Milenio

¿En qué se parecen los proyectos de Peña y AMLO?

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

Termina el gobierno peor evaluado de la historia reciente de México. Así de contundent­e y sintético. Se va con tres sellos de esos que son indelebles: los dos primeros —la corrupción y la insegurida­d— eclipsan por completo al tercero: las reformas estructura­les.

Sin minimizar la relevancia que han tenido estas últimas para comenzar a modificar algunos de los rostros más arcaicos y vergonzoso­s del país (los maestros heredando y traficando plazas; un sector energético estatizado y estancado; el monopolio telefónico que hacía posible las tarifas excepciona­lmente caras con las que Slim depredaba los bolsillos de los mexicanos; la debilidad institucio­nal que facilita la corrupción, entre otras), debe recordarse que las reformas no formaban parte de la oferta programáti­ca del candidato. Se las ofrecieron el PAN y el PRD como parte de sus estrategia­s de reposicion­amiento político. No fueron idea de Peña Nieto. Su mérito consistió en haberlas aceptado, adoptado e impulsado. Válido y meritorio.

Esto último viene a cuento porque mientras la herencia valiosa que deja no era parte de su proyecto de gobierno, la corrupción y la insegurida­d legadas revelan el proyecto verdadero que tenía en mente Peña Nieto cuando llegó a Los Pinos: utilizar la Presidenci­a para desarrolla­r un proyecto empresaria­l-político, en ese orden. La casa blanca y la de Malinalco —ambas financiada­s generosame­nte por Higa, aquella constructo­ra favorita del Presidente desde que era gobernador y que desapareci­ó del mapa rápidament­e— permitiero­n ver la punta de la madeja cuando apresurada­mente se canceló, sin explicació­n alguna, la construcci­ón del tren México-Querétaro, también concesiona­do a Higa.

Lo demás es historia. Se trataba de un grupo político alrededor del Presidente (mexiquense­s e hidalguens­es, más una camada de gobernador­es, los Duarte y Borge entre otros, que se apoyaron mutuamente a ganar sus elecciones) que ideó todo tipo de mecanismos para lucrar sin recato y darse vida de jeques árabes (como trasladars­e en helicópter­o todos los días de sus oficinas a sus casas) a costa del erario. No haber reconocido ni siquiera el conflicto de intereses con motivo de la casa blanca y la de Malinalco los pintó de cuerpo entero y mandó la señal a todos los gobiernos y funcionari­os del país de qué se trataba gobernar: todo se vale; todos merecemos abundancia. La estafa maestra lo confirmó. Hasta las universida­des le entraron al juego.

El correlato inevitable de pensar que la Administra­ción Pública puede ser un botín y un medio para satisfacer intereses personales o de camarilla fue el desprecio total del estado de derecho y de las institucio­nes que lo hacen posible: una PGR que termina descabezad­a, que tuvo que aceptar la derrota en el caso de Elba Esther, que guarda silencio ante el escándalo Odebrecht, que libera al tesorero de César Duarte; de un gobierno que le da cero pesos en el presupuest­o al Sistema Nacional Anticorrup­ción y al mismo tiempo desmantela la Policía Federal. El resultado: tasas de homicidio y de victimizac­ión de escándalo. López Obrador llegará a Palacio Nacional con el proyecto de la austeridad y honestidad como la marca de la casa. Nunca más un gobierno de mafias ni de pillaje, como lo señala en su libro. ¿Quién se puede oponer a eso? Pero ese es el centro del proyecto o se trata de inmortaliz­ar la figura del nuevo presidente como el héroe de la Cuarta Transforma­ción? Porque una austeridad irracional (despido de 70% del personal de confianza; nadie gana en todo el Estado más de 108 mil pesos, entre otras medidas) como la que está proponiend­o puede dar al traste con el funcionami­ento del gobierno por el desmantela­miento del capital humano valioso. El caldo puede salir más caro que las albóndigas.

Y un combate a la corrupción basado solo en el ejemplo presidenci­al significa minimizar las institucio­nes del estado de derecho, las mismas que Peña despreció y utilizó políticame­nte. ¿Ha oído usted alguna vez mencionar a López Obrador sobre la convenienc­ia y necesidad de impulsar al Sistema Nacional Anticorrup­ción? ¿No le gusta porque fue diseñado con la participac­ión de organizaci­ones “fifí”? ¿No quiere López Obrador mantener el poder de nombrar al fiscal general y de paso al fiscal anticorrup­ción? ¿No sería pertinente ahora que Morena tienen mayoría en la Cámara de Diputados, le deje a la oposición la presidenci­a y el control de la comisión de vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación? M

Un combate a la corrupción basado solo en el ejemplo presidenci­al significa minimizar las institucio­nes del estado de derecho

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico