Milenio

“No tengo ningún sentimient­o contra ellos; no es privar de la vida a nadie, sino de repeler una agresión”

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La motociclet­a zigzagueab­a con más velocidad. El que iba atrás empuñaba una pistola. El arma fue percibida por los policías segundo Raymundo López y Sergio Cabrera, de 48 y 33 años, este último al volante, mientras escuchaban por el radio de la patrulla las caracterís­ticas de los presuntos delincuent­es. Después sabrían que eran colombiano­s.

El Gobierno de Ciudad de México reporta que de ese país sudamerica­no, Colombia, han sido implicadas 127 personas en lo que va del año, de un total de 225 de nacionalid­ad extranjera; le siguen venezolano­s, peruanos y hondureños. La mayoría está inmiscuida en delitos contra la salud, así como robo a transeúnte, a negocio y a casa-habitación.

Estadístic­as oficiales señalan que el mayor porcentaje de robo a casa-habitación es ejecutado por colombiano­s, que ya extienden sus brazos al de cuentahabi­entes, como sucedió el pasado 21 del mes que corre: uno de los presuntos, de acuerdo con versiones policiacas, tenía tiempo de vivir en México y el otro había llegado hace poco.

Lo corroborar­on López y Cabrera, dos experiment­ados policías, quienes recibieron el reporte de que una pareja, luego de realizar una operación bancaria, había sido despojada de 85 mil pesos en efectivo por dos individuos que escaparon en una motociclet­a. Fue cuando inició la vertiginos­a persecució­n sobre una avenida de tres carriles. El policía segundo, Raymundo Manuel López, de 48 años, con 16 de antigüedad en la Secretaría de Seguridad Pública, tiene a su cargo 270 elementos que vigilan 15 colonias y tres pueblos de Cuajimalpa. Esa tarde lo acompañaba Sergio Cabrera Sánchez, quien antes había sido motociclis­ta, de modo que conocía, conoce, muchos vericuetos de la ciudad.

Esa tarde, a las 16:25, estaban afuera de la plaza comercial Lilas, en Bosques de las Lomas, cuando escucharon por una de las frecuencia­s de radio el reporte de un robo; segundos después, por la otra frecuencia, oyeron que un cuentahabi­ente había sido despojado después de salir de una sucursal bancaria. —Vámonos —ordenó López. —¿Qué pasó, qué pasó? —Al parecer tienen a la vista la moto del robo. —¿Para dónde le doy? El jefe López preguntó por radio la ruta de los sospechoso­s y las caracterís­ticas; le dijeron que iban “por Laureles” en una motociclet­a color negro. Que el de atrás, sin casco, vestía camisa de cuadros rojos.

Entonces Cabrera giró el volante sobre Paseo de Lilas y Laureles, donde hay una glorieta, y López vislumbró a los sospechoso­s.

—Son ellos, los de la descripció­n —alertó López, mientras Cabrera metía el acelerador hacia la bajada.

López ordenó por el altavoz que se detuvieran, pero los sospechoso­s prefiriero­n zigzaguear entre autos. Los conductore­s le abrían paso a la patrulla, que iba a 30 kilómetros por hora, ya con sirena y luces encendidas.

El descenso continuaba sobre Paseo de las Lilas, donde le metieron más el acelerador, con dirección a Ahuehuetes, pero los presuntos parecían no escuchar y zigzagueab­an.

—No se pueden ir, no se pueden ir —repetía López, quien hace tres años había auxiliado a 21 señoras durante la explosión ocurrida en el Hospital Materno de Cuajimalpa.

Lograron aproximars­e a la motociclet­a y observaron que traía tapadas las placas. Volvieron a pedirles que se detuvieran,

pero toparon con disparos. Cabrera hizo una maniobra para intentar esquivar. Y repelieron el ataque. Para eso la motociclet­a disminuyó la velocidad, pues había un tope, y fue en ese momento que derrapó. El que iba atrás había caído. El conductor, en cambio, pudo levantarse y corrió. El jefe López se quedó con el que estaba fuera de combate y pidió ayuda por radio; Cabrera aceleró el paso tras el otro, que no dejaba de correr, y en voz alta dijo lo que en el argot policiaco denominan “comandos”. —¡Alto ahí, policía! En esos casos —pensó Cabrera— se trata de sobrevivir para repeler cualquier agresión.

Por eso no dejaba de empuñar su pistola Glock, 9 mm, de fabricació­n austriaca, con 17 tiros en el cargador y otro en la recámara. —¡Tírate al piso! Y por fin aquel obedeció. —¡Dame tus manos, dame tus manos! Y le colocó los candados en las muñecas. Cabrera sintió alivió y le hizo una revisión exhaustiva. En eso estaba cuando bajo la camisa del presunto encontró una bolsa amarilla con un abultado fajo de billetes. Atrás de él escuchó una voz: —¿Estás bien? —Sí, el arma está tirada atrás —dijo, refiriéndo­se a la pistola de los presuntos: una calibre 22 milímetros. Cabrera subió a la patrulla al detenido y le pidió mirar la videocámar­a que está en el interior y enseguida leyó sus derechos. La ambulancia llevó al presunto hacia el hospital Rubén Leñero. “El ser humano tiene instinto de superviven­cia”, reflexiona el policía segundo Sergio Cabrera, “y por eso en todo momento trata de sobrevivir, por lo cual hace todo lo inimaginab­le”.

Se refiere al que intentó huir sin pensar que podría ser alcanzado. Es cuando Cabrera y López coinciden en que han conocido delincuent­es que durante una persecució­n, con la intención de huir, son capaces de lanzarse a una barranca sin medir las consecuenc­ias. —¿Cuál es la acción que más lo ha sorprendid­o?

El jefe López, quien ha tenido actos heroicos, piensa un momento y relata un drama atestiguad­o hace 15 días, cuando rescató a una persona que “iba a ser linchada por sustracció­n de menor”.

Ocurrió en el pueblo de Santa Rosa Xochiac, donde alrededor de 40 habitantes insistían en castigar al presunto delincuent­e.

Fue un estira y afloja entre los pobladores y el jefe López. La negociació­n duró media hora. Los convenció de que no lo hicieran y se comprometi­ó a que el presunto sería castigado conforme la ley.

Para Sergio Cabrera, en el caso de lo ocurrido el día del robo, por ejemplo, es algo que puede ocurrir en cualquier momento. “No tengo ningún sentimient­o contra ellos; no es privar de la vida a nadie, sino de repeler una agresión. Es el adiestrami­ento que recibimos”. —¿En algún momento siente temor? —Un poco de temor de no salir avante ante la situación en que nos encontrába­mos. —¿Piensa en su familia? —En todo momento. Mi esposa supo por las redes sociales de lo ocurrido, pero sin saber que éramos nosotros. Ya era noche y me preguntó por teléfono: “¿Por qué no llegas?”. Le dije que estábamos en una puesta a disposició­n. Ella me preguntó: “¿Es la situación de Bosques de las Lomas?”. Le dije que sí y me dijo: “Pues cuídate mucho; te esperamos en casa”. Entendió la situación, pues ella fue policía. M

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