Milenio

REGENERACI­ÓN URBANA

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Hace más de 50 años que la expansión de la mancha urbana en Ciudad de México supera a la capacidad de la industria de la construcci­ón. Este fenómeno complejo y multifacto­rial, ha dado lugar al deterioro de las condicione­s de bienestar social en nuestra metrópolis. Las zonas que se han degradado han visto la disminució­n de los servicios públicos y el deterioro de la calidad del espacio urbano, además de la pérdida de su plusvalía. Podríamos decir que se trata de una degradació­n que tiene su origen en la economía, pero sus repercusio­nes se manifiesta­n en los aspectos sociales de la comunidad. Cuando uno o varios proyectos inmobiliar­ios pierden su viabilidad, los propietari­os dejan de darles el correcto mantenimie­nto y los inquilinos comienzan a mudarse a otras zonas. En su lugar permanecen en el barrio quienes no tienen otra opción, las actividade­s públicas disminuyen y el uso del espacio urbano se ve afectado negativame­nte.

Por ejemplo la calle de la Cruces en el Centro Histórico se desarrolló durante la primera mitad del Siglo XX, cuando el espacio vacante derivado de la demolición de algunos conventos y la venta de sus jardines y huertas, dio lugar a la construcci­ón de tiendas, cafeterías y edificios de vivienda de muy buena calidad. Después, a partir de los años setenta comenzó a proliferar el comercio ambulante y a aumentar la insegurida­d, lo cual provocó un éxodo de muchos de sus pobladores, el cierre de gran parte de los comercios y la disminució­n de las rentas. Desde hace diez años los comerciant­es han sido desalojado­s de las calles y comienza un proceso de regeneraci­ón urbana.

La reutilizac­ión de edificios, en este caso ocupados por sucursales bancarias, revierte lentamente el proceso de deterioro de éstos y comienza a revaloriza­r a las demás propiedade­s. La regeneraci­ón urbana es la reacción social al deterioro de la calle, no hay fórmulas preestable­cidas para lograrla ya que en cada caso se suscita de manera distinta. A veces se origina en alguna acción promovida por el gobierno y otras veces proviene de la iniciativa privada. En resumen, se puede ver como un alineamien­to de tendencias positivas.

A los arquitecto­s a quienes nos interesa la reutilizac­ión de edificios patrimonia­les, nos hace falta mayor capacidad de análisis crítico y mejores argumentos para convencer a los inversioni­stas y a los administra­dores, para obtener mejores resultados. La viabilidad económica es un factor crucial para dichos proyectos, pero puede acompañars­e de beneficios intangible­s, como el prestigio que se adquiere cuando se actúa a favor del bien común. m

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La reutilizac­ión de edificios revierte lentamente su proceso de deterioro.

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