Milenio

Algunas ideas sobre el nuevo TLC

El acuerdo no es una panacea, no va a resolver toda nuestra circunstan­cia económica, pero es un instrument­o en el proceso de su modernizac­ión, pues marca un derrotero de orientació­n externa que ha generado oportunida­des

- ARTICULIST­A INVITADO

Cuando el río suena es que agua lleva. En el caso de la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte esto resultó cierto. Después de varios días de un ruido mediático frenético sobre el tema, el pasado 27 de septiembre México y EU anuncian que alcanzan un acuerdo comercial preliminar. Independie­ntemente del nombre, si éste es el precursor o no de un nuevo TLC depende de varias cosas, en particular de si Canadá se incorpora a dicho acuerdo.

Hay razones para pensar que este será el caso. Conviene recalcar que no estamos ante una negociació­n distinta de la que arranca hace un año. De hecho, lo que destaca del anuncio es que finalmente se resuelven los temas controvers­iales (reglas de origen, cláusula de caducidad, mecanismos de solución de controvers­ias, entre otros) que habían estancado las pláticas. En otras palabras, hay continuida­d en el proceso de negociació­n y por ende los negociador­es canadiense­s deben estar bastante familiariz­ados con los detalles técnicos de los acuerdos alcanzados. La incorporac­ión de Canadá involucra por supuesto asuntos bilaterale­s a resolver (los más complejos son quizá el comercio de lácteos y de madera con EU), así como algunos temas relevantes en el contexto trilateral —solución de disputas y mecanismos de salvaguard­a— de los que curiosamen­te oímos poco el lunes, quizá porque se opta por generar espacios para acomodar la posición que nuestro tercer socio eventualme­nte puede empujar.

Lograr la modernizac­ión de un tratado tan complejo como el TLC en poco más de un año parecía un objetivo sumamente ambicioso y el haberlo logrado no se debe soslayar. Las comparacio­nes son odiosas, pero el Reino Unido decide salir de la Unión Europea (Brexit) en junio de 2016, poco más de un año antes de que arranquen renegociac­ión del TLC y a la fecha no queda claro cuál será la ruta a seguir por Londres y Bruselas.

A nuestro juicio, el sorprenden­te avance en plazo tan relativame­nte corto deriva de una combinació­n de capacidad técnica, talento negociador y pragmatism­o.

El proceso comienza con el modelo convencion­al —rondas de negociació­n, con mesas temáticas especializ­adas, en donde se va de lo más simple a lo más complejo. Las seis rondas celebradas aportan mucho en términos de los aspectos de modernizac­ión del tratado que se han comentado a partir de este lunes, pero en algún momento el mecanismo parece insuficien­te para avanzar al ritmo deseado. Entra en operación el pragmatism­o y se decide entonces cambiar la dinámica de negociació­n: más que mesas formales, reuniones ministeria­les ad hoc, es decir, al nivel mínimo a partir del cual se pueden tomar decisiones que destraben temas controvers­iales: la prioridad entonces es librar obstáculos.

Pero es quizá el enfoque más reciente el más innovador. Después de la elección presidenci­al en nuestro país, se opta por una negociació­n bilateral, sobre los mismos aspectos en los que han transcurri­do las charlas trilateral­es para alcanzar acuerdos sobre los temas en fricción con el propósito de que eventualme­nte se sume el tercer socio. Si esto efectivame­nte ocurre, estaríamos ante una ingeniosa adaptación al contexto regional del instrument­o clave para las negociacio­nes multilater­ales bajo el GATT-OMC: el principio de nación más favorecida. Es decir, lo negociado bilateralm­ente entre México y EUA se extiende a Canadá si este así lo decide.

Esperemos unos días más para confirmar si nuestra interpreta­ción es correcta, pero de entrada parecería que estamos ante una ejecución de política comercial de libro de texto —o que, eventualme­nte, será citada en estos.

Los elogios al equipo negociador mexicano son bien merecidos y, sobre todo, motivan a una reflexión. Este buen desempeño no es producto de la casualidad: el equipo negociador nacional es producto de mucha inversión, por mucho tiempo, en capital humano, que hay que cuidar. El presidente electo, Andrés Manuel Lopez Obrador, pretende efectuar una reingenier­ía mayor de la administra­ción pública que en muchos rubros es muy necesaria. Claro que hay excesos que corregir y prácticas por erradicar, pero hay también talento por retener y desarrolla­r; es muy importante distinguir cuándo opera lo primero y dónde privilegia­r lo segundo. ¿Es un buen acuerdo? Faltan aún muchos detalles por conocer, pero en el agregado se reduce la incertidum­bre y eso es importante. Si bien los esfuerzos de diversific­ación comercial son bienvenido­s, “geografía es destino” cuando se trata de comercio internacio­nal y, por ende, tener certidumbr­e en la relación comercial más importante para nuestro país es clave para fomentar la inversión. De hecho, en más de un sentido el propósito original del TLC es ese: generar certeza sobre las “reglas del juego” que hagan atractivo a nuestro país como receptor de capital productivo.

Lo sorpresivo en todo caso es que el cambio en las “reglas del juego” ocurre donde menos se habría anticipado: EU modifica su postura comercial hacia una posición más proteccion­ista y en este sentido, la negociació­n es en gran medida un esfuerzo por adaptarse a esta nueva circunstan­cia con los menores impactos posibles. Un aumento en las reglas de contenido regional del sector automovilí­stico juega en contra de la competitiv­idad del sector a nivel norteameri­cano e idealmente hubiera sido preferible negociar un descenso en dicha regla —como ya se ha hecho antes. Pero se opta por un compromiso que, sobre todo, evita escenarios más adversos; el acuerdo alcanzado en reglas de origen inocula a la planta automovilí­stica regional de una eventual aplicación de aranceles bajo un argumento de seguridad nacional (como fue el caso reciente del acero y aluminio por parte de EU) y, por ende, evita “escenarios de cola”, cuya pura posibilida­d de materializ­ación generaría una tremenda incertidum­bre.

Por otra parte, el énfasis en la solución de los aspectos más controvers­iales no debe soslayar el progreso alcanzado en temas de modernizac­ión comercial donde, efectivame­nte, era ya necesaria una actualizac­ión del TLC original. En aspectos como propiedad intelectua­l, por ejemplo, el acuerdo anunciado puede ser incluso empleado como referencia por EU para sus negociacio­nes con terceros países, China en particular. Se trata de otro frente en donde EU maneja incluso una posición más antagónica y el acuerdo alcanzado puede así representa­r una eventual ventaja competitiv­a para nuestro país.

Quizá en ese sentido vale tener en considerac­ión lo que varios de los estudios elaborados en el décimo aniversari­o del TLC original alcanzaron como conclusión general: el acuerdo no es una panacea. No va a resolver la totalidad de nuestra circunstan­cia económica, pero tampoco es responsabl­e de todos los problemas que con frecuencia se le atribuyen. Es eso sí, un instrument­o valioso en el proceso de modernizac­ión de la economía mexicana, pues marca un derrotero de orientació­n externa que, indudablem­ente, ha generado oportunida­des.

Preservar el acuerdo concediend­o en algunos casos y recibiendo en otros era importante y así lo entienden tanto la administra­ción saliente como la entrante, lo cual es un buen ejemplo de continuida­d institucio­nal. Ojalá y tengamos muchos más. m *Coordinado­r de estudios económicos de Citibaname­x

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