TODOS SOMOS TONY MONTANA
Hay una escena en Scarface donde Tony Montana está dándose un baño en su lujoso jacuzzi, mientras su mujer inhala cocaína frente al espejo y Manny, su fiel escudero, escucha paciente su interminable perorata. Tony está también hasta arriba de alcohol, cocaína y de su propio ego. En unos pocos minutos, se pelea por nada con su mujer, con su amigo, con la televisión, con el mundo y consigo mismo, hasta que los presentes no lo toleran más y lo abandonan después de insultarlo. Él permanece solo, entregado a su invectiva paranoide contra todo y contra todos.
Relacioné esta viñeta con el tema de la innegable polarización que se vive en casi todos los campos de la vida pública, a la que podemos acceder en tiempo real, principalmente a través de las redes sociales. Un vistazo en cualquier momento nos revela la existencia de bandos contrapuestos sobre cualquier tema, engarzados en una guerra continua que incluye ataques anónimos, insultos, amenazas y máximas autosuficientes, convencidas sin la menor duda de tener la razón. Esto abarca desde el ciudadano de a pie hasta, literalmente, jefes de Estado que le entran al trapo para pelear entre sí, o contra periodistas o celebridades. La vida pública discurre en un estado continuo de pleito que no parece ni conducir a ningún lado, ni mucho menos tener visos de amainar.
Lo más común en la actualidad es culpar de esto a las nuevas tecnologías, principalmente las redes sociales, pues se asume que han constituido un vehículo inmejorable para expresar los más arraigados prejuicios y odios de los usuarios. Si bien hay una dosis de verdad en esto, me parece que oculta un tanto el hecho fundamental: que lo polarizado es la estructura de la sociedad y su narrativa, pues es un hecho estadístico que vivimos en sociedades cada vez más desiguales, divididas entre unos pocos que pueden permitirse vivir a todo lujo (y mostrarlo ufanos en Instagram, eso sí) y una inmensa mayoría para la cual —sin metáfora— la existencia se compone básicamente de hacer un esfuerzo descomunal para lograr subsistir. Encima, la narrativa del triunfo y la competencia fomenta el estado de cosas, pues se interioriza una sensación de insuficiencia perpetua, de estar siempre en falta o rezagados en la carrera del éxito y la acumulación, produciendo una suerte de autodesprecio como el de Tony Montana, que cual olla exprés aguanta hasta cierto punto ser dirigido contra uno mismo, hasta que inevitablemente se debe de buscar en el exterior algún enemigo que funcione como blanco para esa agresión.
Entonces, no es que la polarización discursiva sea la causante de la polarización social, sino antes lo contrario, y los llamados a la civilidad difícilmente encontrarán algún eco mientras la estructura y la narrativa dominante de la sociedad sean precisamente las que fomenta este estado de pleito perpetuo. Esperar lo contrario es un deseo esquizoide, que en realidad simplemente refuerza la convicción de que es uno quien tiene la razón, mientras que los adversarios se las ingenian para vivir eternamente en el error. m