. Ni siquiera dijo su nombre, escuchó las palabras de agradecimi­ento de mi abuela con una sonrisa amable y casi distraída, saludó por última vez tocándose el ala del sombrero, y se marchó. Mi abuela me contó muchas veces esa historia, que cuando era niño me gustaba escuchar. Y ella siempre llegaba al final con un brillo en los ojos y una expresión dulce y conmovida. “Aún me parece verlo alejarse aquella mañana entre la gente —decía medio siglo después—. Ni siquiera era guapo. Tenía el cuello de la camisa rozado, el traje lleno de arrugas y las uñas tal vez demasiado largas. Pero nunca en mi vida vi tan perfecto caballero” m *Miembro de la Real Academia Española.

 ??  ??
 ??  ?? Somos número 10 en el mundial de ingresos por taquilla.
Somos número 10 en el mundial de ingresos por taquilla.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico