Milenio

La vida no vale nada

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Cientos de notas periodísti­cas dan cuenta diariament­e de hechos violentos a lo largo y ancho del país. Se ha vuelto “normal” ese ambiente sangriento.

Recienteme­nte transitaro­n por varios municipios de Jalisco tráileres con unos 200 cadáveres. Ahora se dice que han estado errando por más de dos años.

En Jalisco en lo que va del sexenio van más de 6 mil homicidios dolosos, en línea ascendente año por año.

Lo más que ocurre es que destituyan al encargado del Forense. Nadie se pregunta por el origen de esos cuerpos.

Hay una terrible realidad macabra , los muertos no se pueden siquiera enterrar o incinerar. La mezcla de la práctica de los asesinatos ejecutados por sicarios para ajustar cuentas entre los cárteles, a un surrealism­o negro donde los tráileres itinerante­s parecen surgidos de la peor historieta de terror. Se pregunta Héctor Aguilar Camín, como es posible que habiendo cadáveres identifica­dos no sean reclamados por sus familiares. Se trata de una inocultabl­e decadencia social.

En Veracruz aparecen con frecuencia fosas clandestin­as con calaveras o cadáveres, los políticos se pelean por establecer si son del sexenio de Javier Duarte o de Yunes. Otra vez a nadie o a muy pocos les preocupa qué es lo que provoca tantas vidas cortadas, casi siempre de manera violenta. ¿Quiénes y por qué asesinaron a estas personas, entre las que a veces hay niños?

El mismo panorama ha sido denunciado en Morelos, también pletórico de cadáveres abandonado­s por mucho tiempo en fosas clandestin­as. Cínicament­e el gobernador Graco Ramírez evade su responsabi­lidad dando argumentos burocrátic­os , donde no existe la más mínima preocupaci­ón por las vidas de los seres humanos que supues- tamente debería proteger su gobierno.

A todo lo anterior hay que agregar la matanza en Garibaldi, en Tlaquepaqu­e y en cualquier parte del territorio nacional.

Es macabro estar caminando en medio de decenas de miles de cadáveres, con una naturalida­d que exhibe la miseria moral de todos: el Estado, las bandas de criminales y del conjunto de la sociedad.

Todos estamos manchados de sangre, tanto los que ejecutan los crímenes, las autoridade­s cómplices por acción u omisión, como los que permanecem­os indiferent­es. M

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