De la culpa a la responsabilidad con yoga
Conócete a ti mismo”, rezaba una máxima escrita en el famoso Oráculo de Delfos de la Grecia Antigua, y es justamente este principio hacia donde apuntan la mayor parte de las tradiciones espirituales; no hay manera de evolucionar a nivel de conciencia, si primero no conocemos por dónde pasan nuestros pensamientos y emociones, dónde se originan, conocerse a sí mismo supone el camino de la ascensión.
Como explica la psicóloga María Gutiérrez Raposo, el yoga permite pararse y estar con uno mismo y con el cuerpo: “Es muy importante identificar y nombrar lo que sentimos: alegría, culpa, tristeza, enfado, envidia, celos, frustración, miedo… y también localizarlos en algún lugar del cuerpo (cabeza, estómago, pecho, ojos, manos…). Practicar yoga ayuda a la identificación de las sensaciones corporales y, por consiguiente, puede ser un hilo conductor a nombrar la emoción si es que no es posible en un primer momento identificarla”.
Así que tratándose de detectar emociones para saber de qué modo ordenan la manera en que construimos la realidad, hablar del conocido y popular sentimiento de culpa es fundamental. Para algunos especialistas la culpa ni siquiera es una emoción natural, sino una inserción del sistema en la conciencia colectiva con fines de control.
La culpa es en realidad una creencia de que “somos malos”, lo que traducido en términos más espirituales, es la creencia de estar separados de nuestra esencia divina. “Los sentimientos de culpa tienen una gran peculiaridad: Nos cierran, nos contraen, es una sensación de ensimismamiento que nos lleva a sentirnos impuros e incapaces. Se podría decir que es un sentimiento que nos aleja de nuestra alma y nos lleva a buscar respuestas externas”.
El escritor y cineasta Rodrigo Cortés, autor de A las 3 son las 2, identifica muy bien el fenómeno:
“La culpa es un arma de destrucción masiva porque consigue que, con la implantación de una pequeña semilla, uno haga el resto del trabajo y se convierta en su propio policía y en su propio carcelero. Basta con recibir un pequeño decálogo y el resto del trabajo lo hacemos nosotros. Es una forma de tortura que en gran medida invita a la inacción, porque uno asume una especie de pecado original que hace que todo sea incontrovertible e inevitable. La culpa nos ancla en el pasado y anula en gran medida la posibilidad de tomar un nuevo camino”.
Lo cierto es que como dicen los grandes maestros de la conciencia, la verdadera manera de trascender lo que hemos hecho de forma “incorrecta” es la responsabilidad, que en lugar de meternos en una condena de por vida, nos hace responder desde un corazón abierto y atento como seres interdependientes: “cuando somos responsables tenemos la capacidad de responder con integridad y amor, pero sin miedo, respetando al otro, pero sin anularnos nosotros”.
Así que hacernos de herramientas como el yoga o la meditación que nos lleven a dejar de ver la vida en términos de bueno y malo, a identificar de entrada que nos sentimos culpables, para luego abrir el corazón y aceptar con absoluta compasión que estamos en esta vida para aprender, y en ese aprendizaje las cosas no siempre salen como planeamos, sino tal vez como deben ser desde una mirada más amplia; sumado al entendimiento de que ser fieles a nosotros mismos no es maldad ni locura, sino congruencia, puede ayudar a disolver la culpa y hacernos más libres. (Con información de yogaenred.com, avuelapluma.com, ramayoga.org y yogateca.com)