Héctor Rivera
Desde 1992 casi toda Italia se muerde las uñas de desesperación. Nada como un secreto para volver loco a un país como el que habitan esos hombres y mujeres dispuestos a discutir por nada, a manotear en el aire para poner en evidencia su superioridad, a gritar en un tono como el que emplean las aves y los simios en sus selváticas conversaciones desordenadas. Solo el café, los helados, las pastas y el vino pueden meterlos de nuevo en sus cabales.
Pero un secreto lo pone a prueba todo allá: su curiosidad, su ansiedad por el conocimiento, su obsesión por estar al tanto de lo que otros ignoran. Y si es un asunto que atañe a su identidad, a su cultura, a su historia, no soportan que se les escape detalle alguno. El caso de Elena Ferrante ilustra lo dicho.
En aquel ya lejano 1992, Elena iniciaba una brillante carrera como escritora con la publicación de su primera obra novelística, El amor molesto. Unos 25 años después anda por las ocho novelas. Ha publicado también un libro de cuentos y un volumen de ensayos. Pero en todo este tiempo nadie ha podido descifrar el enigma de un rostro tras su nombre. De hecho, millones en Italia y en el mundo entero se siguen preguntando quién diablos es la verdadera señora Ferrante.
Y la señora Ferrante, con millones y millones de libros vendidos, se las ha arreglado para ofrecer declaraciones, responder entrevistas y hasta escribir una columna semanal en el diario británico The Guardian sin que nadie pueda poner al descubierto su nombre real. Muchos creen que en realidad se mofa de los puntillosos habitantes del mundillo literario: editores, traductores, críticos, escritores. Pero no. A la señora Ferrante solo le gusta escribir. Y mantener a buen resguardo su identidad.
Más allá de las obsesiones que desata entre sus lectores, empeñados en conocer no solo su identidad sino los detalles más íntimos de su vida, como suele suceder en la relación entre las celebridades y sus devotos, parece más interesante la insistencia de la escritora por ocultarse entre las sombras del anonimato. No es fácil hallarle lógica al hecho de que una estrella de la literatura, que ha vendido 30 millones de ejemplares solo de su trilogía titulada Dos amigas, renuncie de una manera tan empecinada a las glorias del éxito literario, a los laureles en la cabeza, a las firmas de libros, a los contratos cinematográficos. Eso sí. A lo que no ha renunciado de ninguna manera la señora Ferrante es a los jugosísimos cheques que dan cuenta puntual de su éxito en las ventas de sus libros.
Quien ha estado más cerca de ponerle rostro, nombre y apellidos a la misteriosa autora es un periodista italiano, Claudio Gatti, que divulgó profusamente hace un par de años los resultados de sus empeñosas investigaciones. Tras hurgar de manera obsesiva en cada uno de sus registros bancarios, en sus documentos contables y hasta en los más mínimos movimientos de su chequera y sus tarjetas de crédito, el investigador periodístico llegó a la conclusión de que detrás de la señora Ferrante se encontraba la traductora Anita Raja, cuyos ingresos aumentaban de manera proporcional con el éxito de los libros de la celebrada autora.
Por supuesto, Elena negó la veracidad de una investigación periodística que muchos dieron por ejemplar y defendió su derecho a “la ausencia, no el anonimato”, mientras sus editores salieron a protegerla con un enfático “basta de asediarla, no es una criminal”.
El fenómeno de la misteriosa Elena Ferrante, que a fin de cuentas ha conseguido que la atención de los lectores se concentre más en la autora que en la obra, comienza a dar tumbos en el mundo a juzgar por el caso de la autora de La novia gitana, una exitosa novela firmada por Carmen Mola.
Desde hace unas semanas luego de la aparición en librerías de la novela muchos se preguntan en España quién diablos se oculta detrás del nombre de Mola, que comienza a disfrutar del éxito de su obra y a cosechar los ingresos correspondientes. Pero las interrogantes sobre la autoría de la novela no tienen que ver solo con la verdadera identidad de la escritora, sino con su trama a propósito de dos hermanas gitanas asesinadas por un desconocido que les practica un agujero en la cabeza, les introduce gusanos y disfruta mirando cómo los bichos devoran lo que encuentran en su ensangrentado camino.
Alguien que ha respondido las preguntas dirigidas a Mola ha dejado en claro que La novia
gitana no es sino el principio de un amplio proyecto editorial que incluye la publicación de otros volúmenes. También ha insistido en que el misterio sobre su verdadera identidad habrá de llegar hasta donde tenga que llegar. Es decir, hasta donde le convenga. m