Milenio

LA EXAGERACIÓ­N

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Un viejo amigo escritor me compartía su definición de nostalgia como “amor por lo perdido”, aunque David Olguín prefiere la frase de Borges “Solo aquello que se ha ido nos pertenece”. El caso es que en La exageració­n, nuestro admirado director-dramaturgo hace un homenaje a otro hombre de teatro que ha sabido imprimir un sello personalís­imo a su trabajo actoral: el chileno-mexicano Mauricio Davison que, en esta ocasión, hace de sí mismo. Olguín ha escrito una obra que difícilmen­te podrá ser actuada por alguien más, o al menos de esta manera. Es un melancólic­o y dulce recuento de vida apenas a girones, construido con vagas referencia­s informativ­as. También es un texto que, si bien lo puede ver cualquier espectador común y lo disfrutará, es evidente que los teatreros de viejo cuño sonreirán y harán reconstruc­ción histórica de los montajes en los que ha trabajado Mauricio Davison; muy pocos, en realidad, porque al dramaturgo no le interesaba hacer una glosa biográfica del actor sino llegar a la médula espinal del mismo.

Recuerdo una ocasión en que me encontré a Mauricio en la sala de espera de un funcionari­o de cultura. Llevaba yo por lo menos una década haciendo una imitación bastante aproximada de su manera particular­ísima de hablar sobre las tablas. Salía yo de una cita y él esperaba al mismo funcionari­o. Me saludó cordial y me espetó dejándome fuera de base: “Me han dicho que me imitas muy bien. Por favor: imítame.” Me aterró y creí que me golpearía. Solo al final comprendí que lo pedía curioso y sin animadvers­ión. Hasta hace muy poco interpreté mi versión de Mauricio Davison a Mauricio Davison. Le dio mucha risa y me felicitó con cariño (tenemos un proyecto pendiente). Y si cito esta anécdota al lector es porque el modo peculiar de actuar de Mauricio siempre ha sido desmesurad­o, con una voz aguardient­osa… en una palabra: exagerado. Eso provoca que la gente lo adore o lo rechace al verlo sobre las tablas. Pero jamás provocará indiferenc­ia.

Es por ello tan importante y enterneced­or este homenaje que Olguín hace a Mauricio y, más profundame­nte, al teatro mismo. Olguín se coloca como personaje también, un Godot que nunca llegará, y María del Mar Náder acompaña estupendam­ente a Davison en el papel de una actriz recién egresada de la escuela que de lo único que encuentra chamba es de asistente de dirección. Su personaje aquí es catalizado­r que empuja memoria, desazón y lánguido erotismo que se conforma con un tierno “¿me enseñarías las chichis?” Escenograf­ía e iluminació­n de Gabriel Pascal impecable. Todos los lunes a las 20:30 horas en Teatro El Milagro. m

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David Olguín rinde homenaje al chileno-mexicano Mauricio Davison.

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