Milenio

El apocalipsi­s de American Horror Story

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Tenemos un problema: American Horror Story: Apocalypse, la octava temporada de este concepto creado por talentos fundamenta­les como Ryan Murphy (Glee) que desde hace tres semanas se transmite los jueves a las 22 horas por el canal FX y que permanece a disposició­n de las multitudes en el acceso premium de la app de Fox.

¿Cuál es el problema? Que por más que le busco y le busco no le encuentro la menor gracia. Se me hace una porquería, una vacilada, una tomadura de pelo.

¿Y? Pues que esto es totalmente impropio, tanto de un equipo que nos ha regalado monumentos tan geniales como Feud, como de una marca como FX.

¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿A estos señores les dejó de interesar este proyecto? ¿Están más preocupado­s por irse a Netflix que por seguir con la compañía que los hizo famosos?

¿Les ganó la soberbia o, de plano, como en lo último de Scream Queens, se volvieron locos y confundier­on el sentido del humor con el “ya no tengo nada qué decir”?

Si American Horror Story: Apocalypse fuera de Televisa, ya la hubieran llovido mentadas de madre.

Sus promos eran increíblem­ente buenos, prometían algo muy grueso con el anticristo, las paranoia nuclear y muchas obsesiones que todos hemos tenido con el fin del mundo.

Pero lo que ha salido en la serie, hasta ahora, no ha tenido la más mínima relación con esos anuncios.

Es la historia de un grupo de “elegidos” que, tras un bombardeo atómico, termina encerrado en un refugio nuclear donde, como no hay historia, a los escritores no les quedó más remedio que repetir recursos de otras temporadas como “el hombre del traje de látex”.

Y todo es lo mismo de siempre: sexo, cuchillada­s, sadomasoqu­ismo, deformidad­es físicas y chistes que, de tan gastados, ya no hacen gracia.

Siento pena por American Horror Story: Apocalypse porque incluye a muchas de las mejores figuras de la industria como Sarah Paulson, Kathy Bates, Evan Peters y Joan Collins.

Pero tengo la impresión de que ni ellos saben hacia dónde van sus personajes como en telenovela mexicana chafa de la década pasada.

Esto ya se veía venir desde Hotel con Lady Gaga. ¿Se acuerda? Pero lo dejamos pasar. Eran Ryan Murphy y Lady Gaga. ¿Así o más perfecto?

En American Horror Story: Roanoke y Cult, las temporadas seis y siete, no sé usted pero yo perdoné muchas cosas tratando de verlas como algo o muy experiment­al o muy politizado.

Acuérdese, en Roanoke, como se les acabó la historia más o menos a la mitad de la temporada, comenzaron a alucinar con cuestiones de reality show, de redes sociales.

Y en Cult, con toda la crítica a la victoria electoral de Donald Trump, a nadie le importó que los personajes se traicionar­an una y otra vez.

Pero lo que está pasando aquí es, en perfecto español, una mamada.

No se entiende nada. No sabemos quiénes son los protagonis­tas, si son buenos o son malos, a qué le tiran. ¡Nada!

No hay el más mínimo involucram­iento emocional. No existe propuesta cinematogr­áfica alguna. Y, lo peor de todo, nadie se asusta.

American Horror Story es para asustarse, para quedar en shock, para gritar. Y en Apocalypse no hay manera.

¡Ah, pero eso sí! ¡Qué soberbios somos! ¡Qué negados estamos para la crítica y la autocrític­a!

American Horror Story: Apocalypse es el Apocalypse de American Horror Story, una tragedia para los fanáticos de este concepto que revolucion­ó el mercado. No la vea. ¡Para qué! Hace muchos años me tocó ver, no recuerdo si en BBC, Discovery o NatGeo, un programa sobre las tumbas reales de Gyeongju. Quedé cautivado.

¿Por qué? Porque no son como las tumbas que conocemos de este lado del mundo pero, al mismo tiempo, tienen mucho qué ver con nuestras tumbas.

Son como montañas artificial­es, perfectame­nte redondas, cubiertas de un pasto de un color verde que no se parece a ningún otro. Su belleza es tan espectacul­ar que, en ese momento, frente a la tele, me juré que algún día las iba a conocer.

Acabó de estar ahí y todavía sigo cautivado por su magia. En ellas está enterrada la nobleza del legendario reino de Shilla. ¡Hasta puede entrar al interior del túmulo de un poderoso líder llamado Caballo Celestial!

¿Qué tiene que ver esto con nuestras tumbas? Que los antiguos coreanos, como los mayas y los aztecas, no enterraban a sus gobernante­s, les hacían monumentos.

Las tumbas reales de Gyeongju son como nuestras pirámides y es de no creerse la relación que uno puede encontrar, por ejemplo, entre el sepulcro de Caballo Celestial y el de la Reina Roja de Palenque.

Además de que estas joyas, patrimonio cultural de la humanidad, se encuentran justo en el centro de la ciudad como el Templo Mayor en la capital de nuestro país.

Ojalá que usted, algún día, pueda conocer las tumbas reales de Gyeongju. Corea es un país lleno de sorpresas. Ésta es una de las más maravillos­as de todas.

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No hay el más mínimo involucram­iento emocional.
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Lo que ha salido hasta ahora no coincide con los promociona­les.
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