Paulina Rivero Weber
Debemos andar con cautela respecto al el avance de la tecnología por muy diversas razones. Muchos filósofos han expuesto en qué consiste el peligro de la técnica desde diferentes puntos de vista. Pero más allá de los complejos pensadores, en el siglo XIX, Inglaterra conoció un movimiento mundial contra la técnica: el llamado ludismo, cuyo origen se encuentra en las acciones de un hombre común del siglo XVIII.
En 1779 Ned Ludd destruyó los telares que amenazaban el trabajo de los artesanos. El movimiento como tal comenzó hacia 1811 en Nottinghamshire, Inglaterra. Los obreros destruían las máquinas porque éstas podían ser manejadas por obreros menos calificados y con un sueldo menor.
Este fenómeno continúa existiendo: en la actual ciudad de Londres los taxistas estudian cinco años para aprobar el examen y poder conducir un auto para dar el servicio, pero ahora que ha llegado UBER, con una pequeña máquina, se pueden dejar de lado años de estudio. Y sí: en cualquier parte del mundo son máquinas las que reciben y cobran los estacionamientos, las que venden boletos para cine, teatro, aviones, hoteles… la necesidad de un ser humano en la labor de compra-venta.
Como sucede en todas las variantes, el problema no radica en la tecnología, sino en el uso que le damos. La técnica se creó para resolver problemas al ser humano y hacer su vida más llevadera, pero ella misma se ha convertido ahora en un problema, pues en su aplicación ha contaminado campos y océanos. Y lo aclaramos, el ludismo no es la solución porque no hay marcha atrás. Es la técnica la que, creada y empleada con finalidades éticamente adecuadas, puede salvar nuestro planeta.
“Ahí donde está el peligro crece también la salvación”, escribió Hölderlin, y así es: la técnica es un peligro, pero es también lo que puede salvar al planeta. ¿Cómo? Al crear y emplear tecnología con un absoluto y radical respeto por la naturaleza.
El deber más fundamental para el ser humano es reconciliarse con la ésta. El reto será crear tecnología amigable con la naturaleza que repare lo dañado y reponga lo perdido: hace falta un nuevo lazo con la naturaleza si queremos que la humanidad pueda contar la historia del siglo XXI. m