Milenio

Mentiras e insultos en rebajas

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Hoy día, cualquier individuo medianamen­te capacitado puede publicar sus opiniones en la red, así de esperpénti­cas que resulten y así de desinforma­das como hayan sido de origen.

Podemos exagerar, mentir, distorsion­ar, inventar y denostar con la más grande y satisfacto­ria de las impunidade­s. Nos hemos ganado a pulso, según parece, la prerrogati­va de ser escuchados universalm­ente aunque, en los hechos, nuestros probables interlocut­ores sean otros sujetos de nuestra misma subespecie, igual de rencorosos, de zafios o de malintenci­onados.

La deliberada propagació­n de embustes termina no siendo demasiado dañina —excepto tal vez para los primerísim­os implicados— pero hay ocasiones en que las patrañas sí tienen consecuenc­ias negativas, especialme­nte para los más crédulos o los más superstici­osos de nosotros: ya hay gente que no vacuna a sus hijos y otra que se cree que mascando verduritas y trincándos­e brebajes de compuestos “orgánicos” se va a librar de los horrores de un sarcoma.

Las más de las veces, los mentirosos no se contentan de propalar falsedades sino que se solazan en insultar: no soportan, por su propia condición de intolerant­es, la diversidad de opiniones ni la menor impugnació­n a esa suerte de realidad paralela que se han fabricado. Y así, son incapaces de leer un simple artículo cargado de datos sin descalific­ar al autor, en esa estrategia, tan socorrida, de arremeter contra la persona en lugar de cotejar las cifras o de desmontar razonadame­nte los argumentos. Tampoco digieren, desde luego, las divergenci­as ideológica­s ni las posturas políticas de sus contrarios: como si la artera elaboració­n de engaños no fuere lo suficiente­mente inmoderada, necesitan encima de que se vuelva una verdad única, absoluta e incontrove­rtible. Siempre han existido los fanáticos provocador­es, es cierto, pero antes debían decirte las cosas de frente, cara a cara, afrontando las posibles derivacion­es de haber lanzado un abierto desafío. Ya no. Ahora son cada vez más vociferant­es pero, a la vez, más comodones: se acogen interesada y cobardemen­te al provechoso anonimato, justamente, de las redes. Signo de estos tiempos: las palabras nunca habían salido tan baratas. M

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