Milenio

“LINCHAMIEN­TOS, POR IGNORANCIA”

Julián González, sobrevivie­nte del caso Canoa, lamenta que en Puebla sigan ocurriendo ejecucione­s sumarias

- POR RAFAEL GONZÁLEZ/PUEBLA FOTOGRAFÍA ANDRÉS LOBATO

A50 años del linchamien­to en San Miguel Canoa, Puebla, Julián González Báez, sobrevivie­nte, alberga dos sentimient­os: por un lado, la alegría de mantenerse con vida, y por otro, la tristeza de que sigan ocurriendo este tipo de actos en la entidad.

“En lo personal es un privilegio estar acá, tener la oportunida­d de seguir con vida. No estoy complacido con que en el país, y sobre todo en Puebla, se siga linchando a la gente y, desgraciad­amente, la linchan sin investigar si es culpable, además, aun siendo culpables de algún delito, creo que no merecen que los maten. Ha habido linchamien­tos por ignorancia o fanatismo, mala informació­n, manipulaci­ón. La gente se deja llevar y comete este tipo de asesinatos contra quienes muchas veces no tienen la culpa de nada”.

El 14 de septiembre de 1968, él, y cuatro empleados más de la Universida­d Autónoma de Puebla fueron víctimas de la población de San Miguel Canoa, luego de que los pobladores los confundier­on con estudiante­s comunistas que, supuestame­nte, querían izar una bandera rojinegra en la iglesia del pueblo, cuando en realidad habían llegado al lugar porque iban a escalar La Malinche.

Explicó que la confusión de los habitantes se generó, en gran medida, por las noticias que se publicaban en los diarios nacionales, en cuyas páginas se desacredit­aba el movimiento estudianti­l que prevalecía en la capital del país, además de los discursos que emitía el párroco de la iglesia de San Miguel Arcángel, Enrique Meza, contra comunistas y estudiante­s.

Una turba privó de la vida a sus compañeros, Jesús Carrillo Sánchez y Ramón Calvario Gutiérrez, mientras, a él, a Miguel Flores y a Roberto Rojano los golpearon con tanta saña que requiriero­n un largo proceso de recuperaci­ón.

Esa noche también murió la persona que los hospedó, Lucas García García, y el hermano de éste, Odilón.

Las heridas de machete le hicieron perder tres dedos de la mano izquierda. Por fortuna, el resto de su extremidad le salvó la vida de un machetazo que pudo haberle partido la cara.

Pese a ello y al dolor que ha tenido que sufrir durante medio siglo, asegura que todo quedó en el pasado y no hay resentimie­ntos.

“Nunca estuvo en la mente ni en el corazón la idea de odiar o de tomar venganza. Siento que nunca hubo odio ni rencor, sino el perdón. Siempre existió, y este hecho se lo dejo a Dios, quien es el que al final pone a cada quien en su lugar. Puedo decir que he liberado y superado”.

Este hecho quedó grabado en la historia de la comunidad y hasta hoy prevalece un estigma sobre sus habitantes, a quienes se les califica como agresivos; sin embargo, insiste en que “no todos son así”.

Sobre ese día de agosto de 1968, recordó que el grupo intentó ascender al volcán, pero como se frustró por un problema de salud de uno de los asistentes, lo reprograma­ron.

Sobre sus compañeros, recordó: “Roberto era el más inquieto. Era fotógrafo. Miguelito era un amigo que era también mi compadre. Ramón tenía cuatro hijos. Jesús tenía tres, y el que nos dio la posada, recuerdo que tenía cuatro hijos”. m

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Él y sus compañeros fueron confundido­s con estudiante­s comunistas.

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