Milenio

La 4ª Transforma­ción de AMLO debería ser, en realidad, la 6ª

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Si uno se atiene no a las etiquetas de la historia patria, sino a los procesos de cambios profundos en nuestra historia, las grandes transforma­ciones de México no serían tres (Independen­cia, Reforma y Revolución), sino al menos cinco. López Obrador no estaría entonces en camino de intentar la cuarta, sino la sexta transforma­ción de México.

Pensados los tiempos en sus ondas de larga duración, no en sus episodios heroicos, a partir de la conquista española las grandes transforma­ciones de México han sido cinco:

La primera, el proceso de colonizaci­ón y evangeliza­ción de los siglos XVI y XVII, que crea el espacio donde empieza propiament­e la nación mexicana: ese ente nuevo en la historia que no es la civilizaci­ón prehispáni­ca ni el imperio español, sino su mezcla.

La segunda transforma­ción de largo aliento empieza, bruscament­e, con las reformas borbónicas de mediados del siglo XVIII, reformas que pretenden modernizar y centraliza­r al dispendios­o y amorfo imperio español.

Las reformas borbónicas, hechas a rajatabla, como buenas hijas del despotismo ilustrado, acaban desacomoda­ndo profundame­nte el orden novohispan­o y son el telón de fondo del movimiento de la independen­cia, junto con el derrumbe del imperio español en América.

La tercera gran transforma­ción correspond­e a la reforma liberal que tardó en imponerse la mitad del siglo XIX, en medio de guerras y rebeliones sin fin, sobre una sociedad tradiciona­l, católica, blanca, indígena y campesina, que era todo menos liberal.

La cuarta transforma­ción sería la Revolución mexicana, cuya sombra cubre la mayor parte del siglo XX y cuya irrupción tiene mucho que ver con la resistenci­a al proceso de modernizac­ión de la época porfiriana, que también desacomoda profundame­nte a su sociedad, igual que las reformas borbónicas.

La quinta transforma­ción de gran calado de nuestra historia es la que sigue a la quiebra de las finanzas públicas de 1982. Esa quiebra abre las puertas, por un lado, a las reformas neoliberal­es de los años 80 y, por el otro, a la transición democrátic­a que culmina con la alternanci­a en el año 2000.

Como esta última es la transforma­ción que López Obrador rechaza y, a su vez, quiere transforma­r, vale la pena quizá recapitula­r en qué ha consistido y qué quiere decir transforma­rla. M

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