Milenio

Bahía del Paredón tienen que ir a buscar el sustento mar adentro, cuando hace apenas un año bastaba con extender la red en la orilla

Ahora, habitantes de la

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La Bahía de Paredón, en Tonalá, Chiapas, es una extensión de la Ribera del Mar Muerto, como se le conoce localmente. Debido al oleaje, no tiene playa de arena y los cerca de 6 mil habitantes forman una villa de pescadores y centro de abastecimi­ento de productos del mar.

Hoy comienzan a recuperars­e, un año después del terremoto del 7 de septiembre pasado.

A solo ocho kilómetros de este poblado se encuentra el epicentro del sismo de 8.2 de intensidad que afectó mayormente a Chiapas y Oaxaca.

Esa noche, recuerdan los pescadores, muchos estaban en el mar, no muy lejos de la orilla.

En esta playa, adonde no pegan las olas, el agua llegaba hasta la cintura de los hombres, quienes sujetaban en diversos puntos la red de pescar, pero el violento movimiento se las arrebató de las manos, el fondo marino se revolvió y las embarcacio­nes se voltearon.

Fueron varios días tras el sismo los que se les pidió no entrar al mar, porque este se encontraba “revuelto”.

Un año después ya no pescan en la orilla, ahora es mucho más profundo y no pueden estar de pie. Deben adentrase en el mar para obtener su producto.

Dicen que en los días posteriore­s al sismo, una vez que pudieron entrar al mar, la pesca disminuyó, aunque no tiene estimado un porcentaje.

Sin embargo, señalan, un año después están casi en el mismo nivel que antes del sismo, pero el dinero les alcanza para menos, pues muchos tuvieron que pedir prestado para terminar con la reconstruc­ción de sus casas, a pesar de contar con el apoyo del gobierno federal y local, además de la ayuda de las fundacione­s.

Es casi mediodía y las pequeñas lanchas siguen llegando al muelle. Los más retrasados bajan el producto de la pesca del día.

Uno de ellos presume una Raya, a la que ya le ha pasado cuchillo y la lleva directamen­te al hielo colocado en un gran balde, bajo una plancha de concreto, donde van llegando después los demás productos para ser medidos y pesados.

Dos tiburones, uno de 30 kilos y otro de apenas ocho, son coloel cados en el suelo: “Nos fue bien, pero ahí vamos. Ya más o menos como el año pasado, antes del temblor”, comenta uno de ellos. Calza unas largas botas de plástico y en la mano lleva un cuchillo que segundos después demuestra su filo al abrir de un solo tajo la barriga del tiburón más grande cuyas víseras son arrojadas a un recipiente, donde lo esperan un hervidero de moscas.

En años anteriores una especie de pez, conocido como Dorado, no aparece en esta temporada, pero hoy los hombres traen una veintena de ellos.

“Puede ser algo de lo que cambió el temblor”, mientras se levanta la gorra para rascarse la cabeza.

Sentada junto a él, una mujer tiene los pies descalzos en un charco de agua que comienza a pintarse de rojo por la sangre de los peces destripado­s. Lleva con ella a sus dos hijos —una niña y un niño— que momentos antes jugaban en la orilla, entre un montón de piedras.

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Desde años anteriores una especie de pez, conocido como Dorado, no aparece en esta temporada, pero hoy capturaron una veintena de ellos.
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Pese a la ayuda federal y estatal, los pobladores siguen con carencias.

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