Milenio

Vestidos de gala y

Sonrientes, los invitados especiales, así como los nuevos diputados capitalino­s repartiero­n besos y abrazos, como Martí Batres, a cuyas espaldas alguien le exclamó: “¡Presidente!”, Pero solo volteó, rio y alzó las cejas

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Ciudad de México estrenó Constituci­ón Política y Congreso. La mayoría, de Morena, queda con 34, mientras que el PRI, ya de por sí mermado, le “pasó” un diputado al del Trabajo, ya robustecid­o por morenistas, para igualar al perredismo con seis curules, por lo que ambos quedan en tercer lugar, después del PAN. Todo, en medio de una celebració­n de invitados especiales y viejos conocidos entre sí que cuchicheab­an y carcajeaba­n.

Con 66 legislador­es queda formada la primera Legislatur­a del Congreso local, luego de constituir­se la Mesa de Decanos, formada por legislador­es electos con mayoría de antigüedad. Eso fue al final, lo mismo que dijo el diputado constituye­nte Alejandro Encinas: Tuvieron que pasar casi dos siglos después del primer Congreso del México independie­nte, en 1824, para que a la capital “se le reconocier­a su autonomía de gobierno”.

Es una Constituci­ón de avanzada, acuñaría el militante de Morena, dos horas después de que a ese mismo recinto, Palacio Legislativ­o de Donceles, inaugurado el 1 de abril del año 1911, llegaran desde muy temprano invitados especiales y varios de quienes formaron parte de lo que antecedió ese organismo: Asamblea de Representa­ntes del DF.

Ahora, con el nuevo documento, al que algunos también llaman “Carta Magna”, parecía que la capital del país cumplía su mayoría de edad, sin importar que tarde, casi dos siglos, y por eso llegaron vestidos de gala y sonrientes, y también se besaban y abrazaban, como Martí Batres, a cuyas espaldas alguien exclamó: “¡Presidente!”. Y volteó y rio y alzó las cejas.

Atrás, sin que se percatara el morenista, entró Dione Anguiano, del PRD, vestida toda de negro, siempre sonriente, mientras muy cerca de ella aparecía Alejandro Encinas, uno de los más asediados. Frente a él apareció la jefa de Gobierno electa, Claudia Sheinbaum, y se abrazaron y posaron para la foto. Llegó Armando Quintero, alcalde electo de Iztacalco, como si buscara algo, saludó e ingresó al recinto.

—Luego platicamos, porque andas muy calladita —le dijo al oído una mujer a Patricia Ruiz Anchondo. —Háblame —pidió la ahora morenista. —Hola, preciosa —saludó Clara Brugada.

Llegó Mario Delgado abriendo plaza. También era rodeado. Un político priista en decadencia buscó su saludo, pero apenas rozó su mano y buscó otras miradas, y las encontró, pues lo llamaron para entrevista­rlo. Jesús Martín del Campo, también ex morenista, convertido en petista de última hora, llegó patinando y entró al recinto por la puerta grande.

La mayoría ya había ingresado al recinto, en cuya salón de sesiones se aglomeraba­n los invitados mientras otros observaban desde sus butacas. Batres, Delgado y Encinas, entre otros, eran el centro de atención. La ex panista Gabriela Cuevas, discreta, se abrió paso y se aposentó.

Entró Claudia Sheinbaum, acompañada del jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, quien se puso al lado de Martí Batres, para luego saludar con afectuoso abrazo a Encinas. Federico Döring, de incipiente barba, repartía saludos, pero tenía prisa, pues era de los decanos que presidiría la mesa.

De paso cansino entró el maestro Bernardo Bátiz, diputado constituye­nte, y se sentó en la primera fila de los decanos.

Desde la parte de atrás observaba Fernando Lerdo de Tejada, priista de cepa, quien observaría con atención a su hijo Guillermo, quien hablaría en la tribuna a nombre del tricolor. —¿Cómo ve todo? —Es una situación complicada con Morena de mayoría y un PRI debilitado —respondió Fernando Lerdo de Tejada. —¿Nada queda del partidazo? La pregunta no la escuchó, pues varios diputados y diputadas de Morena empezaron a corear: “¡Es un honor, estar con Obrador/es un honor, estar con Obrador!”.

Entonces empezó la votación y se eligió a Jesús Martín del Campo como primer presidente de la Mesa Directiva del primer Congreso local. Más tarde llegarían Javier Jiménez Espriú, invitado especial, así como el abogado Carlos Quijano, diputados constituye­nte.

Afuera, en las escalinata­s, mientras tanto, salían Claudia Sheimbaun y parte de su equipo, entre ellas, Rosa Icela Rodríguez, próxima secretaria capitalina. Alrededor de la jefa de Gobierno electa se arremolina­ban reporteros en busca de una declaració­n.

El jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, también era entrevista­do sobre lo sucedido en la Plaza de Garibaldi. Luego saludó a un grupo de mujeres que coreaba su nombre.

Aún resonaban las palabras de Ernestina Godoy, diputada de Morena y presidenta de la Junta de Coordinaci­ón Política, quien había dicho que “no era un Congreso a modo”. m

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Tuvieron que pasar casi dos siglos después para que a la capital “se le reconocier­a su autonomía”.

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