Punto final
Hace 18 años, en el periodo de transición de 2000, era irresistible documentar para la opinión pública algunos de los traspiés más evidentes del presidente electo, Vicente Fox, y de su equipo, al descubrir la complejidad y la razonable eficacia de la administración de la que habrían de hacerse cargo. No pude menos que buscar a Raymundo Riva Palacio, en MILENIO, para comentarle mi intención y proyecto. Lo vio con simpatía y tiempo después lo hizo propio Ciro Gómez Leyva. Se trataba de emitir un punto de vista sobre la coyuntura. Era el cambio de una era.
Han transcurrido tres sexenios. En ese periodo, sin ineludibles cambios de opinión, en este espacio se fue construyendo una postura. Esa básicamente no ha cambiado.
Del sexenio de Fox puedo recordar el señalamiento de la cúspide de su irresponsabilidad y su inconsciencia en el inolvidable “¿y yo por qué?”; la construcción, al final fallida pero memorable de la oposición, desde dentro, a la imposición de la candidatura de Roberto Madrazo a la Presidencia de la República por el PRI; el respaldo jurídicamente fundado al desafuero y a la inhabilitación de Andrés Manuel López Obrador; la defensa legal y legítima del triunfo de Felipe Calderón en la elección presidencial de 2006.
Luego Calderón, su necesaria como insuficiente lucha contra el crimen organizado. Los atisbos de aperturismo económico neciamente rechazados, más que por la izquierda, por un PRI instalado en el siglo pasado entonces y ahora; la crisis económica de 2009 que frustró toda expectativa de relanzamiento del crecimiento económico de México; un enfoque nulo de reducción de la desigualdad; el mecanismo de construcción de un nuevo México, la educación, se ponía en manos de Elba Esther Gordillo y de su yerno.
Después Peña. Un mexiquense en el primer y segundo nivel de cada una y de todas las dependencias federales. No todo en México es Cuautitlán. Catorce reformas estructurales en 18 meses rematadas en su aprobación, con el anuncio de la construcción del nuevo aeropuerto en Ciudad de México, la obra pública más importante de América Latina en la década, antecedida de reformas como la Educativa y la Energética, que eran punto y aparte en una historia que debía ser aprendida a partir de sus graves equivocaciones. En el siglo de las comunicaciones y la era digital, el otoño de 2014 marcó el final del sexenio o casi, cuando fue patente el hecho de la incapacidad para reconocerlo. Ya todo lo demás fue Duarte, Borge y adláteres ante la imposibilidad genética de la clase política mexiquense de prescindir de personajes como Gerardo Ruiz Esparza o Luis Miranda.
Los males no se corrigen con otros de signo distinto. La corrupción no se erradica con voluntarismo e ingenuidad. La arrogancia tecnocrática no se matiza con la ignorancia crasa. La desesperanza no se desmonta con cuentas alegres ni consignas que alimentan sentimentalismos y falsos sentidos de progreso y patria. Misma postura personal, una nueva etapa.
Mi reconocimiento y gratitud a Carlos Marín y a Claudia Amador. A los lectores que han estado conmigo y con quienes seguiré estando. Por lo que respecta a MILENIO, punto final. M