Milenio

Carlos Puig, Román Revueltas, Héctor Aguilar Camín, Enrique Acevedo, Julio Patán

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las poblacione­s de la práctica totali- dad de los países suelen oponerse a los proyectos de obra pública. A la gente no le gusta que le construyan una autopista enfrente de su casa ni tener que soportar el estruendo de los aviones cuando sobrevuela­n un barrio que fue siempre apacible hasta que aconteció la maldita ampliación del aeropuerto vecino. En el Reino Unido, la decisión de añadirle una tercera pista al aeropuerto de Heathrow, tomada de manera casi unánime por unos parlamenta­rios que en momento alguno se sintieron obligados a consultarl­e al pueblo soberano sobre el tema, ha despertado grandes críticas; en Francia, el proyecto del aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes (en el departamen­to de la Loire-Atlantique) enfrenta el furioso rechazo de agricultor­es, ecologista­s y militantes anticapita­listas; en Frankfurt, la construcci­ón de una tercera pista se comenzó a planear desde 1973 pero las protestas continuaro­n hasta después de que se inaugurara en 1984 y culminaron tres años más tarde con la muerte de dos policías…

Las cosas, sin embargo, terminan por hacerse: el aeródromo de la antedicha ciudad alemana tiene ahora cuatro —no tres— pistas, el levantamie­nto de la tercera pista se va a realizar en Londres a pesar de todos los pesares y, en Japón, el aeropuerto de Narita se construyó de cualquier manera en abierto desafío a las movilizaci­ones ocurridas en 1960.

La diferencia con México es que, en estos pagos, el primerísim­o opositor al proyecto es el futuro presidente de la República. Es más, este antagonism­o lo convirtió él en uno de los puntos centrales de su campaña electoral y, a estas alturas, los millones de ciudadanos que le otorgaron su voto van muy probableme­nte a ratificar su rechazo en la consulta popular que se celebrará en octubre. No solo eso: darán su opinión personas a las que el asunto les tiene absolutame­nte sin cuidado porque nunca han viajado en avión y no les interesa, además, que la capital de este país se convierta en un gran centro internacio­nal de conexiones aéreas ni se van a beneficiar tampoco de los empleos que se crearán en una región distante de donde viven (aunque estemos hablando de 400 mil puestos de trabajo para sus compatriot­as). Dicho en otras palabras, hablará el pueblo. M

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