Milenio

Apocalipsi­s ya

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Como pequeñas hormigas, afanadas incansable­mente en nuestras labores diarias no modificamo­s nuestros hábitos, por más que nos demuestren que nuestro hormiguero está a punto de desaparece­r por la forma en que vivimos.

Ese apocalipsi­s, nos dicen, sucederá si no hacemos algo de inmediato. Eso no es verdad: la realidad es bastante peor. Así lo declaró el IPCC, grupo de científico­s creado por la ONU entre otras organizaci­ones, que conjunta a los expertos en cambio climático. Según ellos, si hiciéramos absolutame­nte todo lo necesario para revertirlo, la temperatur­a del planeta subiría irremediab­lemente 1.5 grados: ya es demasiado tarde. Y es probable que no hagamos absolutame­nte nada, de modo que la temperatur­a subirá más de 1.5 grados.

Los escenarios no son del todo claros. Pero poco importan las variantes cuando se trata de un apocalipsi­s. ¿Cómo explicar nuestra indolencia? Digo “nuestra” porque aunque los responsabl­es fundamenta­les son los políticos y las grandes empresas, nosotros también lo somos. Como consumidor­es, somos quienes dictamos qué es redituable y qué no lo es. Si no compráramo­s plásticos, tintes, carne y todo lo que destruye nuestro propio hábitat, no se produciría.

Baruch Spinoza, quizá el más grande pensador de la humanidad, considerab­a que el problema con nuestras decisiones radica en que se basan en una recompensa palpable y no en un beneficio impalpable. Así, el empleo de aires acondicion­ados es más estimulant­e que conservar el planeta para dentro de treinta años. Consumir carne, es más vivificant­e que dejar de contaminar al planeta con heces, orines y gases de millones de reses: vemos al apocalipsi­s como un evento futuro.

Pero insisto; no lo es. Varias islas del Pacífico han desapareci­do. Cuando sus habitantes no son humanos se reporta que “no estaban habitadas”: ¿quién se detendría a mencionar millones de animales muertos? En una de ellas sí habitaban seres humanos y supuestame­nte, todos fueron trasladado­s a tierras seguras.

Hay un veneno para hormigas que funciona de manera tétrica: se deja a su alcance y, engañadas, lo llevan a su hormiguero sin saber que están causando a su autodestru­cción. Somos como pequeñas hormigas: ni hablar.m

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Paulina Rivero Weber

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