Milenio

Número a los policías federales mexicanos, a quienes se enfrentaro­n, y luego comenzaron a cruzar la frontera con Guatemala

Los centroamer­icanos superaron en

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Al grito de ¡No somos criminales, somos trabajador­es internacio­nales!, los hondureños integrante­s de la caravana migrante cumplieron su promesa y dieron portazo a las autoridade­s guatemalte­cas y mexicanas en su afán por llegar a Estados Unidos.

Se congregaro­n cerca de las 12 del día en Tecún Umán, la ciudad que hace frontera con el río Suchiate. Ahí, una vez que mostraron que solo les era suficiente avanzar para rebasar en cantidad a los policías, derribaron un primer cerco metálico y se echaron a correr por el puente hasta el puerto fronterizo de Ciudad Hidalgo, donde ya los esperaban cientos de policías federales con equipo antimotine­s.

Fue una primera victoria pero, ya en territorio mexicano, justo arriba del río Suchiate, se toparon con vallas metálicas que no les fue difícil derribar, pero que provocaron un enfrentami­ento que dejó al menos tres migrantes, cuatro policías y algunos representa­ntes de los medios de comunicaci­ón descalabra­dos.

Una vez que las fuerzas federales se vieron rebasadas, por mucho, por los hondureños, cerraron una reja más grande, lo que llevó a muchos a arrojarse al río. Mientras, detrás de las rejas, decenas de mujeres y niños, principalm­ente, sufrían desmayos, deshidrata­ción e insolación por la temperatur­a y la intensa humedad en el ambiente.

Fueron minutos de ánimos encendidos. Los migrantes tomaban piedras de la orilla de la vía y las lanzaban hacia los uniformado­s, hasta que a través de un altavoz, el comisionad­o de la Policía Federal, Manelich Castilla, los llamó a guardar la calma y prometió que pasarían, pero de manera ordenada. Se dispusiero­n autobuses para trasladar de 100 a los migrantes hacia albergues en Tapachula.

Muchos accedieron, no tanto por ganas, más bien por la fatiga y los estragos físicos que ya pesaban. Otros, sin embargo, arengaban a la gente. Los líderes de la caravana pedían no subir a los autobuses. “Es un engaño, si se suben estarán pensando solo en ustedes, estarán ya solos y Migración los va a regresar”, gritaba uno de ellos que trepó a lo alto de una techumbre y desde ahí hacerse escuchar.

La desesperac­ión de la gente

El comisionad­o Manelich Castilla los llamó a la calma y les prometió que pasarían todos

era tal que muchos optaron por arrojarse al río desde lo alto del puente. Conforme se aventaban eran más los que ya los esperaban abajo y desde ahí internarse entre la maleza.

El ir y venir de los autobuses con los migrantes hondureños fue seguido por funcionari­os del Instituto Nacional de Migración, la Policía Federal, la CNDH, Unicef y ACNUR.

Se espera que en los albergues dispuestos para darles alimento y atención básica, comiencen sus trámites para solicitar refugio, aquellos que decidan quedarse en México, mientras que aquellos que sigan mil 800 kilómetros más hacia la frontera con Estados Unidos, deberán contar con su visa para poder continuar el recorrido que inició hace 400 kilómetros en San Pedro Sula, Honduras. m

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La caravana está constituid­a por unas 3 mil personas, entre mujeres, ancianos y niños.

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