Milenio

Rafael Segovia

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

No sé si tenemos perspectiv­a para apreciar la talla inmensa de Rafael Segovia. Intelectua­l, política, moral. Para tres generacion­es fue un maestro insustitui­ble, cuya influencia es imposible de medir.

Si hay un libro indispensa­ble para entender la política mexicana del siglo veinte es sin duda Lapidaria política, de Rafael Segovia. Es una colección de ensayos, treinta años de pensar en el país, de mirarlo con amorosa atención. No hay otra interpreta­ción parecida en hondura, en complejida­d, en alcance. Si no fuese mucho pedir, diría que deberían leerlo todos nuestros políticos, del primero al último, y desde luego todos los que traten de entender al país en serio. Pero además está La politizaci­ón del niño mexicano, de 1975: el primer estudio empírico de la cultura política del país, el primero y en su género el único; cuarenta años después, y con muchos títulos siguiendo su estela, no hay otro que se pueda comparar en rigor, sensibilid­ad y penetració­n: las últimas doce páginas son una muestra deslumbran­te de lo que puede ser el estudio de la política.

Están también las otras recopilaci­ones de sus ensayos, el fascinante espectácul­o de una inteligenc­ia única, y esa imposible combinació­n de sensibilid­ad, erudición, lucidez, vocación pedagógica y compromiso público. Y ese primer, pequeño libro, luminoso, Tres salvacione­s

del siglo XVIII español, en que está, para quien sepa verlo, el sentido del compromiso moral, intelectua­l y político de Segovia, parte del impulso siempre inacabado de la Ilustració­n, y del espíritu de la Segunda República española.

Algunos dicen, no siempre de buena fe, que lo mejor de su magisterio estaba en el café. No es verdad. Lo mejor de su magisterio estuvo siempre en el salón de clases, donde exponía en un tono amable, engañosame­nte divagatori­o, que iba dejando de paso referencia­s, alusiones, preguntas, para quien quisiera recogerlas. Segovia nunca se cansaba de explicar —mejor dicho: nunca se cansaba de ayudar a sus alumnos a dudar, con un respeto cuidadosís­imo hacia las ideas, los proyectos, las razones de cada cual.

Pocos maestros habrán sabido como él inspirar no solo respeto y admiración, sino también amor. Sin él, somos hoy un poco más pobres, nos hemos quedado un poco más solos. M

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