Milenio

Del año anterior, regresó a Ámsterdam 107, en la colonia Hipódromo Condesa, para recordar a los cinco fallecidos del edificio que colapsó

Karla, sobrevivie­nte del terremoto

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Escuchar otra vez la alarma fue volver a vivir el sismo, no he logrado superarlo, no duermo como Dios manda”, expresó Karla Gómez, sobrevivie­nte del terremoto del 19 de septiembre de 2017, quien llegó hasta Ámsterdam 107, en la colonia Hipódromo Condesa, donde un inmueble colapsó y dejó como saldo cinco fallecidos.

Sin embargo, ni las muletas ni la recomendac­ión médica de permanecer en cama impidieron que la joven visitara el lugar.

Durante el sismo de magnitud 7.1 salió del edificio donde trabajó y corrió sobre la calle Laredo; escuchó un estruendo, y cambió el rumbo al lado contrario, se agachó y se cubrió; cuando reaccionó, vio una polvareda, volteó, pero el inmueble de enfrente ya se había derrumbado.

A las 13:16 horas de ayer se escuchó la alarma sísmica con motivo del simulacro; Karla llegó con retraso al altavoz ubicado en el cruce de Ámsterdam y Laredo, comenzó a llorar y se tapó los oídos para no escuchar.

“Pensé que iba a ser un sonido diferente, pero desde que escuché la alarma me rompí, no aguanté, no creo poder soportar otra alarma”, comentó la joven que hace un año trabajaba en una heladería ubicada en contraesqu­ina del inmueble de siete niveles que colapsó con el sismo.

Con el puño derecho en alto, vecinos y transeúnte­s guardaron un minuto de silencio para recordar a las víctimas del terremoto. Después, mientras sonaba la alarma comenzaron las lágrimas, algunos se abrazaron, otros brincaron y corrieron unos centímetro­s por el temor a que no fuera un simulacro.

“Me tocó verlo a pocos metros y, tras un año, sigue el dolor; escuchar otra vez la alarma fue volverlo a vivir, no lo he logrado superar”, mencionó Karla.

Tras el simulacro y el minuto de silencio, relató: “Es algo difícil

“Pensé que iba a ser un sonido diferente, pero desde que escuché la alerta me rompí”

pero lo tenía que sacar; tienes que agarrar el toro por los cuernos, se siente el mismo miedo; no he podido dormir en un año como Dios manda, porque cada vez que suena esa cosa, o alguien golpea fuerte, o algo se cae, derrepente brincas”.

Aunque no tenía permiso de caminar, confesó, llegó hasta el lugar del derrumbe: “Es un compromiso que tenía que cumplir por ellos, porque los conocí, porque nos tenían mucho cariño, porque estuve ahí... lloré cuando gritaban que estaban muertos”.

Karla evocó que durante los trabajos para retirar los escombros “rezábamos para que estuvieran vivos, queríamos sacar más piedras, más cosas, más rápido, porque si lo hubieras hecho así, tal vez los hubieran encontrado con vida”.

También llegaron voluntario­s, como El Forastero, quien comenzó a llorar cuando recordó lo sucedido. Otra joven llevo una bocina y comenzó a cantar ópera, provocando que la piel se enchinara.

A unas cuadras de ahí, en el número 25, uno que otro curioso se acercó a rezar en silencio para recordar a la trabajador­a del hogar que murió en el lugar tras desplomars­e el edificio de departamen­tos, cuya fachada estaba catalogada como Art Déco. M

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“Me tocó verlo a pocos metros y sigue el dolor”.

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